El nuevo astro del ajedrez que renegó de Irán
Firouzja, segundo del mundo a los 18 años, ahora francés, se hartó de que le obligasen a perder por incomparecencia con israelíes
Su juego y resultados a los 18 años son similares a los del actual campeón, el noruego Magnus Carlsen, a la misma edad (este domina por 6,5-3,5 el Mundial de Dubái contra el ruso Ian Niepómniashi a falta de cuatro partidas; este viernes se juega la 11ª). E incitan a etiquetarlo como genio, con mayúsculas. Alireza Firouzja, segundo del mundo desde el pasado día 1, nacionalizado francés, refleja las consecuencias deportivas de la teocracia iraní: el ajedrez fue prohibido tras la revolución de 1979; luego muy fomentado, con gran producción de talentos; pero estos son obligados a perder por incomparecencia si les toca enfrentarse a un israelí. Firouzja se hartó y renegó de su país, en 2019.
“Mi objetivo es ser campeón del mundo. No me pongo fecha para ser candidato; dependerá de la velocidad a la que vaya progresando”, dijo Firouzja a EL PAÍS en la ciudad siberiana de Janti Mansiisk (Rusia) en septiembre de 2019. Tenía 16 años, venía asombrando desde los 12 y sus partidas producían una sensación muy especial, casi única. El ajedrez es, junto a la música y las matemáticas, la actividad que produce más niños prodigio. Pero este no era uno más: recordaba a los mayores genios del siglo XX: el cubano José Raúl Capablanca (campeón de 1921 a 1927), el estadounidense Bobby Fischer (1972-1975), y los soviéticos Anatoli Kárpov (1975-1985) y Gari Kaspárov (1985-2000); así como a Carlsen (campeón vigente desde 2013), cuya curva de progresión desde los 12 años a los 18 fue muy similar a la del persa.
Firouzja volvió a asombrar hace tres semanas en Catez (Eslovenia), donde su formidable actuación dio la medalla de plata del Europeo de Naciones a Francia en su estreno con esa selección. Y él saltó al segundo puesto de la lista mundial. Es verdad que aún muestra lagunas en algunas facetas del juego (aperturas, finales muy técnicos, gestión del tiempo) que otros miembros de la élite no tienen, pero también es cierto que en los últimos meses ha mejorado bastante en esos tres ámbitos.
Para ser aspirante al trono a primeros de 2023 tendrá que superar un obstáculo durísimo: ganar el Torneo de Candidatos a mediados de 2022 (quizá en Madrid, si en las próximas horas se confirma una candidatura cuyos detalles no se han desvelado todavía). Aunque la sensatez invita a situarlo como retador más bien en 2025, incluso Carlsen lo vislumbra ya para 2023: “Basta con mirar sus números y su trayectoria. Pero es que yo además he jugado ya muchas partidas contra él, sobre todo rápidas, pero también al ritmo clásico, y puedo dar fe de que su talento es inmenso. Si él sigue subiendo al mismo ritmo, está claro que mi situación ya no será tan cómoda como ahora”, dijo a este periódico el pasado día 24. Pocos días después, la mejor jugadora de la historia, la húngara Judit Polgar, se expresó en la misma línea: “Alireza me recuerda a Magnus a la misma edad. Todos vemos que aún tiene lagunas, pero con ellas ya ocupa el segundo lugar del mundo, lo que nos indica su gigantesco potencial”.
Cabe preguntarse si no hubiera llegado aún más rápido tan arriba de haber tenido una vida tranquila y un entrenamiento bien planificado con un técnico de primera fila mundial. Nadie le ha visto viajar con un entrenador, solo con su padre. Da la impresión de que es casi un autodidacta —aunque sí se sabe que ha trabajado con algún gran maestro esporádicamente—, y de que ha invertido mucho tiempo, quizá demasiado, en jugar por internet en la modalidad de partidas relámpago o bala (un minuto para toda la partida), donde su talento deslumbra aún más que en las partidas lentas.
El gran maestro Bachar Kouatly, expresidente de la Federación Francesa de Ajedrez, quien le ayudó en los momentos más críticos de su vida hasta ahora, señala: “Gracias a internet, Alireza ha jugado ya más partidas en 18 años de vida que la suma de todos los campeones del mundo de la historia a lo largo de sus vidas. Por eso es previsible que los campeones del mundo sean cada vez más jóvenes”.
