El calvario de Ana Mato
La ministra debe enfrentarse esta semana al Senado, al Congreso y a la Comisión de Sanidad, con dudas sobre su continuidad
Ana Mato, apartada de la comunicación de la crisis del ébola, vivirá esta semana su calvario parlamentario: hoy martes en el Pleno del Senado; el miércoles, en el Pleno del Congreso, y el jueves en la Comisión de Sanidad de la Cámara baja. Comparece con la incertidumbre pública sobre su futuro y la duda de si seguirá en el cargo una vez que acabe la crisis. Todo dependerá de hasta dónde llegue la riada. Mariano Rajoy la ha apartado de la gestión pública, pero hará que su ministra se queme en el Parlamento como su pararrayos político, porque el PP ha rechazado la petición de todos los grupos para que el presidente dé cuenta de la crisis del ébola y se limitará a responder el miércoles a una pregunta del líder de la oposición.
Este verano Ana Mato explicaba que, a pesar del fatal e inevitable desenlace, estaba muy satisfecha de cómo había funcionado el operativo para traer a España al misionero Miguel Pajares, enfermo de ébola. Contaba con detalle cómo se había coordinado el traslado, la eficacia del ejército y la labor de un diplomático de solo 27 años que, en su primer destino, había ejecutado el operativo en Liberia.
Pese a que entonces no había contraindicaciones en la operación, parecía que había salido todo bien y todo hubieran sido felicitaciones, Mato eludió ir al Congreso y dejó en manos de la directora general la comparecencia. Lo hizo porque prefería darle un contenido más técnico y, sobre todo, porque siempre ha tenido prevención, próxima al pavor, a la comunicación, a comparecer ante los medios o ante los diputados. Un temor que le atenaza cuando tiene que afrontarlo y que le lleva a usar frases como el "si no hay nada más me iría” con el que cerró el viernes su rueda de prensa. O aquel “no hay cosa que tenga más valor que una medicina que cura enfermedades” que pronunció en 2012.
De hecho, se le recuerdan errores notables en sus comparecencias y es tan consciente de que no ha sido llamada por el camino de la comunicación como que suele salir con expresiones preparadas como “máxima transparencia” o “respeto a los profesionales” que repite sea cual sea la pregunta que se le hace. Como ejemplo de esa circunstancia quedará la rueda de prensa del pasado lunes en el que dio la palabra a la directora general cuando se le preguntaba por su dimisión. Ese pavor llevado al límite se llama glosofobia y es el peor de los pánicos que puede sufrir un político.
Ya le pasó cuando se hicieron públicos informes del sumario de Gürtel en el que aparecen los pagos de viajes, fiestas infantiles y un viaje a través del que fue su marido, Jesús Sepúlveda. Prefirió entonces la explicación privada en la que se ve más segura que someterse públicamente a preguntas sobre los regalos de la trama corrupta.
La comunicación ha agravado la cadena de errores conocida ahora y le ha sepultado en un ministerio con pocas competencias pero en el que, precisamente, es imprescindible la capacidad de gestionar crisis sobrevenidas. Por ejemplo, a Celia Villalobos le tocó la de las vacas locas, a Trinidad Jiménez la de la gripe A y hace muchos más años a Jesús Sánchez Rof le sepultó la de la colza, sobre todo por la famosa frase del “bichito tan pequeño que si se cae de la mesa se mata”. La comunicación en caso de alarma sanitaria o alimentaria termina marcando a casi todos los titulares de Sanidad y a Mato le ha sepultado. En este caso, además, ha habido una clara cadena de errores de gestión y una víctima.
Ya estuvo a punto de ser sepultada políticamente en confeti porque un error en un informe policial le atribuía un gasto desproporcionado en este material para fiestas infantiles que sí pagaba Gürtel. Se demostró que el confeti era para la fiesta del equipo de fútbol del Getafe y no para su chalé de Pozuelo, pero nunca podrá quitarse la etiqueta de la ministra del confeti. Tampoco la del Jaguar pagado por Gürtel que su marido (ya separados aunque seguían viviendo juntos) aparcaba en su garaje y que ella dice no haber visto. A eso sobrevivió contra algunos pronósticos, pese a que en su entorno más próximo había quien, abrumado por las críticas, le aconsejaba salir del foco público y abandonar la política. Hizo frente a esa crisis también sin comparecencias públicas. Aquello le debilitó y ahora la crisis del ébola le coge con menos defensas políticas.
