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El Congreso de Florida pide perdón por una atrocidad racista de hace más de medio siglo

'Los cuatro de Groveland' fueron acusados sin pruebas de violar a una blanca en 1949

Pablo de Llano Neira
Walter Irvin, Charles Greenlee y Samuel Shepherd
Walter Irvin, Charles Greenlee y Samuel ShepherdGary Corsair

Estados Unidos sigue tratando de cicatrizar su profunda herida racial. Justo ayer, martes, la Universidad de Georgetown celebró una ceremonia de contrición en la que dio a dos edificios los nombres de dos de los 272 esclavos negros que vendió en 1838 para pagar las deudas del centro de estudios católico. El mismo día, lejos de allí, al sur, el Congreso de Florida presentaba una histórica y solemne disculpa –“Lo sentimos, de verdad, mucho”, fueron las palabras– a los descendientes de cuatro hombres negros que fueron objeto de una caza de brujas racista.

La historia de Los cuatro de Groveland se remonta a los oscuros tiempos previos a la lucha por los derechos civiles afroamericanos. En 1949 una mujer blanca de 17 años llamada Norma Padgett acusó a cuatro negros de haberla raptado en una carretera y haberla violado por turnos en un coche. En vista de sus endebles pruebas, corría la sospecha de que los había denunciado para que no se supiese que los moratones que cubrían su cuerpo eran de los golpes que le daba su marido. La justicia, sin embargo, procesó a los acusados. Un exceso con los ingredientes clásicos de la época: la vulnerabilidad de los negros, su uso como chivo expiatorio y el sesgo del sistema judicial.

Un calco, real y multiplicado por cuatro, de la célebre novela de Harper Lee Matar a un ruiseñor (1960), que fue llevada al cine en 1962 con la inolvidable interpretación de Gregory Peck en el papel de Atticus Finch, un íntegro abogado blanco que procura salvar al negro Tom Robinson de la falsa acusación de la blanca Mayella Ewell, una campesina pobre a la que había dado una paliza su padre, un hombre alcohólico y violento. Robinson acaba siendo asesinado por las autoridades en un supuesto intento de fuga. Así mismo terminaron dos de los cuatro de Groveland. Ernest Thomas fue asesinado por una turba liderada por el sheriff ultrarracista Willis V. McCall. Samuel Shepherd fue ejecutado por el propio McCall en un traslado y Walter Irvin fue herido de bala pero se hizo el muerto y sobrevivió. Irvin aseguró luego que el sheriff les disparó a sangre fría. McCall defendió que se habían intentado fugar, como Robinson en la novela de Lee.

En el caso de los cuatro también hubo un abogado de mérito, el afroamericano Thurgood Marshall, que pleiteó en lo posible por ellos, bajo amenazas de muerte, pero no logró su libertad. A la postre, Marshall sería el primer juez negro del Tribunal Supremo, la cima judicial de Estados Unidos.

Irvin salió de la cárcel en 1968 y murió en 1970. El último de los Cuatro de Groveland fue Charles Grenlee, que tenía 16 años cuando fue arrestado, preso hasta 1962. Él murió a los 78 años en 2012. Su hija Carole Greenlee contó al diario Daily Commercial que su padre nunca quería hablar de eso. “Fue una fase demasiado dolorosa para él. Pero un día le pregunté. Me dijo que nunca había visto a la persona que lo acusó de violarla (…) hasta el juicio”. Greenlee ha sido impulsora de la justicia histórica sobre el caso, tras haber sido localizada en 2015 por un estudiante de la Universidad de Florida empeñado en sacar a la luz de nuevo aquella barbaridad. Crearon la campaña Exonerad a los Cuatro de Groveland, que sumó a 9.000 colaboradores y ha contribuido a que el Congreso de Florida pidiese perdón ayer en un acto con familiares de los cuatro. La versión de la adolescente Padgett, por lo demás, fue socavada por viejos documentos del FBI descubiertos por el periodista Gilbert King, premio Pulitzer en 2013 por su libro de investigación Devil in the Grove (Harper), un aporte clave para la recuperación de un caso que había sido arrumbado al baúl de la injusticias.

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