“Le dije que era lesbiana. Gritó: ‘¡Qué asco!’ y me soltó una patada”
Historias de agresiones homófobas en uno de los países más tolerantes del mundo
A un chaval le rompen la nariz por llamar “guapo” a otro una noche en el barrio madrileño de Malasaña; dos chicos acaban con fracturas en la cara cuando vuelven de fiesta atravesando la Puerta del Sol. Un hombre es pateado a las 11 de la mañana en Vallecas al grito de “maricón, travesti, sidoso, comepollas”. Eso ocurre una vez cada dos días en Madrid. En lo que va de año, se han producido 98 agresiones en la región, según los datos del Observatorio Madrileño contra la Homofobia, Transfobia y Bifobia.
Sergio es un hombre de 21 años que está detrás de uno de estos ataques. Regresaba a casa el pasado 11 de enero con un amigo de madrugada. En una esquina de Chueca, el barrio más gay de Madrid, un puntapié en la espalda le hizo caer. Oyó “¡maricones de mierda!” y sintió más patadas. “Me golpeé con un pivote metálico y perdí el conocimiento”, rememora ahora. Al despertar ya estaba la policía, que, se lamenta, no alertó a una ambulancia. “Yo creo que no había tanta sensibilidad como ahora, como se han difundido tantos casos…” Su cartera y su móvil habían desaparecido. Su amigo tenía rasguños en la cara. “Me dijeron que los atacantes fueron cuatro o cinco. Siempre me preguntan que si íbamos de la mano o besándonos, pero no, simplemente caminábamos uno al lado del otro”.
Meses después, lo que le queda de aquello a Sergio, que está en paro, es el recuerdo del miedo —que ya ha pasado—, un diente que se le mueve demasiado y los papeles de la denuncia. Los agresores no han sido localizados. Su postura es clara: “Me parece fundamental ir a comisaría. Entiendo que hay temor y vergüenza, pero debemos de intentar que los que nos pegan reciban su castigo”.
Episodios como estos ocurren en uno de los países más avanzados del mundo en aceptación de la homosexualidad (el 88% lo aprueba y solo el 6% la considera inaceptable, lo que sitúa a España a la cabeza en un estudio de Pew Research Center sobre 40 naciones de todos los continentes) y en el que todos los ciudadanos tienen los mismos derechos independientemente de su orientación sexual.
El lado oscuro comienza en la escuela. Más de la mitad de los niños y adolescentes gais, lesbianas o transexuales sufren acoso escolar, según los datos que maneja la Federación Estatal de Lesbianas Gais, Transexuales y Bisexuales (FLGTB). Y el año pasado concluyó con el suicidio de Alan, un transexual de 17 años que padeció varios episodios de vejaciones en su instituto de Rubí (Barcelona), antes de cambiar de centro. Ser homosexual es la mayor causa de acoso en la etapa escolar y quitarse la vida es una idea que maneja también la mayoría de los chicos hostigados por su condición sexual. Una encuesta de FLGTB sobre 700 jóvenes reveló que el 43% había pensado alguna vez el suicidio, el 35% lo había preparado con algún detalle y el 17% lo había intentado en alguna ocasión.
“Realmente no sabemos si hay más homofobia o no. Parece que está aumentando porque aflora más. Hay más gente que la denuncia”, dice un experto
La amenaza continúa cuando se deja atrás el instituto. En 2015 se registraron por el Ministerio del Interior 169 delitos de odio por orientación o identidad sexual, lo que supone el 12,7% de todas las 1.328 vejaciones por estos motivos, siendo las más frecuentes las originadas por racismo o xenofobia (38%). En los dos años anteriores la cifra anotada de ataques homófobos fue muy superior (513 en 2014 y 452 en 2013). El departamento explica que el descenso se debe a que se ha refinado la toma de datos. “Esta circunstancia tiene lugar gracias a la mejora de la formación y sensibilización de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad”, advierten, Además, se han introducido dos nuevos supuestos (ideología y discriminación por sexo/género) que se inscriben aparte.
