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Reportaje:LOS DÍAS DE SUÁREZ

Cómo está Suárez

El ex presidente del Gobierno vive en la desmemoria, protegido por los suyos, ajeno a todo. Mañana se cumplen treinta y dos años de las primeras elecciones democráticas que él impulsó, pero no se dará cuenta de nada. Ésta es una historia de sus días

Juan Cruz

No sabe quién es. Tiene energía, responde al afecto con el mismo afecto; hace guiños, se burla de broma de los que tiene cerca. Pero no tiene ninguna relación con la realidad. Ésta se le ha ido por completo. Como cientos de miles de personas en este país, sufre alzheimer. No relaciona una cosa con la otra, mantiene conversaciones a trompicones. Pero es feliz, se le nota feliz, tranquilo; los que le tratan piensan que está tranquilo, que es un hombre en paz. Pero él tampoco lo sabe. Mañana se cumplen treinta y dos años de las primeras elecciones democráticas que él impulsó (y ganó, al frente del Gobierno y de Unión de Centro Democrático) en este país, pero él no sabe nada, no sabrá nada. No sabe ni que le quieren ni que no le quieren, y de todo hay.

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Desde hace seis años, cuando perdió el hilo mientras hablaba en un mitin político a favor de su hijo Adolfo en Albacete, Adolfo Suárez González, el primer presidente del Gobierno de la democracia, está sumido en la bruma de la desmemoria.

No recuerda nada de lo que fue, ni supo que su hija Marian ha muerto. Y si lo supo, en seguida lo olvidó. No recuerda nada. Una frase suya que puede resultar coherente se contempla como un suceso extraordinario. Pero él tampoco sabe que la ha pronunciado. Le preguntamos a su hijo Adolfo. Sí, el padre es físicamente el que fue; te mira y ahí hay una mirada inteligente; te guiña un ojo, se muestra cómplice, te avisa de que alguien llega para que calles por si acaso... Bromea, te pide silencio, o se ríe. En los ojos hay vida. Ya no lee, su manera de mirar sigue siendo la suya, aquella mirada de Suárez entre confiada y veloz. Y te mira con cariño ("si le miras con cariño"). Esta imagen sirve para explicar cómo está: si le ves ahora y no te habla, parecería que estás viendo una película muda en la que un señor mayor que fue como el Suárez que conocimos vive el inicio de la vejez. Y punto. No hay ningún gesto que delate su condición de persona ida, completamente fuera de este mundo; y tampoco hay miradas perdidas.

Se suceden ahora libros sobre su vida y sobre su actitud como artífice del cambio, al lado del Rey; Javier Cercas, Gregorio Morán, Carlos Abella..., han escrito libros sobre su figura, a favor o en contra; Charles Powell prepara una biografía. E incluso aquella fotografía ha dado que hablar, en pro y en contra, como si aún resonara la figura que en otros tiempos no fue una ausencia, sino una polémica presencia en la historia de España. Todos le recuerdan y él no recuerda nada, absolutamente nada.

¿Y cómo está? ¿Qué recuerdos se llevó su desmemoria? Ésa es una pregunta que ahora sólo se puede responder con la voluntad de reconstruir una figura que la enfermedad ha dejado fuera de combate para la razón que supone el ejercicio de los recuerdos.

Hace tres años, quizá, Adolfo Suárez, que cumple 77 en septiembre, dijo la última frase coherente que recuerdan sus próximos. Esa frase es ahora como un talismán, que se reproduce como si fuera el último ejercicio de una despedida; inconsciente, acaso, pero coherente. Antes de escucharla, volvamos a ver cómo está Suárez, respondamos a esa pregunta que se hace quizá desde aquel dramático debilitamiento público de la memoria que le ocurrió en Albacete. ¿Cómo está Suárez?

Suárez está protegido, le ven sus hijos, le ve poquísima gente. Su última fotografía pública fue aquella en la que se ve de espaldas ("hacia el fondo de la historia") con el rey don Juan Carlos; "soy tu amigo", le dijo el Rey. Acaso la simplicidad de ese intercambio dice mejor que nada a qué grado de desmemoria llegan estos enfermos, y ese mismo intercambio, también conmueve. La enfermedad acerca, y esta enfermedad llega al fondo del sentimiento incluso a aquellos que son lejanos.

Tal como era Suárez, dice Suárez Illana, seguramente no querría retratos de su rostro en este periodo de su existencia en que vive en la bruma. Durante algún tiempo, durante su proceso de desmemoria, su hijo le daba If, de Rudyard Kipling, un poema que amaba; lo tenía ante sí, alguna vez se detuvo a leerlo como si ese folio tuviera la extensión de una novela, pero luego ya se le perdió el papel en la nebulosa en que vive. Ya no podrá leer estos versos que Kipling puso al principio de su famoso poema (reproducido aquí en la versión de Aquilino Villegas): "Si puedes estar firme cuando tiemblen de miedo / todos te señalen con vengativo miedo...".

