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Las riquezas de Alepo, su condena

El valor geoestratégico de la ciudad en la contienda siria ha condenado a sus gentes, su patrimonio cultural e industrial

Natalia Sancha

La historia ha condenado a Alepo y a sus gentes por su valor geoestrátegico. “Alepo marca un antes y un después en la historia”, dijo un reforzado Bachar el Asad. El régimen recupera Alepo expulsando al reducto de rebeldes, que tenían la ciudad como importante bastión estratégico cuya provincia comparte 822 kilómetros de frontera con Turquía, retaguardia y línea de suministro de los insurrectos. Con Alepo, el Gobierno sirio recupera también el corazón económico de la Siria de preguerra, patrimonio cultural de la humanidad y cuna de una burguesía industrial aliada de los Asad.

Un miembro del ejército regular sirio en la Gran Mezquita Omeya de Alepo, el 13 de diciembre.
Un miembro del ejército regular sirio en la Gran Mezquita Omeya de Alepo, el 13 de diciembre.GEORGE OURFALIAN (AFP)

Militarmente, con Alepo las tropas sirias avanzan en su plan de trasvasar progresivamente todas las bolsas de opositores del país concentrándolas en Idlib, única capital de provincia a manos rebeldes. Allí, los oficiales sirios anuncian se librará la batalla decisiva, tras la que se prevé otra estampida de desplazados, esta vez hacia Turquía. Con contados efectivos exhaustos por la guerra, luchar en un solo frente rebelde favorece al Ejército regular sirio que durante el último lustro se ha afanado en mantener el control de las grandes urbes y las arterias que las conectan entre sí. Al noreste del país se reactiva la guerra contra el Estado Islámico, en la que participan las potencias internacionales. Al sur, se estanca otro frente contra las facciones insurrectas.

 Durante 4.000 años, hititas, asirios, árabes, mongoles, mamelucos y otomanos han recorrido las calles de la ciudad vieja de Alepo. Allí se han batido durante los últimos cuatro años opositores armados y soldados regulares sirios en un frente que ha permanecido mayormente estanco. Al menos hasta que, acumulando victorias en la periferia de Damasco y amparados por la aviación rusa desde el aire y milicias aliadas que suplen la falta de efectivos en tierra, el pasado 15 de noviembre el Ejército sirio dio el asalto final.

Hasta esa fecha, los uniformados sirios habían de cruzar callejuelas expuestas a la mirilla de francotiradores y tramos a través de boquetes abiertos en las paredes para conectar pasajes seguros entre las viviendas. Desde las últimas posiciones, parapetados detrás de sacos de arena, se podía divisar la ciudadela de Alepo custodiada por sus nueve puertas. A su alrededor ondeaban una miríada de banderas insurrectas. La lucha se extendía al casco viejo, entre callejas, zocos y mezquitas milenarias, catalogados como patrimonio de la humanidad por la Unesco (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura). Más de 150 edificios históricos han sido dañados, sin contar centenares de casas tradicionales y boutiques del zoco.

El minarete de la Gran Mezquita Omeya, de mil años de antiguedad y única estructura original intacta desde su construcción, no ha sobrevivido al siglo XXI. A sus puertas, turbas de ancianos invidentes se arremolinaban los viernes a la hora de la plegaria para recitar versos del Corán a cambio de unas monedas.Ya no se les oye. Los mapas turísticos de Alepo acumulan polvo entre las estanterías de desertados hoteles. En los desplegables, una treintena de puntos marcan las joyas de la ciudad vieja donde antes repiqueteaban más de una veintena de muecines. De cuyas callejas ya hace tiempo que salió el último turista. 

Oum al Jeir (la madre de la bonanza, en árabe) era el nombre de preguerra de Alepo, cuya industria daba cuenta del 35% de la producción total de Siria. Pero los comerciantes ya no hacen caja en Alepo, como tampoco lo hacen los importantes empresarios textiles. Hoy caminan sobre las cenizas de años de trabajo y millones en inversiones. La zona industrial de Sheij Nayar, a 10 kilómetros al norte de Alepo, albergaba 2.000 fábricas y daba de comer a 42.000 trabajadores. Destruida y saqueada durante los combates, la maquinaria ha reaparecido junto con miles de trabajadores en el sur de Turquía, que progresivamente releva a Siria en la producción textil como en la de telenovelas antaño rodadas en Damasco.

Recuperar Alepo es devolvérsela a la burguesía industrial que aun permanece en el país. Una victoria que refuerza una importante base social representada en todas las confesiones y sobre la que reposa en parte el Gobierno de Damasco y sus instituciones. Parte de la burguesía industrial y cosmopolita Alepina ha optado por mudarse a Damasco y los menos a Beirut o al extranjero. Otros lo han hecho a Latakia, junto con un millón de desplazados de los tres con los que contaba Alepo. Allí reabren sus fábricas y restaurantes revigorando la economía costera siria.

Imágenes aéreas muestran la envergadura de la destrucción en el Alepo oriental sobre el que parece haberse desplomado el cielo bajo el peso de los bombarderos y morteros. La guerra no solo ha alterado la fisionomía de la segunda mayor ciudad del país: la composición de su población también ha cambiado. Miles de desplazados, campesinos y clase obrera, han llegado de la campiña huyendo de los combates y del avance del Estado Islámico. Estos ya no venden sus verduras en los mercados de Beirut, en cuyos estantes algunos precios han casi duplicado.

La historia se repite en Alepo, que en los próximos meses será testigo de una nueva rotación de gentes. A esta ciudad que junto a Damasco clama ser la más antigua del mundo constantemente habitada, verá a parte de sus gentes regresar a la ciudad vieja, mientras que otras se despiden a bordo de autobuses rumbo a la campiña occidental.

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