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Emergencia climática
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Suicidio colectivo

Con meros calificativos y poco análisis se pasó la página de la invitación al decrecimiento económico que lanzó la ministra de minas, Irene Vélez

Irene Vélez
Irene Vélez, ministra de Minas y Energía de Colombia.rrss

“Está loca”, gritaron unos. “Eso es imposible”, dijeron otros. Y así, con meros calificativos y poco análisis, se pasó la página de la invitación al decrecimiento económico e industrial que lanzó la ministra de minas de Colombia, Irene Vélez, en medio de un congreso que reunía a todos los protagonistas del sector minero energético.

Hay que reconocer que a los que lanzaron tales expresiones no les falta razón, pero a la ministra tampoco. El problema es que nos acostumbramos a entender las leyes de la vida y de los negocios como algo inmutable y definitivo: si tengo una tienda, el próximo año quiero vender más que el presente; si vendo automóviles, el mes entrante quiero poner en las calles más coches que el pasado; si tengo vacas, en unos años espero que mi hato sea más grande y así tener mayor producción y de paso ganancia. En fin, las leyes del mercado y de los negocios son así: hay que producir más y vender más para generar más riqueza. Todo es transparente.

El lío es que vivimos en un planeta finito, con recursos finitos, mientras nosotros aspiramos a lo infinito. Basta con analizar la pantalla que usted tiene al frente. ¿Hace cuánto compró ese celular? ¿Cuántos años tiene el computador o la tableta en cuya pantalla brillan estas letras? ¿Ha pensado en cambiarlos? No se preocupe que si no ha pensado en una renovación de equipos estos al cabo de unos años serán tan lentos e imposibles de actualizar que igual tendrá que hacer el cambio. Entonces, ganará el fabricante, ganará el distribuidor, ganará usted (porque queda con nuevo aparato), pero una vez más habrá perdido el planeta. ¿Y por qué habrá perdido? Por que recursos finitos como los minerales necesarios para hacer estos equipos se van agotando poco a poco, mientras en el proceso minero se contaminan tierras y ríos, y su viejo celular se convierte en basura electrónica de la que poco se podrá reciclar, mientras la carcaza de su computador será simple plástico que irá a contaminar más nuestro mundo.

Estamos en camino a un suicidio colectivo, otra cosa es que no queremos aceptarlo.

En Europa acaban de pasar por un verano que secó ríos y dejó a las represas en niveles históricamente bajos. En China hace unas semanas estaban enfrentando las peores inundaciones en décadas. Los glaciares en los cascos polares se están descongelando. Nuestros páramos tienden a desaparecer. Y la lista de los síntomas de la hecatombe, que en un siglo o menos todos en este mundo tendremos que vivir, continúa con más y más situaciones extremas.

Me han dicho loco por recomendarle a mis amigos que no tengan hijos, pues en mi opinión estos tendrán que vivir en un planeta que se parecerá más a una pesadilla. El agua no será de tan fácil acceso. No habrá abundancia de alimentos. Cada vez habrá más y más zonas convertidas en desiertos o sitios completamente inhóspitos. Ciudades desaparecerán, mientras que nuevas enfermedades harán su aparición. Vivir, o más bien sobrevivir, no será fácil.

Los optimistas creen que la ciencia logrará detener esto. Pero soy pesimista: si la ciencia no ha detenido el alzheimer, ¿cómo va a contener la inercia del crecimiento sostenido y obligado que conscientemente hace que vayamos camino al abismo? No solo es cuestión de carros eléctricos y de veganismo. Hay mucho más que hacer, pero sobre todo entender que el camino del calentamiento global que hoy estamos andando es el del suicidio, así nos cueste aceptarlo.

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