No lee, no recuerda. Tampoco podría relacionar esos versos con el momento más tremendo de su despedida del poder. No es nada, If ahora no es nada para él, nada es nada. Pero él está bien, protegido por los suyos. Le visita muy poca gente, porque sus allegados no han querido que la casa sea una sucesión de personas que quisieran decir cómo está Adolfo Suárez. Han ido algunos, elegidos por la familia; Suárez Illana nos contó que él había querido invitar a algunas personas que, por su relación y por su honorabilidad, él creía que iban a mantener la discreción que se debe cuidar en relación con una persona enferma. Entre esas visitas estuvo la de Alfonso Guerra, en torno a la primavera de 2005. Acertó de pleno, dice, eligiendo a Guerra, "que dijo luego tan sólo que había estado allí para corroborar que mi padre estaba bien atendido".

Lo visita el Rey también; aquel de la fotografía no fue el único encuentro.

En este periodo, Suárez vivió un drama familiar más, después de la muerte de su mujer, Amparo Illana, el 17 de mayo de 2001, dos años antes de que comenzara su proceso de deterioro mental. Ya en la nebulosa en la que está sumido falleció de cáncer su hija Marian, el 7 de marzo de 2004; una vez resueltos los trámites tristes de estos desenlaces, Adolfo hijo fue a la casa de su padre.

Dicen los médicos que atienden a este tipo de enfermos que éstos han de hallar siempre afecto a su alrededor, tienen que saber que aquellos a los que tienen cerca son de veras sus próximos, y les quieren.

Desde el principio del pasillo de la casa, Suárez hijo saludó con afecto al padre, y se fue acercando hasta él; cuando estuvieron uno junto al otro, el Adolfo Suárez perdido en la desmemoria le miró y le dijo, como si no le hubiera abandonado la intuición que la gente conserva para adivinar los dramas:

- Tú tienes algo que decirme.

- Sí -le respondió el hijo.

- Pues dímelo.

- Marian ha muerto.

- ¿Y quién es Marian?

- Tu hija.

- ¿La has enterrado?

- Sí.

- Has hecho muy bien.

Después, Adolfo Suárez González se fue a pasear con su hijo, y ambos charlaron sobre el césped de mayo, el mismo en el que el Rey y el ex presidente pasean en la ya famosa última foto que les junta y que hará el 18 de julio un año exacto que apareció.

Adolfo hijo nos contó, cuando le preguntamos cómo está su padre, otro acontecimiento que ha ocurrido en este tiempo de niebla perpetua; lo hizo y acabó visiblemente emocionado.

La historia es la de la última vez que el ex presidente del Gobierno pronunció una frase coherente, redonda, una respuesta verdadera a una pregunta concreta. Suárez Illana es un creyente católico, como su padre, y pensó que a una persona de esas creencias "le gustaría estar preparado para enfrentarse a Dios en la eventualidad de su muerte".

Y decidió llamar al confesor habitual del padre, el arzobispo Antonio Cañizares. Era la primavera de 2005, en el centro de la bruma; invitó a cenar al sacerdote, que acababa de ser nombrado vicepresidente de la Conferencia Episcopal.

El ex presidente saludó a Cañizares como saludaba antes el Adolfo Suárez que nosotros recordamos, pero del que él mismo no sabe nada. Ahora ya no tiene aquella energía, pero sí conserva la energía del saludo. Pero es así habitualmente: cálido, directo, sentimental, se deja querer; el hijo dice: "No soy un héroe: me lo paso bien con mi padre. Él es ahora un hombre alegre. No lo sabe, no sabe qué es alegre o triste, pero se muestra alegre".

Así que Cañizares se sentó al lado de Suárez y le puso la mano en la rodilla, y le preguntó al ex presidente, después de unas palabras circunstanciales, según la fórmula ritual:

- ¿Quieres que te administre el perdón?

Suárez le respondió al sacerdote:

- Yo siempre estoy dispuesto a dar y pedir perdón.

Esa frase sonó como un destello, una rareza; el hijo se fue del cuarto. Se quedaron a solas el cura y Suárez, y al cabo de cinco o siete minutos, "don Antonio abrió las puertas, y me dijo: 'Te puedes quedar muy tranquilo".

En Adolfo Suárez González el hijo ve ahora paz; "no es responsable de nada. Me dolerá su pérdida, pero me da alegría verle alegre, y en paz. Está vivo, y eso le convierte en un símbolo; si estuviera muerto ya lo hubieran olvidado; es una llamada permanente; su ausencia le hace presente. Si estuviera bien no se callaría, y una opinión suya, con lo que sabe, seguramente resultaría incómoda".

El rey Juan Carlos pasea con Adolfo Suárez, enfermo de alzheimer, por el jardín de su vivienda.
El rey Juan Carlos pasea con Adolfo Suárez, enfermo de alzheimer, por el jardín de su vivienda.ADOLFO SUÁREZ ILLANA

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