“La percepción que tenemos es que crecen los ataques y la razón es que los gais somos más visibles, porque sentimos que estamos respaldados legalmente, y los homófobos actúan. Mira lo que ha ocurrido con la exposición sobre el Orgullo Gay en Sevilla”, dice Rubén López, miembro de la asociación LGTB universitaria Arcópoli, la entidad que coordina el observatorio. Una muestra callejera de fotografías tomadas en los festejos de años anteriores en la capital andaluza ha sido criticada por el PP y VOX y una de sus imágenes vandalizada con una frase homófoba.
“Realmente no sabemos si hay más homofobia o no. Parece que está aumentando porque aflora más. Hay más gente que la denuncia”, sostiene Alberto Martín-Pérez, autor principal de los estudios sobre delitos de odio y situaciones discriminatorias de la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Transexuales y Bisexuales (FELGTB). Se han realizado tres hasta el momento, poniendo el énfasis en lo cualitativo, frente a las cifras, aclara Martín-Pérez, responsable de Formación e Investigación Comunitaria de la FELGTB. “En el último estudio, con datos de 2015, han crecido muchísimo las denuncias, del 17% al 44%, y eso es que la gente no está dispuesta a callarse una agresión o quiere buscar ayuda y eso conduce a que se acuda a comisaría por el consejo de quienes les asisten. También sirve que los ataques estén más presentes en los medios de comunicación y sobre todo que se dé la noticia de que los culpables vayan a juicio y sean condenados”.
Pero en los datos del Observatorio Madrileño contra la Homofobia, Transfobia y Bifobia, que ha sido fundado este mismo año, al albur del percibido incremento de agresiones, los ataques no son tan conocidos por las fuerzas del orden. “No llega a un 16% las agresiones que se denuncian”, apostilla Rubén López, “porque se teme que eso signifique que se visibilice la identidad como gay o lesbiana. Otro factor es que no se confíe en los agentes de seguridad”.
Un estudio paneuropeo que entrevistó a casi 100.000 gais, lesbianas, transexuales y bisexuales en 2012 muestra que solo uno de cada cinco agredidos gravemente denunció. La mitad de los que no acudieron a comisaría alegó que no tenía confianza en la policía y un 29% temía una reacción homófoba de los cuerpos de seguridad. Otra de las tareas del Observatorio ha sido formar a policías, tanto municipales como nacionales, para que sepan gestionar las situaciones. “Hemos recibido muy buena respuesta por parte de los denunciantes. Notan que han sido tratados con mucho respeto”, añade López.
Iris, una estudiante de Traducción e Interpretación de 18 años, no denunció, pero anima a que se haga. “Estaba de fiesta con amigas en una discoteca de Madrid, bailando todas en grupo. Se acercó un tío a nosotras e intentó ligar conmigo”, relata por teléfono. “Le dije varias veces que me dejara en paz, que no me interesaba y él insistía”. Optó por contarle que era lesbiana. “Gritó: `¡Qué asco!` Y me soltó una patada en el costado”.
El episodio se saldó sin lesiones y con la retirada del agresor, que aparentaba estar bebido, del brazo de un amigo. Iris, miembro de Arcópoli, lo contó en la asociación. “Yo nunca había sufrido un ataque, pensamos que al final fue un chico que nos molestó. Pero yo animo a la gente a que denuncie para que se vea lo que está pasando”.
Las agresiones que se asoman a la prensa, como los de Sergio e Iris, son ataques en la calle, en la esfera pública, lanzados por personas que no conocen a sus víctimas. Pero en los estudios de la FELGTB surge otra realidad, más preocupante. Lo explica Alberto Martín-López: “En el 44% de los casos los agresores eran conocidos de las víctimas, amigos, vecinos o familiares. En uno de cada tres ataques o situaciones discriminatorias el escenario era en casa, en el barrio o en el portal, es decir, en lugares cotidianos, y en casi la mitad, la violencia o la vejación se repite, se produce de forma reiterada, con lo que eso tiene de planificación”.
En uno de los países del mundo que más cree en los derechos de los homosexuales más de un tercio de los gais (un 38%) se siente discriminado o vejado, según la macroencuesta europea de 2012. Una cifra por debajo de la media de la UE (47%) y similar a la de las naciones del continente más igualitarias como Holanda o Bélgica.
La cuestión es que todos los casos como los de Sergio o Iris se sepan. Y, lo más importante, que se erradiquen.
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