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¿A qué se debe la caída de Ciudadanos en las elecciones?

Ocho expertos de Agenda Pública dan los motivos sobre la debacle de la formación que lideraba hasta este lunes Albert Rivera

Ocho analistas de Agenda Pública explican para EL PAÍS las razones de la debacle electoral de Ciudadanos, cuyo líder, Albert Rivera, ha dimitido este lunes y ha anunciado que abandona la política. En poco más de seis meses, Ciudadanos (Cs) ha visto desvanecerse el capital político ganado en abril, cuando rozó el sorpasso al PP y se convirtió en tercera fuerza en el Congreso de los Diputados, con 57 escaños. En un hundimiento solo superado por el de la UCD en 1982, el partido se ha dejado cuatro de cada cinco asientos, hasta sumar solo 10 diputados.

¿Por qué se hundió Ciudadanos?

Ignacio Molina

Profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid e investigador principal en el Real Instituto Elcano

No es fácil ser partido de centro. Y no es fácil porque el zoon politikón (animal político) que somos tiende a la competición, a distinguir amigos de enemigos cuando toca votar. Con esas premisas, y con una estructura electoral que sigue basculando nítidamente sobre el eje izquierda-derecha, los dos grandes partidos de cada lado del espectro tienen las de ganar porque ofrecen respuesta a nuestro instinto de identificación con un bando y a la vez, como explicó Anthony Downs, son capaces de achicar el espacio de los moderados en un desplazamiento que acaba por captar a la mayor parte del votante mediano. El sesgo mayoritario del sistema electoral completa el trabajo y por eso la UCD de 1982, el CDS a principio de los noventa o más recientemente UPyD fracasaron.

Pero Ciudadanos supo ver su oportunidad para crecer como partido liberal, regeneracionador y constitucionalista cuando el escenario se trastocó tanto a partir de 2012. El unilateralismo independentista, la aparición de Podemos, el desconcierto socialista y la corrupción del PP fueron una constelación de factores única. En esa coyuntura podía haber optado por asumir un papel de pívot, reemplazando en esa función a la denostada Convergencia, y aspirar a convertirse en pieza muy influyente de cualquier mayoría de Gobierno (negociando a izquierda y derecha reformas pragmáticas, entre las que se incluyese un reforzamiento de la proporcionalidad del sistema electoral para evitar el retorno del bipartidismo). Pero pensó que, como bisagra, estaba condenada a la misma suerte que los liberales alemanes, británicos o suecos (no más de entre el 5% y el 15% del voto). Rivera soñó entonces con ser Emmanuel Macron, pero sin su talento, sin presidencialismo a doble vuelta y sin ni siquiera distanciarse de la derecha eurófoba. Y el resultado es parecido al de los partidos centristas del sur de Europa (Portugal, Italia o Grecia) que ni gobiernan, ni influyen, ni existen.

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El ocaso de un partido carismático

Astrid Barrio

Profesora de Ciencia Política en la Universidad de Valencia.

Ciudadanos es el partido que pudo tenerlo todo y que por un exceso de ambición y un terrible error de cálculo de su líder ha quedado reducido a la irrelevancia. En abril, sus 57 diputados permitían una sólida mayoría parlamentaria con el PSOE, una notable influencia en las políticas y una posición relevante de Albert Rivera en el Gobierno. De haberse materializado el acuerdo, se hubiera satisfecho la máxima aspiración de un partido que es gobernar. Un objetivo que quedó supeditado a la expectativa, infundada desde la moción de censura, de superar al PP y convertirse, en el mejor de los casos, en el principal partido de la oposición. Un comportamiento a todas luces irracional desde la perspectiva de los objetivos del partido que solo se explica por la sumisión del mismo a su líder, algo propio de la política moderna y en especial de los partidos de naturaleza carismática.

La débil institucionalización de este tipo de partidos hace difícil su supervivencia más allá de su líder fundacional. El partido construido a imagen y semejanza de Albert Rivera se ha revelado como una formación inútil para la gobernabilidad y ante la expectativa de ser solo un partido de protesta el electorado parece haber optado por el partido que protesta más alto. El asalto de Ciudadanos al centro no era para ejercer de partido tribunicio, era para gobernar. Y sin esa perspectiva a corto plazo está condenado no solo a la irrelevancia, sino posiblemente también a la desaparición.

