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Trump molesta pero no ahuyenta a sus fieles

EL PAÍS inicia una serie para desentrañar las claves políticas, económicas y sociales que explican cómo ha llegado el candidato republicano hasta las puertas de la Casa Blanca

Kelly Meyers y Ron Meyers, en el pub Cross Keys Tavern de Chillicothe, ciudad pequeña del cinturón postindustrial de Ohio.Vídeo: EDU BAYER
Marc Bassets

La onda expansiva de los comentarios lascivos y machistas del candidato a la Casa Blanca Donald Trump alcanza lugares como Chillicothe, un pueblo de 22.000 habitantes en el sur de Ohio. Pero llega debilitada. En el principal bar o a la salida la fábrica de papel que es uno de los motores de la economía local, nadie se sorprende por el vídeo de 2005 que ha provocado una cadena de deserciones en el partido de Trump, el republicano.

Quienes detestan a Trump en estados que, como Ohio, pueden ser decisivos en las elecciones del 8 de noviembre, lo seguirán detestando. Y con más razones. Quienes le apoyan, le perdonarán los pecados: creen que lo que EE UU necesita es un rostro nuevo, un hombre de negocios, alguien que llame al pan, pan y al vino, vino. Y quienes dudaban entre él y su rival demócrata, Hillary Clinton, seguirán dudando. Todos los entrevistados en Chillicothe —todos blancos, como el 90% de la población en este condado— comparten un escaso entusiasmo por sus candidatos, a quienes ven, como un mal menor.

“Ambos tienen defectos graves”, dice, a la salida de la fábrica de papel Bill, un mécanico de mantenimiento que prefiere no dar su apellido. Su primera preocupación al votar es la economía, y, por su experiencia, va peor de lo que se dice en Washington. Su salario es bueno, dice, pero las facturas suben. “Ya no tengo el dinero extra que solía tener”.

Bill votará a Trump. “Probablemente tiene un conocimiento algo mejor para adoptar las decisiones financieras correctas”.

La realidad es que la mejora de la economía en los años del presidente Barack Obama es visible en Chillicothe. Han abierto cafés y comercios en el centro. En la calle mayor se ven menos escaparates abandonados. Hoy el pueblo, considerado a menudo como un microcosmos electoral de Ohio y EE UU, proyecta una imagen de prosperidad, un contraste con hace cuatro u ocho años.

En 2012, cuando el republicano Mitt Romney le disputaba la reelección de Obama, todavía se sentían las secuelas de la gran recesión de 2008. El desempleo en el condado de Ross, cuya capital es Chillicothe, era del 7,7%. Y en 2008, durante la primera campaña presidencial de Obama, esta era una región azotada por la crisis en la que los despidos estaban al orden del día y el paro se acercaba al 9%, un nivel alto para Estados Unidos. Ahora es del 4,8%.

“No me gusta Hillary”, continúa Bill antes de enumerar una serie de escándalos, reales o imaginarios, que han salpicado las tres décadas de carrera política de los Clinton.

Cuando se le pregunta si le molestan los comentarios ofensivos que profiere el candidato republicano, suelta una carcajada. “Hay que tener en cuenta que no es, ni nunca ha sido, un político”. Y no ser político, llevar un estilo nuevo a Washington, es una virtud.

“El tipo dispara antes de preguntar. Dice cosas en la que quizá ni piense. ¿Es esto malo? Todos los que no estamos en política alguna vez hemos dicho cosas que han quedado mal y después hemos intentado retractarnos”.

—Y su familia y amigos, ¿comparten su punto de vista?

—Ahí viene mi mujer. Puede preguntarle, responde.

Barrio residencial junto a la fabrica de papel Glatfelter, en pleno funcionamiento.
Barrio residencial junto a la fabrica de papel Glatfelter, en pleno funcionamiento.EDU BAYER (EL PAÍS)

Su esposa se llama Tammy. Ambos son votantes tradicionales republicanos. La última vez que votaron demócrata fue en los años noventa, con el presidente Bill Clinton. “Es algo que dijo hace años. Todo el mundo puede ser perdonado por lo que hizo en el pasado. No quiero meterme en esto”, dice Tammy.

Horas más tarde, otro matrimonio, el policía Ron Meyers y la trabajadora de los servicios sociales Kelly Meyers, se sienta en la Cross Keys Tavern, una taberna en la main street de Chillicothe.

La televisión está sintonizada con el partido de fútbol americano entre las universidades de Ohio e Indiana. Nada de política.

La atmósfera es festiva como cualquier sábado por la noche, pero también sombría. El martes murió Tom Burke, el dueño. Burke era una especie de oráculo local, un observador agudo y socarrón de la vida de Chillicothe y de EE UU, especialista en acuñar frases memorables como esta: "El electorado tiene el coeficiente intelectual del asfalto". Algunos periodistas le visitaban durante cada campaña para buscar pistas y consejos. La Cross Keys Tavern era un laboratorio del estado anímico del país.

Ron es republicano pero duda entre Trump y Clinton. Kelly es demócrata y lo tiene claro. “No es mi favorita, pero de los dos ella es la que menos miedo da”. “No hay manera de persuadirle", dice Kelly mirando a su marido. “Soy un librepensador” sonríe él.

¿Y si gana Trump? “Nos mudamos a Canadá", interviene Kathy Smith, una amiga de los Meyers. “O a Nueva Zelanda”.

Bill es mecánico de mantenimiento de la fábrica de papel Glatfelter, en Chillicothe.
Bill es mecánico de mantenimiento de la fábrica de papel Glatfelter, en Chillicothe.EDU BAYER (EL PAÍS)

Sobre la grabación en la que el republicano decía que, al ser famoso, podía hacer cualquier cosa a las mujeres, como agarrarlas por los genitales, Kelly comenta: “No me sorprendió”.

Kyle Kondik, especialista de la Universidad de Virginia en pronósticos electorales y autor de ‘The bellwether. Why Ohio picks the president’ (El barómetro. Por qué Ohio elige al presidente), constata que, ya antes de conocerse la citada conversación de Trump, Clinton estaba mejorando en los sondeos por todo EE UU, incluido Ohio. “Aunque Trump debería tener mejores resultados en Ohio que en el ámbito nacional, probablemente ahora Clinton sea la favorita para ganar el Estado gracias a su mayor dominio nacional”, dice Kondik en un correo electrónico.

“La gente dice: ‘Me gusta Trump porque dice las cosas tal como son, habla desde el corazón”, dice Kelly. Pues bien, ahí está lo que piensa Trump.

“Estoy seguro de que otra personas han dicho cosas similares a puerta cerrada. Pero él está bajo los focos, ya lo estaba entonces, y debería saber que no puede decir estas cosas”, dice Ron. “¿Qué ocurriría si le pillasen diciendo a puerta cerrada algo así sobre la primera ministra de Alemania?”

Los últimos comentarios sexistas son un punto negativo para Trump en el recuento que Ron lleva de los errores de uno y otra. Pero no el definitivo. No el que incline su decisión hacia Clinton. Le queda un mes para pensárselo.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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