Lola González Ruiz: “Me desbarataron mis sueños”
La letrada, recién fallecida, perdió a su novio Enrique Ruano y a su esposo Javier Sauquillo, a manos de policías franquistas en la Transición Emoción, lágrimas y añoranza en el homenaje póstumo a la abogada Dolores González Ruiz, superviviente de la matanza de Atocha
La luminosa primavera madrileña se tiñó el viernes de conmovida tristeza en el en el Paraninfo de la Universidad Complutense, durante el homenaje allí tributado en memoria de la abogada laboralista y vecinal Dolores González Ruiz, fallecida en Madrid el pasado 27 de enero, a consecuencia de un cáncer de pulmón, apenas unas horas antes de la muerte a su lado de su segundo esposo, José María Zaera. Había nacido en León, en el seno de una familia dedicada al comercio. Contaba 68 años.
En enero de 1969 Lola, como la llamaban sus amigos, sufrió la pérdida mortal de su novio, el estudiante de abogacía Enrique Ruano, a manos de policías de la Brigada Político-Social franquista: tras ser torturado durante tres días, lo precipitaron por el hueco de la escalera de una vivienda que registraban. Lola y Enrique militaban entonces en una organización clandestina, Frente de Liberación Popular, y acababan de ser detenidos al salir de una reunión tras una siembra de octavillas de otro grupo distinto. A aquel crimen siguió un estado de excepción de amplio alcance represivo.
Ocho años después de aquel estremecedor episodio, el 24 de enero de 1977,tras reponerse Lola de la pérdida de su novio enamorado e inaugurar otra relación amorosa al casarse con el letrado y militante comunista Javier Sauquillo -con el que desde la militancia de ambos en el Partido Comunista de España, defendía a numerosos trabajadores y vecinos en nombre del sindicato clandestino Comisiones Obreras- un grupo fascista asaltó el bufete de abogados donde se habían reunido con otros letrados, en la céntrica calle madrileña de Atocha, 55. En apenas unos minutos, los asaltantes colocaron junto a una pared a los abogados y los ametrallaron a quemarropa: tres de los letrados, Enrique Valdelvira, Luis Javier Benavides, Serafín Holgado y el administrativo Ángel Rodríguez Leal, empleado de la compañía Telefónica, murieron allí. Javier Sauquillo, con la cabeza reventada por las ráfagas de los disparos, caería ante su esposa Lola, igualmente acribillada, gravísimamente herida y sin poder moverse en su socorro. “Tuve la desgracia de no perder la conciencia entonces”, comentó ella en una entrevista televisada proyectada durante el homenaje. Sauquillo moriría un día después. Dos personas más, Luis Ramos y Miguel Sarabia, ya fallecidas, resultarían gravemente heridas, así como Alejandro Ruiz Huerta, presente en el acto de ayer.
El acto de evocación, con el Paraninfo lleno a rebosar, congregó a buena parte de la abogacía adulta madrileña, a representantes sindicales, trabajadores, dirigentes vecinales, docentes, políticos y amigos; había sido convocado por la Asociación para la Memoria Social y Democrática de España, AMESDE, además de por letrados amigos de Dolores González Ruiz como la abogada, Cristina Almeida, que ofició de conductora del homenaje en un acto presidido por el Rector Magnífico de la Universidad de Madrid, José Carrilllo.
El rector madrileño, hijo de quien fuera secretario general del Partido Comunista de España, Santiago Carrillo, glosó la figura de Lola González Ruiz; de ella dijo que fue “ejemplo de una generación que dio su tiempo, su juventud y su vida a la causa de la democracia y las libertades en España”. Posteriormente, se inauguró el homenaje con la proyección de una entrevista de Lola González Ruiz junto a Margot Ruano, su amiga y hermana del estudiante asesinado por la Policía franquista, que fuera novio de aquella. Margot reconoció que Lola le había confesado en una ocasión: “En el transcurso de mi vida me han desbaratado mis sueños”.
