Esto no es un simulacro
EE UU pone en marcha el piloto de un programa automático de caza y deportación de personas, asistido por las tecnológicas y El Salvador


Está pasando muy deprisa. Si hace una semana el director del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de EE UU (ICE, en sus siglas en inglés) hablaba de “un Amazon Prime con humanos”, es porque le ha encargado uno a Palantir. Por 30 millones de dólares, la empresa de Peter Thiel ha creado ImmigrationOS, una plataforma diseñada para “optimizar la identificación y retirada de personas del país, mejorando la eficiencia logística de las deportaciones”. Una máquina automática que servirá para cazar inmigrantes y nacionales, gracias al esfuerzo de Elon Musk.
ICE tiene ya un software de Palantir para buscar personas por categorías específicas, como estatus legal, país de origen, seguimiento de matrículas o características físicas. Pero son solo datos de personas, sin los derechos de un local. ImmigrationOS ampliará su capacidad para identificar y procesar a ciudadanos estadounidenses, gracias a los datos que ha saqueado y centralizado el departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE).
Daniel Berulis, ingeniero de seguridad informática de la Junta Nacional de Relaciones Laborales (la Dirección General de Trabajo de allí), le explicó al Congreso cómo lo han hecho. Musk pide cuentas de usuario con acceso total a los archivos que, como muchas agencias del Gobierno, están en la nube de Microsoft. Una vez dentro, desactiva todos los registros de actividad, las herramientas de monitorización y los controles de seguridad. Después instalan al menos dos herramientas no autorizadas, diseñadas para extracción de datos. En su departamento se llevaron 10 gigabytes de información confidencial, incluyendo informes sobre casos laborales en curso, información personal de empleados y detalles sobre actividades sindicales. Después con esas mismas cuentas entraron unos rusos, pero eso es otra historia. Han hecho lo mismo en la Tesorería, Hacienda, la Seguridad Social y los registros electorales de varios Estados.
Esos datos están siendo centralizados para agrupar categorías de personas. Por ejemplo, inmigrantes salvadoreños con tatuajes que usan gorras de los Chicago Bulls. Pero también líderes sindicales que organizan huelgas, médicos que hayan practicado o autorizado abortos; profesores que hayan protestado contra el genocidio de Gaza. Abogados de inmigración. Grupos de personas que van a ser intimidados, silenciados, despedidos o incluso deportados por crimen, fraude o terrorismo al Centro de Confinamiento del Terrorismo (CECOT) que regenta Nayib Bukele en Tecoluca (El Salvador). Esto no es una fantasía. Trump ha anunciado que los nacionales vienen después. Le ha dicho a Bukele: “Tienes que construir cinco más”.
CECOT es perfecto para un programa de deportación automática. Está bajo el control de otra nación soberana, lo que permite detenciones indefinidas sin cargos, supervisión judicial y otras garantías legales o humanitarias básicas. También es un negocio chipén. Bukele cobra 20.000 dólares anuales por cabeza, “una tarifa baja para EE UU pero significativa para nosotros, porque financia nuestro sistema carcelario”. Y otra cosa: CECOT no ofrece formación para presos —porque no contempla su reinserción— pero tiene 64 talleres productivos de pintura, textiles y otras actividades económicas. Finalmente, permite que un error administrativo como Kilmar Abrego García no puede ser rectificado porque Bukele no puede “reintroducir a un terrorista” y EE UU “no tiene jurisdicción en El Salvador”.
Empieza con el colectivo más débil. Si funciona, sube el nivel. Son los ingredientes del fascismo, a punto de ser automatizados y ejecutados sin supervisión ni registro. Hay que meter palos en todos los engranajes de esa máquina: política, administrativa, personal y cultural.
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