Kouatly, hoy presidente adjunto de la Federación Internacional (FIDE), también da pistas sobre la ayuda que puede estar recibiendo Firouzja ahora, tras año y medio de cierta parálisis: “La Federación Francesa no puede ayudarle económicamente. Pero él sí cuenta con el mecenazgo de algunas entidades privadas. Además, vive en Chartres, donde el ajedrez es muy apoyado por el Ayuntamiento, y en cuyo equipo están dos grandes maestros veteranos muy ilustres, el ucranio Vasili Ivanchuk y el estadounidense Gata Kamsky”.
Firouzja simboliza muy bien las contradicciones enormes de Irán. Casi dos tercios de sus 83 millones de habitantes son menores de 30 años, con un índice de mortalidad bajo y una cultura muy alta (en proporción a otros países musulmanes), pero con un Gobierno teocrático y radical. El imán Jomeini prohibió el ajedrez tras la Revolución de 1979, agarrándose a las interpretaciones más radicales del Corán (en la Edad Media, el ajedrez era un juego de apuestas y a veces se practicaba con dados; esas escuelas coránicas prohíben los juegos de envite y azar). Pero diversos intelectuales le convencieron de que rectificase pocos años antes de morir, en 1989.
Desde entonces, La Federación Iraní de Ajedrez ha hecho un trabajo ejemplar. El fruto de ello no es solo Firouzja: hay al menos otra media docena de iraníes jóvenes de gran talento, aunque no tan gigantesco como el del ahora francés. Cuando Firouzja comenzó a brillar internacionalmente, no pudo evitar el amargo trago al que Irán y otros países radicales obligan a sus deportistas de élite: perder por incomparecencia si les toca enfrentarse a un israelí. Le ocurrió un par de veces, y pronto dejó clara su opinión sobre ello, sin expresarla verbalmente, pero haciendo algo escandaloso en el torneo de Karlsruhe (Alemania) en 2019: al día siguiente de su derrota sin jugar frente a un israelí, Firouzja cometió un supuesto error de principiante para perder ante una rival de categoría muy inferior, la alemana Antonia Ziegenfuss.
A finales de ese año llegó la gota que desbordó el vaso de su paciencia, en el torneo Sunway de Sitges (Barcelona). Otros dos jóvenes astros iraníes, Parham Maghsoodloo y Amin Tabatabaei, de 18 años entonces, se enfrentaron (y vencieron) durante un torneo nocturno de partidas relámpago (cinco minutos por jugador) al israelí Ido Gorshtein, de 17. No fue un acto de rebeldía, sino un simple descuido: en ese tipo de torneos, las rondas se suceden a gran velocidad; ese día en concreto, y debido al fallo de una impresora, que causó una pérdida de tiempo, los árbitros decidieron que se jugase sin banderas para recuperarlo, y algunos participantes no se enteraron de la nacionalidad de su contrincante de turno. La reacción del Gobierno iraní fue contundente: a su regreso a Teherán, Maghsoodloo y Tabatabaei fueron exhaustivamente interrogados por la policía en un lugar secreto. Y aunque era evidente que había sido un despiste, Irán retiró a todos sus jugadores inscritos en el inminente Mundial de partidas rápidas de Moscú.
Firouzja dijo basta, se escapó de Irán a Francia con su familia, jugó ese Mundial con la bandera de la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE) y logró la medalla de plata, solo superado por Carlsen. En su conversación con EL PAÍS tres meses antes, contestó así a la pregunta de cuál era su horario en un día normal, en casa: “Desayuno, ajedrez, ajedrez, ajedrez; almuerzo, ajedrez, ajedrez, ajedrez; ceno, y a dormir”. Aunque matizó que cuida mucho su preparación física, nadando, y que esta le ayuda también a mantener una estabilidad psicológica. “Además, buscar siempre el mejor movimiento en cada posición, sin pensar en los resultados, también contribuye mucho a que mi sistema nervioso permanezca estable”. Y no hay indicio alguno de que su régimen de vida haya cambiado lo más mínimo en los últimos dos años.
Suscríbete al boletín semanal ‘Maravillosa jugada’, de Leontxo García
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.