Condenado a 302 años el maestro de kárate que abusaba de sus alumnos
La sentencia del 'caso Kárate' tilda de depredador sexual a Torres Baena El tribunal condena a sus dos cómplices a 126 y 148 años pero absuelve al cuarto imputado Convencía a los menores para que mantuvieran sexo con él, con dos entrenadoras y entre ellos El presunto pederasta utilizaba "técnicas de manipulación psicológica", según el tribunal
Era el sensei. El maestro. La persona docta o el hombre sabio cuyo criterio y órdenes no se cuestionan. Ni en el tatami ni fuera de él. Aprovechándose de esa posición jerárquica, de su gran prestigio nacional e internacional como entrenador de kárate —cinturón negro sexto dan, mentor y valedor de campeones con cargos en las federaciones de Gran Canaria y española—, Fernando Torres Baena, de 57 años, abusó durante años de decenas de discípulos que entrenaban en su gimnasio y a los que convencía con una mezcla de engaños y castigos para que mantuvieran relaciones sexuales con él, con otras dos entrenadoras de ese centro deportivo y entre ellos mismos. Ayer, la Audiencia de Las Palmas lo condenó a 302 años de cárcel por 37 delitos de abuso sexual y otros 13 de corrupción de menores. Sus cómplices, las también profesoras María José González Peña e Ivonne González Herrera, de 35 y 33 años, fueron sentenciadas a otros 148 y 126 años respectivamente.
La sentencia relata como Torres Baena, al que califica de “depredador sexual”, se valió de María José e Ivonne para diseñar una red de captación. Una “tela de araña”, dicen los magistrados para atraer menores al gimnasio desde otros centros deportivos donde estas daban sus clases. Una vez allí, el maestro, pero también sus dos cómplices, daban largas charlas a los niños —la mayoría recién entrados en la adolescencia aunque también los había aún menores— de contenido erótico. Les hablaban de las bondades del sexo y les animaban a practicarlo. En todas sus variedades. Con personas del mismo sexo y del contrario. En pareja o en grupo. Entre ellos, con sus entrenadores...
Se trataba, según los magistrados, de “técnicas de manipulación psicológica” depuradas durante años. El sensei y sus colaboradoras, aprovechándose de la autoridad espiritual sobre sus pupilos que tienen los maestros en las artes marciales, les explicaban que, mediante el sexo, se convertirían en mejores luchadores y karatekas de éxito y se ponían como ejemplo. A ellos mismos y a otros alumnos de los que ya abusaban. Se presentaban ante sus futuras víctimas como su verdadera familia, tratando de distanciarlos de las normas y las prohibiciones de sus padres que tanto molestan a los chicos de esa edad... Hasta que lograban el primer roce. El primer beso.
Una vez rota esa barrera el objetivo que planteaba el pederasta a los chicos era formar parte de “los elegidos”; de “la élite”. Ese grupo selecto que participaba con los condenados en auténticas orgías en El Edén —el chalé que Torres Baena tenía en la playa de Vargas, en el municipio de Agüimes—. A El Edén solo estaban invitados los menores más sometidos a los dictados sexuales del entrenador. Aquellos a los que había convencido para que saludaran —a él, a sus cómplices o al resto de alumnos— con un beso en la boca. A los que ya había logrado someter, por ejemplo, en el altillo del gimnasio. En esas fiestas, el maestro les obligaba de nuevo a mantener sexo con él, con María José e Ivonne (que según algunos testigos se paseaban desnudas por la casa), con otros alumnos del gimnasio, en tríos, en grupo...
Los relatos de las víctimas son escalofriantes. Uno de los chicos relató como Torres Baena le daba charlas y más charlas de contenido sexual en las que, además, le inculcaba de manera salvaje el deber de obediencia al maestro. El adolescente, que tenía en ese momento 15 años, contó como, en una ocasión, llegó a ser obligado a correr a cuatro patas de un lado al otro del tatami como si fuera un perro para mostrar su absoluta lealtad. Cuando la logró, Torres Baena le obligó a masturbarle y a mantener sexo oral y anal con él. Después le conminó a acostarse con las otras dos profesoras, 13 y 15 años mayores que él.
“Una vez en ese mundo solo conocía eso”, declaró la víctima, que aseguró que durante los dos años en que sufrió los abusos, estaba obsesionado con el kárate. “Era como si estuviera solo, no tenía amigos fuera”, añadió. Para el tribunal —formado por Emilio Moya (presidente), Salvador Alba y Carlos Vielba— ese testimonio demuestra “la desconexión, la ruptura afectiva, emocional y social con el exterior a la que Torres sometía a sus alumnos”.
De esta trama de pederastia, una de las más importantes destapada en los últimos años y que ha dejado graves secuelas psicológicas en las más de 40 víctimas, queda liberado el cuarto acusado, Juan Luis Benítez, otro de los entrenadores del gimnasio de Torres Baena, por falta de pruebas. Para el presidente del tribunal, Emilio Moya Valdés, sin embargo, esas pruebas sí existían, como ha dado a conocer en un voto particular en el que estimaba que el exculpado debía haber sido condenado a 20 años por supuestos abusos sexuales a tres niñas. El proceso, que se inició el pasado tres de mayo, se prolongó hasta diciembre. Con la sentencia, el principal escenario de los crímenes, el gimnasio Torres Baena, ha quedado clausurado. La última palabra la tiene el Supremo.
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