Txelu Fernández, plata terapéutica
El gran maestro español, de 68 años, es subcampeón del mundo de veteranos cinco meses después del fallecimiento de un hijo
De las tres medallas logradas por ajedrecistas españoles en 24 horas, la de Txelu Fernández es la más significativa y meritoria. El vizcaíno, de 68 años, residente en Tenerife desde 1982, culmina una vida dedicada al ajedrez como subcampeón del mundo de mayores de 65 en Assisi (Italia) cinco meses después de perder a uno de sus dos hijos. Su biografía es un ejemplo de tenacidad para convertir una pasión en profesión.
Hace medio siglo, el padre de Txelu, pediatra, veía la luz encendida hasta altas horas de la madrugada en la habitación de Txelu en la casa familiar de Portugalete (Vizcaya). Eso le satisfacía porque daba por seguro que su hijo se esforzaba en sus estudios de Medicina para sucederle en su consulta privada. La realidad era muy distinta: aquel universitario había sido inoculado relativamente tarde por el veneno del ajedrez (en 1972, como millones de personas en todo el mundo, por el enorme atractivo del duelo Spassky-Fischer por el título mundial) y devoraba libros técnicos, a veces hasta el amanecer.
“Yo sentía un placer muy grande cuando estudiaba libros de ajedrez, y no me pasaba nada parecido con los de medicina. De modo que decidí ser coherente, aunque ello implicara un disgusto para mis padres, y les dije que me iba, comprometiéndome a vivir con mis propios recursos, porque éramos siete hermanos, y yo no quería quitarles nada”, recuerda el 2º de los siete Fernández. “Pero además de tenacidad”, añade, “es justo subrayar que también tuve suerte”.
Quienes le conocen desde entonces matizan que esa suerte fue buscada y muy luchada. Primero en Cataluña, jugando cuantos torneos podía y entrenando muchas horas en el histórico club Unión Graciense (UGA), donde fue compañero de equipo del mítico Arturo Pomar. Es sin duda cierto que tuvo fortuna en el sorteo del servicio militar porque le tocó Alicante, lo que le permitió fichar por el club de la Cafetería Peret, cuyo dueño, Pepe Molina, servía el desayuno cada mañana al gobernador militar. Ello hizo posible que el destino de Fernández fuera el de policía militar, con tardes libres para entrenar y abundantes permisos para jugar Campeonatos de España.
De todos los lances de la vida, el más influyente fue enamorarse de una ajedrecista, Marta Mendoza, con quien se fue a vivir a Tenerife en 1985. Además de dos hijos y tres nietos, esa mudanza se tradujo en un trabajo como entrenador de los sub 18 y director-presidente del Club de Ajedrez Caja Canarias que ya dura 35 años, primero en su Obra Social y luego en la Fundación.
A esos saltos de caballo en cuanto al lugar de residencia hay que añadir muchas diagonales de alfil para jugar innumerables torneos por medio mundo, que se reflejan en un brillante palmarés. Dos veces campeón de España absoluto, en 1989 y 2001 (compartido con Miguel Illescas), cuádruple subcampeón (1977, 1978, 1985 y 1995), seis Olimpiadas con la selección española (defendió el primer tablero con éxito en la Dubái, 1986) y numerosas victorias o actuaciones brillantes en torneos internacionales.
De estos últimos tiene un recuerdo muy intenso de su triunfo en el Radio Rebelde de La Habana (1985): “Porque gané las seis primeras partidas, por el magnífico ambiente del ajedrez en Cuba y porque ese éxito fue decisivo para obtener el título de gran maestro”. También de su primer premio compartido con el excampeón del mundo Vasili Smyslov en el torneo homenaje a Miguel Najdorf de Buenos Aires (1990): “Najdorf era un personaje único, inolvidable, y empatar en el primer puesto con una gloria del ajedrez como Smyslov fue un gran honor”.
Pero el torneo que más le impactó fue el de Yurmala (Letonia, entonces Unión Soviética), de 1983. Por varias razones: “Comprendí la enorme importancia del ajedrez en la URSS cuando me recibieron a pie de avión con un ramo de flores y un coche negro oficial. Quizá eso me inspiró para jugar muy bien y terminar 4º en un torneo muy fuerte, por delante del excampeón del mundo Mijaíl Tal, otra leyenda sagrada con quien pude convivir”. Y una curiosidad: “En aquel torneo, Alexéi Shírov, luego subcampeón del mundo y ciudadano español, era uno de los chicos que manejaban los tableros murales para que el público pudiera seguir las partidas en directo”.
¿Le queda alguna espina clavada de sus años en la alta competición? “Tendría que haberme entrenado más para saber exactamente cuál era mi techo, hasta dónde hubiera podido llegar. Pero tampoco me mortifico por eso, porque cuando lo prioritario es ganar dinero para mantenerte no puedes concentrarte solo en tu entrenamiento”.
Cuando se le pregunta por todo lo que le ha enseñado el ajedrez, Txelu destaca en primer lugar: “A vivir con la derrota”. Quizá esté ahí la clave de la enorme entereza que mostró desde el primer momento tras el fallecimiento de su hijo Borja, el pasado junio. Y también que la derrota del jueves, en la antepenúltima ronda del Mundial de Veteranos ante el británico John Nunn (luego campeón) no afectase a la calidad de su juego en las dos últimas jornadas: “En lugar de buscar siempre el mejor movimiento y el juego brillante, di prioridad a hacer buenas jugadas sin gastar muchos minutos, porque los apuros de tiempo me hacen sufrir una barbaridad. Y funcionó muy bien”.
Contrariamente al Mundial Rápido de Naciones en Jerusalén, donde España ganó el bronce y Miguel Santos la plata individual, en Assisi estaban casi todos los mejores del mundo (los rusos pueden jugar con la bandera de la Federación Internacional) mayores de 65 años con buena salud, lo que realza el método de Fernández, cuya siguiente decisión importante, en pocos meses, será jubilarse o seguir trabajando. Pero, en ambos casos, otros valores que también ha aprendido del ajedrez seguirán siendo igual de válidos: “Buscar en el estudio mi superación personal. Conocer muchas personas de muchos países y regiones diferentes ha sido muy importante para mí. Y siempre voy a luchar por superarme, suceda lo que suceda”.
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