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MIEDO A LA LIBERTAD
Columna
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Cazando populistas

Ahora, con independencia de la situación venezolana, Argentina, Brasil, y hasta cierto punto Bolivia, aliados ideológicos y compañeros de viaje, atraviesan sus propias crisis

Simpatizantes chavistas durante una manifestación Cojedes (Venezuela)
Simpatizantes chavistas durante una manifestación Cojedes (Venezuela)EFE

La realidad política y social de estos tiempos no solo se basa en el empoderamiento de las sociedades y en el estruendo generado por el rayo inmediato de las redes, también empieza a caracterizarse por la destrucción sistemática de las normas aceptadas globalmente. Las calles de Caracas arden en todos los sentidos. La escasez, las manifestaciones y el descontento son factores implícitos en todos y cada uno de los movimientos que se producen en ese país ante la incapacidad manifiesta de la clase política. Además, el demoledor informe de más de 100 páginas de la OEA sobre la crisis venezolana no solo es un punto sin retorno en la condena o en la demostración del fracaso de un régimen, sino que muestra además la necesidad de empezar a vivir con unas fórmulas políticamente inéditas.

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Venezuela es un punto y aparte por muchas razones. Básicamente porque, a partir de la política petrolera del comandante Hugo Chávez, nacieron los países del ALBA, nació el chavismo como justificación y nació la posibilidad de que Cuba sobreviviera. Ahora, con independencia de la situación venezolana, Argentina, Brasil, y hasta cierto punto Bolivia, aliados ideológicos y compañeros de viaje, atraviesan sus propias crisis y viven el encontronazo radical entre los distintos modelos económicos y sociales, configurando un nuevo panorama que no deja de presentar planteamientos inéditos.

Antes, en Latinoamérica se tenía claro que, al mismo tiempo que se aplicaban las brutales recetas del llamado neoliberalismo —impuesto por el Banco Mundial y por el Fondo Monetario Internacional—, los sindicatos, el acuerdo social y los intereses de los menos favorecidos estaban representados por gobernantes que lograron mantenerse en el poder durante los últimos 15 años con resultados que han terminado por ser muy cuestionados. Ahora, esos representantes se encuentran cada vez más cerca de la puerta de las cárceles y sus gobernados, sumergidos en una catástrofe económica declarada por la caída de los precios de las materias primas y la desaceleración china.

Con todos esos acontecimientos, se está apostando por la radicalización política, por la persecución del populismo y por imputaciones a los dirigentes, como ocurre con la expresidenta de Brasil, Dilma Rousseff, retenida como si fuera la reina de Escocia, María Estuardo, en una de las torres del palacio presidencial por un supuesto maquillaje de las cuentas públicas que todos los demás presidentes han utilizado, y sustituida por su siamés, Michel Temer, en su momento aliado en la misma papeleta electoral que ahora está siendo juzgada.

Pero más allá de las palabras y de las decisiones políticas, este es un momento en el que la consistencia moral de un continente está siendo juzgada. Y ahora lo que se juega de verdad es una situación en la que, una vez que llegue a su fin el experimento de la socialdemocracia y las reformas, veremos la capacidad de resistencia de los pueblos ante una grave crisis económica sin instrumentos útiles de mediación política.

Al final, en estos países, es posible apreciar algo más que la brutalidad de las crisis económicas y la ausencia de cualquier estructura de entendimiento social. En ese sentido, todo conduce a una gran pregunta: ¿Acaso en la era de Internet la integración social, sindical y política forma parte del pasado y solo la radicalización social y la imposición de razones por la fuerza serán parte del presente?

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