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Un político de izquierdas para la televisión de masas

Pablo Iglesias aplicó sus estudios de comunicación a la acción política

Luis Gómez
Pablo Iglesias.
Pablo Iglesias.Agustin Sciammarella

Podría decirse que Pablo Iglesias Turrión (35 años) es de izquierdas antes de nacer si uno escucha a su madre María Luisa: “Mi hijo ha sido criado de la mejor manera posible de cara a su clase, a su pueblo, a su gente y a su patria”. Dicho esto, la conjunción de nombre y apellido tampoco es casual: se llama Pablo porque se apellida Iglesias, en honor al fundador del socialismo español. "Efectivamente", dice María Luisa, "como se hubiera llamado Manuel si su padre fuera un Rodríguez, por el revolucionario chileno al que cantó Mercedes Sosa". Y, por si hubiera duda alguna, María Luisa es capaz de desplegar el árbol genealógico familiar "donde hay luchadores en pro de la clase obrera desde el siglo XIX", en el que menciona a diputados, condenados a muerte por ideas políticas, jueces y militares republicanos. En ese ambiente de alto voltaje político nació, creció y se educó Pablo.

“Y además, en Vallecas”, sentencia su madre, abogada laboralista.

Su currículo dibuja una biografía sin grietas en una sola dirección, hacia la izquierda: hijo único, buen estudiante, inició la militancia a la tierna edad de 14 años en las Juventudes Comunistas, que luego compartió con sus estudios universitarios en Ciencias Políticas, donde obtuvo licenciaturas y doctorados con un trayecto por Italia, Suiza, México y Estados Unidos que le lleva a participar en movimientos antiglobalización y de resistencia civil. Una versión reducida de su tesis doctoral se titula Desobedientes, estudia el fenómeno zapatista, escribe sobre cine y política, participa o funda asociaciones como Juventud sin futuro, Promotora de Pensamiento Crítico, Asociación contra el poder… Con esos antecedentes y esa trayectoria (su compañera es una diputada de IU en la asamblea de Madrid), Pablo Iglesias podría haber sido un teórico de la izquierda, un profesor de barba y traje de pana, destinado a moverse en círculos académicos. En definitiva, un hombre alejado de la calle.

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Sin embargo, ha terminado por ser un experto en comunicación política, un personaje mediático y, desde el domingo, un político con éxito (1.240.000 votos y cinco diputados con un partido de cuatro meses de edad le contemplan). Sin ser un hombre de simpatía arrolladora o de abrazo fácil, ha conseguido conectar con un público numeroso. Pero quienes piensen que Iglesias es un producto convencional de la televisión, pueden equivocarse.

Porque su relación con la pequeña pantalla no es un hecho casual. Es intencionado y estratégico. "Trabajamos en experimentar en la comunicación política desde el principal espacio de socialización política que es la televisión", explica. "Todo lo que habíamos aprendido en La Tuerka lo aplicamos en televisiones grandes". La Tuerka es un programa de televisión, como lo es también Fort Apache, programas que Pablo Iglesias y sus colaboradores (profesores y alumnos de Políticas en la Universidad Complutense) divulgaron a través de Internet o de canales de TDT como Canal K y Canal 33. En esos espacios de audiencias aparentemente marginales, Iglesias se formó como presentador, como entrevistador y como hombre de televisión. Un hombre denuncia, cierto es, pero entrenado para hablarle cara a cara a la audiencia. Y con un mensaje sin fisuras. Su salto a la televisión generalista fue un éxito desde el principio: podía fajarse, podía debatir, funcionaba ante la cámara, podía meterse en programas de opuesto signo ideológico, pero jamás perdía la compostura: un hombre de ideas radicales con guante de seda.

La televisión y las redes sociales hicieron el resto, poner cara, ojos y coleta a una voz de la izquierda, a un hombre tranquilo con un mensaje duro, dirigido a los desheredados, a las víctimas de la crisis económica y a las clases medias que se han empobrecido. Iglesias se expresa sin tapujos, llama casta a los políticos de los grandes partidos, denomina "régimen del 78” a la transición, recuerda a los abuelos que defendieron la República hace 80 años y critica a los "millonarios con pulseras rojigualdas". Y cuando habla a su audiencia en la calle pide un aplauso para los miembros de las fuerzas de seguridad "que están deseando recibir la orden de esposar a un banquero corrupto". En sus mítines suenan el No pasarán y viejas canciones de la Guerra Civil. Hay un aroma de izquierda profunda, de comunismo renacido, de viejas proclamas y puños levantados. Pero Iglesias no levanta el puño; Iglesias aplaude a su público.

Las acusaciones de presuntas financiaciones procedentes de Venezuela e Irán no han dañado un ápice su campaña. Iglesias no se esconde de ellas: amenaza con querellas sin exaltarse. Mano de hierro, guante de seda.

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