El terremoto llega a Israel
Con un Trump entregado, Netanyahu se queda sin coartada ante su extrema derecha
Las órdenes ejecutivas, firmadas solemnemente en los primeros días de la nueva etapa, suelen tener efectos diferidos o incluso dudosos. Véase la que firmó Barack Obama el 22 de enero de 2009 por la que se ordenaba el cierre de Guantánamo, que ha quedado incumplida al terminar el mandato. Hay efectos de la nueva presidencia, en cambio, que no necesitan de orden ejecutiva alguna, como es el caso de la construcción de más de 3.000 viviendas nuevas en los barrios y colonias judías de Jerusalén Este y Cisjordania, decidida por el Gobierno de Benjamín Netanyahu.
Estaba fuera de toda duda que el cambio presidencial iba a tener repercusiones inmediatas y de calado en Israel. Donald Trump ha manifestado reiteradamente sus simpatías hacia las posiciones más extremistas de la derecha israelí. David Friedman, el picapleitos que cuidaba de sus quiebras y suspensiones de pagos, es su opción como nuevo embajador en Tel Aviv. Jared Kushner, judío ortodoxo casado con Ivanka Trump, ha jurado ya el cargo como su consejero especial, con el encargo especial de las relaciones con el Estado sionista. Ambos conocen bien Israel y sobre todo la colonia de Beit El, 6.500 habitantes, construida alrededor de una ocupación ilegal, a la que han contribuido financieramente.
Friedman es tan lenguaraz como su jefe. Para el abogado neoyorquino, Obama es un antisemita y el lobby judío-demócrata J-Street, que defiende el proceso de Oslo y los dos Estados, una pandilla de capos nazis. No es extraño que Trump sea partidario de trasladar la embajada a Jerusalén, mantener y ampliar los asentamientos y liquidar el proceso de paz y la idea del Estado palestino.
Es difícil calificar de moderada una decisión que desafía la reciente resolución 2334 del Consejo de Seguridad y la conferencia de París, que reunió a 75 países en apoyo del proceso de paz. Y sin embargo, Netanyahu conseguirá venderla a sus nuevos amigos de Washington como una medida templada que no merma los márgenes al nuevo presidente para construir su estrategia para Oriente Próximo. Sirve, de momento, como respuesta a los planes más radicales de los socios todavía más derechistas de Netanyahu, que pretenden anexionar primero la colonia de Maale Adumin —estratégica para evitar la continuidad del territorio palestino—, y después todas las otras colonias en Cisjordania. También sustituye a una precipitada maniobra de reconocimiento de Jerusalén como capital indivisa de Israel, tal como querían los extremistas.
Hay una gran sincronía entre los anuncios de nuevas construcciones y la diplomacia durante la presidencia de Obama. Las visitas de mandatarios israelíes a Washington o estadounidenses a Israel han contado siempre con el anuncio de esos nuevos planes de construcción que desesperan a los palestinos, porque incumplen las resoluciones internacionales y reducen el territorio de su futuro Estado. No se sabe todavía qué camino seguirá Trump, pero es evidente que Netanyahu ha perdido un argumento ante los más extremistas, puesto que ya no podrá exhibir su resistencia a las presiones insoportables de la Casa Blanca tal como les tenía acostumbrados.
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