Aborígenes australianos: la cultura más antigua de la tierra se rebela contra su suerte
Los primeros habitantes de la isla-continente reclaman mayores derechos
Los aborígenes australianos encarnan la cultura continua más antigua de la tierra y, seguramente, también la más desdichada. La llegada en 1788 de los colonos británicos, la llamada Primera Flota, fue un cataclismo para estos habitantes primigenios de la gran isla-continente. El desastre se prolongó durante siglos porque hasta 1967 no fueron considerados ciudadanos y hasta 2008 el Gobierno de Canberra no pidió perdón por una atrocidad que ahora parece increíble: las llamadas Generaciones Robadas, miles de niños aborígenes que fueron arrancados de sus familias y criados en centros o familias de acogida. Con motivo del 50 aniversario de su inclusión en el censo, líderes aborígenes de toda Australia se reunieron el pasado fin de semana en la roca sagrada Uluru para reivindicar sus derechos, en lo que se ha convertido en la mayor concentración de representantes de estos pueblos en décadas.
La reunión, que congregó a 250 líderes de diferentes comunidades, concluyó con una reclamación ante el Gobierno que significaría un profundo cambio en la estructura jurídica del país, según informó la prensa australiana. Lo que proponen los representantes de los Aborígenes y los habitantes de las islas del Estrecho de Torres –nombre oficial de los pueblos que habitaban Australia antes de que llegaran los europeos– es la creación de un órgano de representación indígena dentro del Parlamento, que concluiría con la redacción de un nuevo tratado que rija el país. “Los aborígenes se unen en la reclamación de un cambio que vaya más allá de los símbolos”, tituló el diario The Star en su resumen de la reunión.
“Queremos que se lleven a cabo reformas constitucionales para dar poder real a nuestra gente y recuperar el lugar que merecemos en nuestro propio país”, expresó en un discurso Megan Davis, profesora de Derecho de la Universidad de Sídney, experta de la ONU en el Foro de los Pueblos Indígenas y miembro del panel de investigadores nombrado en 2011 por el Gobierno australiano para estudiar el encaje constitucional de los aborígenes. “Cuando tengamos el poder sobre nuestro destino, nuestros hijos florecerán. Caminarán por dos mundos y su cultura será un regalo para nuestro país”, agregó. “No queremos el tipo de reforma simbólica que Australia pueda vender a otros países. Queremos ocuparnos de nuestros propios asuntos”, señaló otro asistente a la reunión, el líder aborigen Geoff Clarke.
Sobre el encuentro en el Uluru –esa inmensa roca maciza roja situada en el centro de la isla-continente, que es uno de los símbolos de Australia– planearon los espeluznantes datos que reflejan la situación de los primeros pobladores. Por ejemplo, los aborígenes tienen 18 veces más posibilidades que los otros habitantes de Australia de acabar en prisión, según un informe publicado en 2014 por el Australian Institute of Aboriginal and Torres Strait Islanders Studies (AIATSI), el órgano oficial que estudia esta comunidad. Esta disparidad es seis veces mayor que la que separa a blancos y negros en Estados Unidos. “Desgraciadamente, los esfuerzos para reducir el porcentaje de aborígenes encarcelados ha sido un total fracaso”, señalaba el informe.
Cualquiera que haya viajado a Australia y visitado una comunidad aborigen habrá podido comprobar la pobreza y marginación en la que vive una parte muy importante de esta población, que padece enormes problemas de alcoholismo. Los aborígenes tienen la sensación de que no son dueños de su destino en el país que fue suyo durante más de 50.000 años (la presencia de otros pueblos en Australia representa sólo un 1% del tiempo que el homo sapiens lleva en esta parte del mundo). El hecho de que solo a partir de 1967, después de un referéndum en el que el sí ganó por una abrumadora mayoría, fuesen añadidos al censo y considerados personas demuestra la forma en que fueron tratados, al igual que los niños robados a sus padres, que un informe oficial de 1997 cifró en unos 100.000.
No está claro cuántos aborígenes vivían en Australia cuando llegaron los ingleses, aunque la mayoría de los expertos creen que entre 750.000 y 1 millón. En 1901, quedaban 93.000, arrasados por las enfermedades y las matanzas. Actualmente son unos 700.000, en torno al 3% de los 23 millones de australianos.
Esta reclamación de nuevos derechos coincide con dos noticias arqueológicas muy significativas. Por un lado, a mediados de mayo un grupo de investigadores anunció que se había descubierto la evidencia más antigua de la presencia humana en Australia, hace 50.000 años (los bisontes de Altamira fueron pintados hace unos 15.000 años). Los humanos actuales llegaron a Sahul (un continente desaparecido que unía Australia y Nueva Guinea) antes que a Europa y lo tuvieron que hacer necesariamente navegando, porque ese territorio siempre ha sido una isla. La primera conquista de Australia es una de las hazañas más sorprendentes de la humanidad: alguien llegó navegando a un lugar tremendamente remoto cuando, en teoría, no sabíamos navegar y forjó una cultura que se sigue conservando, porque los aborígenes de ahora se sienten totalmente herederos y conectados con los habitantes de entonces. Su tiempo es horizontal, no vertical.
Por otro lado, un estudio publicado en Scientific reports en marzo mostraba que está conexión es también genética: los estudios del ADN indicaban que la llegada humana a Australia se produjo hace unos 55.000 años y que la herencia genética se mantenía en las poblaciones actuales, sin que se hayan producido grandes cambios durante el Holoceno (la edad geológica que comenzó hace 10.000 años y algunos científicos consideran que está acabando ahora). El estudio concluía que las poblaciones aborígenes actuales son herederas directas de aquellos primeros pobladores. Hasta la llegada del capitán Cook en 1770 y la colonización de la Primera Flota, en 1788, cuyo objetivo era llevar presos británicos al otro lado mundo, estuvieron solos. Como demuestra la reunión del Uluru, el desastre no ha acabado.
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