En la entrevista filmada, Dolores González Ruiz confirma que “a Enrique lo mataron sin más, porque había que matar”. Señala que en ningún momento se sintió “heroína de nada, sino víctima” y recordaba que en España no solo hubo represión mortal antes, durante y después de la Guerra Civil de 1936-1939, sino también a lo largo de la llamada Transición a la democracia (1975-1982) desde la dictadura franquista, de la cual la matanza de los abogados de Atocha sería en 1977 siniestra rúbrica.
Esfuerzos titánicos por sobreponerse
A lo largo del homenaje se conocieron algunos detalles más sobre el calvario que sufrió Dolores González Ruiz tras la pérdida de sus dos compañeros enamorados, y sus titánicos esfuerzos por sobreponerse a todo ello, por las secuelas que los disparos causaron en su propio rostro: le destruyeron la mandíbula y le provocaron el desplazamiento de una pieza molar que le quedó incrustada junto a la médula espinal; dos años de operaciones quirúrgicas ininterrumpidas, “más una década completa en riesgo de muerte física y psíquica”, como informó su amigo el letrado José María Mohedano, quien pese a su desenvuelta experiencia en el foro madrileño, no pudo vencer la emoción de su recuerdo y expresó su discurso entre sollozos al evocar de Lola González Ruiz “su completa ausencia de rencor”.
Jaime Ruiz, presidente de AMESDE, la asociación organizadora del homenaje, reivindicó: “La memoria y el ejemplo de lucha anti-dictatorial de Lola y sus compañeros abogados de Atocha, ha de ser patrimonio de las nuevas generaciones recién incorporadas a la política española”. Por su parte, Alejandro Ruiz Huerta, último superviviente, tras la muerte de Lola, de la matanza de Atocha, dijo de ella que “perteneció a una generación que decidió plantar cara a la dictadura de Franco y pagó caro por ello”. Un sindicalista de la empresa Fiat, de nombre Juan, subrayó que en los despachos de abogados comunistas de entonces, donde Dolores y sus compañeros laboraban, “los trabajadores hallamos refugio”. Bajo el franquismo, los sindicatos de inspiración comunista y socialista estaban ilegalizados y los despachos laboralistas como el de Atocha gestionaban la defensa de los intereses del mundo del trabajo en medio de enormes dificultades, bajo el acoso incesante de las autoridades policiales y los grupos parapoliciales. La matanza del despacho de Atocha se interpreta hoy como una provocación premeditada del residual, pero poderoso, aparato de estado franquista para tentar a la clase obrera de entonces, 1977, a alzarse contra el Gobierno posfranquista y brindar así la coartada a un golpe militar de cuño fascista para truncar la democracia un año antes de la firma de la Constitución de 1978.
La abogacía, un arma para la democracia
Tras la proyección de una filmación sobre un recital dado en Madrid el 18 de mayo de 1968 por el cantautor valenciano Raimon, punto culminante del movimiento estudiantil antifranquista en el que Lola González Ruiz militó “con su ideario marxista, su firmeza y entereza”, Cristina Almeida, anfitriona del homenaje, reivindicó apasionadamente “el legado de libertades obtenido por la generación de Lola González Ruiz, frente a quienes hoy parecen negarlo” y subrayó que juntas las dos amigas y compañeras habían descubierto que, cuando obtuvieron el título de abogadas recibieron asimismo “un arma” para luchar por la justicia y la democracia en la defensa de los trabajadores y las clases populares. “El día de la matanza de Atocha fue el más triste de mi vida”, confesó Almeida, que no quiso ayer, sin embargo, dejar una estela de amargura sobre el recuerdo de Lola, cuyo compromiso con la libertad elogió conmovedoramente, y para ello dispuso culminar el homenaje con el “Himno a la alegría”, de Ludwig van Beethoven, cantado por el artista progresista Miguel Ríos. Pese a ello, el recuerdo de la dolorida gesta vital de Lola, erguida tantas veces frente a la maldad y el infortunio, dejó anoche en los ojos y las gargantas de muchos de los asistentes a su homenaje un hirviente reguero de las lágrimas.
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