"En política no existe un extremo centro" 

Juan Rodríguez

Profesor de Ciencia Política de la Universidad de Valencia

Ciudadanos llegó a la política española desde Cataluña con una doble promesa: moderar la política española y sustituir a los nacionalismos periféricos, ejerciendo de actor bisagra entre PP y PSOE. Empezó a hacerlo en las autonomías, lo trasladó luego sin éxito al pacto con el PSOE en febrero de 2016 y lo materializó con Mariano Rajoy a finales de ese mismo año. 

Pero en 2017, Ciudadanos cambió este esquema con una hipótesis alternativa: remplazar al PP como gran partido de centroderecha. Necesitaba dos palancas: mantener un nivel elevado de polarización sobre el eje nacional, alimentado por la crisis catalana, y extender territorialmente una organización que disputara al PP su electorado más fiel. Una combinación que exigía tiempo, mientras que las encuestas le elevaban hasta cerca del 30% en la primavera de 2018. Rajoy podría haber pinchado aquel globo —con un alto riesgo ya para el PP—, pero fue Pedro Sánchez quien trajo el cambio político con una coalición parlamentaria heterogénea de la que Ciudadanos, aplicando la coherencia con su nueva estrategia, decidió excluirse.

Aquel fue su primer error estratégico. Y el inicio de la decadencia. Con el PP fuera del poder, el precario encaje de bolillos de su arriesgado plan se convirtió en insostenible: ahora no competía con el PP por encabezar el Gobierno, sino la oposición. Y la polarización sobre Cataluña alimentaba una opción aún más radical en el eje nacional. Ciudadanos aún tuvo tres oportunidades para cambiar el plan, posibilitando mayorías alternativas locales en Madrid o Barcelona, formando Gobierno con Susana Díaz en Andalucía o con Sánchez en La Moncloa. Pero rechazó las tres, dando todo el protagonismo a Vox y a los independentistas, y renunciando con ello a su doble promesa. Y consecuentemente, sus votantes le han abandonado. En política no existe el extremo centro.

¿Una reconstrucción del partido?

Luis Cornago

Analista de riesgo político en Teneo

El batacazo electoral de Ciudadanos este domingo fue la confirmación de un descenso paulatino que se inicia con la llegada de Pedro Sánchez al Gobierno en junio de 2018. Unas semanas antes de la moción de censura, el promedio de encuestas en España situaba a Ciudadanos a la cabeza con un 25% de los votos. En las elecciones del 10-N, Ciudadanos perdió algo más de 2,5 millones de votos, pasando de 57 a 10 escaños; de casi el 16% de los votos el 28 de abril a no llegar al 7%. ¿Cómo ha sido posible?

Por un lado, el electorado de Ciudadanos siempre estuvo particularmente dividido en torno a la política de pactos, con cerca de una mitad de sus votantes que prefería un pacto con Pedro Sánchez después del 28 de abril. La negativa de la dirección de Ciudadanos a un acuerdo con el PSOE, al que situaban desde la moción de censura fuera del consenso constitucionalista, habría ido alienando poco a poco a su electorado más moderado. Además, este electorado habría echado cada vez más de menos las propuestas económicas de corte socioliberal que caracterizaban al partido allá por 2015, así como una visión más tecnocrática y pragmática de la política.

En segundo lugar, la emergencia de Vox hizo que Ciudadanos dejase de ser el principal beneficiado de la polarización identitaria causada por la cuestión catalana. En los meses posteriores al 1 de octubre de 2017, Ciudadanos logró ascender hasta 10 puntos porcentuales en las encuestas, ya que era percibido por una parte importante del electorado como el partido mejor capacitado para hacer frente al envite independentista. Esto se habría esfumado con el crecimiento de Vox, un partido que se alimenta todavía más de una polarización creciente y cuyas propuestas son atractivas para los sectores más exacerbados del nacionalismo español.

Originalmente, los acontecimientos en Cataluña permitieron a Ciudadanos soñar con el Gobierno de España. Paradójicamente, las consecuencias de la vigorización del conflicto catalán han llevado al partido al borde del precipicio, visibilizando sus dilemas y sus contradicciones. La pregunta ahora es si todavía están a tiempo de reconstruir el partido y volver al pragmatismo.