Mato se siente más cómoda en el despacho, en el contacto directo y, sobre todo, en la organización. En ello llevaba desde los ochenta cuando formó parte del llamado “clan de Valladolid” que acompañó a José María Aznar en la presidencia de la Junta de Castilla y León. Fue subdirectora del Gabinete del presidente de la Junta de Castilla y León de 1987 a 1990 y en ese gabinete estaban también Sepúlveda, Miguel Ángel Cortés, Miguel Ángel Rodríguez y Arturo Moreno.
En 1990 desembarcaron en la sede de Génova para convertir la Alianza Popular de Manuel Fraga en el Partido Popular de Aznar. Siempre dentro de su equipo, casi como un miembro más de la familia de Aznar y, sobre todo, como la guardiana de Génova, la organizadora de los actos y la prolongación del que era entonces el líder del partido. Entre 1996 y 2004, durante los gobiernos del PP, Aznar tuvo opciones para llevarla a su Gobierno, pero prefirió dejarla en las entrañas del partido, organizando convenciones, congresos, elecciones y campañas. En la jornada de reflexión de 2004, cuando la sede del PP era rodeada por quienes cuestionaban la versión oficial del 11-M, Mato fue la única dirigente que permaneció en su despacho. Con fama de trabajadora en el partido, hizo de todo, desde inflar globos a negociar con barones díscolos, pero casi siempre pinchaba en la comunicación pública.
En el final de esa etapa, Ana Mato estuvo a punto de irse a una gran empresa privada de la que tenía una oferta, pero nunca terminó de dar el paso de abandonar la actividad política en la que lleva más de 25 años. Lo que sí hizo fue acompañar la retirada de Aznar en 2004 con un paso atrás en el Parlamento Europeo, porque se sentía parte del equipo más próximo del expresidente.
Ella nunca entonces fue de Rajoy, sino de Aznar, pero fue recuperada en 2008 por el líder del PP como vicesecretaria General de Organización y Electoral para encargarse de nuevo de la fontanería del partido. Es la línea de continuidad de Aznar a Rajoy, casi la única que queda de aquella época.
Ahora es uno de los miembros del Gobierno que mantiene una línea directa más activa con Rajoy, tuvo su apoyo para superar la crisis de los regalos de Gürtel y estos días ha sido rescatada por el presidente del Gobierno a la espera de acontecimientos. Rajoy ha vuelto a ejercer de Rajoy y ha aplicado dos de sus principios tradicionales: evitar los cambios en su entorno esperando a que escampen las tormentas y no matar (políticamente) a nadie sino esperar, en todo caso, a que se suiciden. En este caso, el plazo para el final de Mato como ministra está todavía en el aire, pero lo que sí es seguro es que Rajoy, como hace siempre, esperará a que se inmole.
Le espera aún el duro trago de tres comparecencias en tres días en el Senado y el Congreso en las que tendrá que volver a afrontar el pánico por el micrófono. Una dura semana de pasión, otra más de agonía política.
El martes pasado el presidente llamó a su ministra y le marcó las pautas de comportamiento. Las frases que debía repetir en el Congreso el miércoles, los pasos que había que dar para afrontar la crisis y hasta salió de Moncloa con un asesor de comunicación prestado por la vicepresidenta para enderezar la situación.
El presidente le había encargado la salida a uno de los embrollos políticos más notables de la legislatura, la ley del aborto; está orgullosa del grado de colaboración con comunidades autónomas sobre Sanidad y tiene sobre la mesa algunos proyectos de ley.
Mato es hija de alférez de navío, nació en Madrid en 1959, Licenciada en Ciencias Políticas y en Sociología por la Universidad Complutense de Madrid y tiene tres hijos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.