La extraña habilidad de convertir los éxitos en un rotundo fracaso

Cristina Monge

Politóloga

La debacle de Ciudadanos difícilmente puede explicarse por una sola causa. Si atendemos a los movimientos concretos habría que remontarse a las elecciones catalanas en las que, siendo primera fuerza, ni siquiera intentaron articular ningún tipo de acuerdo ni presentarse a la investidura. Más de un millón de catalanes que confiaron en ellos vieron frustradas sus expectativas, convirtiendo el éxito en un fiasco. Sin embargo, el protagonismo que la tensión territorial ha adquirido en España les llevó a hacer de este asunto buena parte de su razón de ser, aunque carecieran de una propuesta capaz de solucionar el conflicto. Lo equívoco de la estrategia se comprobó en la foto de Colón, símbolo de toda una serie de espejismos letales.

Paralelamente, la formación naranja ha ido derechizando su discurso en la práctica totalidad de temas clave, algo que el electorado percibió claramente. En la escala de ubicación ideológica de 0 a 10, donde 0 es la extrema izquierda y 10 la extrema derecha, Ciudadanos ha pasado en apenas cuatro años de situarse en el 6 pelado a acercarse al 7,5.

En este contexto, el buen resultado de Rivera la noche electoral del 28 de abril se acabó convirtiendo en otra trampa. Decidió renunciar a ser ese partido liberal homologable a la derecha moderna europea, capaz de actuar de bisagra pactando a ambos lados del tablero, para pujar por liderar el bloque conservador. Apenas 220.000 votos le separaban del Partido Popular y la tentación del sorpasso era demasiado fuerte.

La política es cualquier cosa menos fácil, e interpretar los escenarios y los electorados en tiempos cambiantes es cada vez más difícil. La ejecutiva liderada por Rivera olvidó que el espacio ideológico en el que se habían situado progresivamente y que confirmaban con esa decisión ya no era el de la disputa por el electorado liberal, centrista, europeísta y moderado, sino el de la derecha más extrema, un lugar en el que no nacieron, ajeno a buena parte de su electorado y en el que son otros los que tienen el marchamo de la autenticidad. La crisis interna hacía presagiar lo peor, pero en situaciones difíciles los partidos tienen mucha dificultad para interpretar las señales y suelen optar por enrocarse.

Tuvo la oportunidad y la rechazó

Elena García Guereta

Profesora de Ciencia Política en la Universidad Complutense de Madrid

Ciudadanos nació en Cataluña como un partido ideológicamente moderado pero radicalmente antinacionalista. Y entró en la arena política nacional con una doble misión, urgente para muchos españoles de centro que se habían distanciado de los partidos tradicionales. Tenía dos objetivos esenciales: uno, hacer frente al nacionalismo catalán, tanto en Cataluña como en España. Dos, regenerar la vida política, luchando contra la corrupción y aportando equipos de brillantes profesionales capaces de gobernar con eficacia y moderación.

Su misión estaba muy clara. Como partido antinacionalista y de centro, debía contribuir a formar Gobiernos estables en España y sus comunidades autónomas, y a la vez, impedir la excesiva influencia que el nacionalismo catalán ha tenido históricamente en los Gobiernos de España. Y debía aportar transparencia, diligencia y eficacia a esos Gobiernos.

Quienes esperaban esto de Cs se han visto completamente defraudados: ha tenido la oportunidad de contribuir a la formación de un Gobierno moderado y no nacionalista, y de convertir a los nacionalismos radicales en irrelevantes para la gobernabilidad de España. Ha podido integrar un Gobierno eficaz y no corrupto. Y no solo ha rechazado esa oportunidad, es aún peor: se ha permitido el lujo de no explorarla. Eso le ha costado durísimas críticas internas y muchos abandonos de algunos de los más prestigiosos miembros de su partido. Buena parte de sus votantes han seguido a esos dirigentes y abandonado el barco.

Ya dijo Downs que los partidos deben ser fiables y responsables si quieren lograr la lealtad de sus votantes. Ciudadanos no ha sido ni o uno ni lo otro. Siendo un partido nuevo, sin casi electores leales o identificados, la diferencia entre su proceder y el suicidio político es escasa.

Porque Cs ha tenido la oportunidad de cumplir casi íntegramente los objetivos para los que nació. Y la ha rechazado. Ha subordinado todo a un nuevo objetivo: lograr el liderazgo de la derecha. Y eso no podía salirle gratis. Lo sorprendente, más que su debacle, ha sido su resistencia: ha conseguido retener al 39% de quienes le votaron el 28 de abril.

Un derrumbre espectacular

Emma Cerviño

Doctora en Ciencia Política por la Universidad Autónoma de Madrid

A pesar de que todos los pronósticos vaticinaban su caída, lo cierto es que su derrumbe ha sido tan espectacular, y en un período de tiempo tan corto, que se convertirá en uno de los elementos de análisis de la ciencia política en los próximos tiempos. Muchos son los factores a tener en cuenta para explicar este resultado. Aquí presento algunas hipótesis.

Desde el lado de la oferta (estrategia): Ciudadanos decidió romper su estrategia renovadora (frente a la corrupción) y su papel bisagra frente al independentismo. Un cálculo que, aunque chocante, podría ser racional para liderar la derecha en virtud de los pronósticos electorales. Sin embargo, los resultados de las elecciones del 28-A no fueron los esperados. El cortejo al votante de derechas fue insuficiente. A pesar de lo cual, Ciudadanos siguió apostando por mantener la lógica de bloques, incluso a costa de la marcha de líderes importantes del partido. ¿Por qué? A modo de hipótesis cabe pensar que las dinámicas organizativas y estratégicas generadas hasta el momento eran difíciles de cambiar en un espacio de tiempo corto, más aún con una estructura organizativa que ha limitado el contrapeso del bloque crítico.

Desde el lado de la demanda (votantes), la distribución de bloques apenas ha variado, lo que vendría a indicar que la caída de Ciudadanos proviene de una fuga de sus votantes a otros partidos del bloque de la derecha. ¿Por qué? Tras la renuncia al centro, otras opciones resultarían más eficientes: frente al independentismo (que a priori parecía favorecerle), había una alternativa más dura y enérgica (Vox). Para los más moderados y defraudados por la renuncia a la estrategia de renovación de Ciudadanos, el reagrupamiento en torno al PP. En un contexto de fragmentación de partidos, la penalización es menos costosa. Todo ello en un sistema electoral como el español que penaliza enormemente a los partidos pequeños de ámbito nacional.

Un partido arrinconado por el centro y por la derecha

José Rama

Doctor en Ciencia Política por la Universidad Autónoma de Madrid

En cuatro años Ciudadanos ha pasado de ser uno de los partidos que las encuestas apuntaban como primera, segunda o tercera fuerza a estar por detrás de ERC, al quedarse con tan solo 10 escaños. Desde las elecciones generales de 2015 el partido ha cambiado mucho. Ha pasado de ser la formación de la regeneración democrática, las clases medias y los autónomos, a considerarse, principalmente, el partido de la crispación en torno al conflicto catalán.

Así, si la estrategia de competir centrándose en el conflicto territorial funcionó en elecciones autonómicas catalanas, ahora, en generales, los ha dejado como sexta fuerza. El viraje discursivo de Ciudadanos ha sido muy acusado: de pactar un Gobierno con Sánchez a establecer un cordón sanitario a los socialistas. El fallo de Ciudadanos ha estado en no confiar en una estrategia a largo plazo. El centroderecha podría reportarles una estabilidad electoral con porcentajes de voto moderados pero notables. Sin embargo, la derecha y la radicalización del discurso solo les ha permitido brillar en abril de 2019, para oscurecerse en noviembre.

Ciudadanos pensó que podría competir con Vox en el tema nacional y descuidó el centro del tablero político al tiempo que el PP cambiaba de estrategia (Ana Pastor sustituía a Cayetana Álvarez de Toledo en el debate). Por los dos lados, derecha y centro, fue arrinconado y al estrecharse las paredes terminó asfixiado. Sin duda, la lectura de la campaña de abril a noviembre ha sido completamente errónea.

Solo un cambio de liderazgo mayor, unido con una vuelta a los orígenes, puede hacer que ciudadanos no acabe desapareciendo de la política nacional.

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