Otro éxodo kosovar, en tiempo de paz
La crisis causa una estampida migratoria. El país pierde el 4% de la población en un año
En grupos pequeños o en autobuses fletados específicamente para ello. Cientos de mujeres, hombres y niños abandonan Kosovo cada día para tratar de alcanzar la Unión Europea. La mayoría lo hace atravesando Serbia, buscando los 170 kilómetros de frontera que ese país tiene con Hungría. Lo que empezó como un goteo de quienes tratan de escapar de la penosa situación económica de Kosovo, empieza a adquirir este invierno trazas de salida masiva. Las autoridades húngaras afirman que en los últimos diez días han interceptado a más de 5.000 personas tratando de cruzar sin autorización. Y desde enero han registrado 10.000 peticiones de asilo de kosovares (la mayoría, de origen albanés); muchas más que las 6.000 de todo el 2013.
El Gobierno húngaro ha amenazado con cerrar sus fronteras, y el primer ministro conservador, Víktor Orban, ha propuesto una nueva ley que permita detener y expulsar de inmediato a quien entra en el país sin papeles. “Si no, Hungría se convertirá en un campamento de inmigrantes”, declaró ayer a la radio pública. Orban advirtió que su país es una "escala", la puerta de entrada para alcanzar otros Estados miembros con mejor situación económica.
Kosovo, de 1,8 millones de habitantes, empieza ya a acusar el fenómeno, y las autoridades buscan fórmulas para contener lo que ya definen como “éxodo”. Otro, después del vivido en la guerra con Serbia, de la que se independizó en 2008. Lulzim Peci, director de Kipred, un centro de investigación sociopolítico de Pristina, apunta que contener las salidas es complicado. “La situación económica es grave, pero lo más negativo es la falta de perspectivas. Los ciudadanos no creen que la situación vaya a mejorar”, apunta. El 35% de la población está desempleada en Kosovo —el 55% de los jóvenes—, según las últimas estadísticas del Gobierno, de 2012. El dato actual, aseguran los expertos, es aún mayor. Tras el conflicto armado, y con la crisis económica de por medio, incide Peci, el declive ha sido grande. El país, donde el 45% de la población vive bajo el umbral de la pobreza, según datos del Banco Mundial, no se ha recuperado.
Armend Namani, de 26 años, está pensando en marcharse. Estudió un grado superior de mecánica, pero no tiene trabajo. Su primo se marchó en octubre con dos amigos, explica en inglés por teléfono desde Pristina. “Ahora están en Alemania. Va trabajando en cosillas. No tiene un empleo, pero tampoco aquí. Allí, puede salirle algo... Aquí ni con un trabajo medianamente decente se gana más de 250 euros al mes [el salario medio es de unos 300]; y eso tirando por lo alto”, asegura. Namani reconoce que lo que todavía le frena es su novia. “Ella no quiere irse”, dice.
Desde noviembre, unas 50.000 personas han dejado Kosovo, según el Ministerio del Interior. En los últimos 12 meses, el país ha perdido un 4% de la población total, según estimaciones del Gobierno. Y hay ciudades, como Vushtrri, donde la población ha descendido un 7% en solo unos meses. En esa localidad norteña, unos 400 niños han dejado la escuela; 5.000 en todo el país. El primer ministro, Isafa Mustafa, ha pedido a los kosovares que no salgan del país. “Trabajamos en todos los sectores de la economía para crear empleo y atraer inversiones extranjeras”, ha asegurado esta semana, según informa efe. “No podemos permitirnos perder más población”, ha reconocido en los últimos días la presidenta, Atofete Jahjaga.
Quienes experimentan una resurrección económica son las compañías de transporte con rutas hacia Serbia. Con la demanda sube la oferta, y las empresas han incrementado su frecuencia. Además, cada vez hay más compañías privadas —o servicios informales— que ofertan esa ruta. Una vía que además de ser (hasta ahora) menos conocida, y por tanto menos vigilada, es más sencilla para los kosovares. Los ciudadanos de ese país necesitan visado para entrar en los Estados de la UE, pero en los últimos tiempos, un convenio firmado con Serbia para la normalización de sus relaciones —auspiciado, de hecho, por Bruselas— les permite atravesar sin problema ese país solo con su pasaporte.
El viaje organizado hasta la frontera con Hungría, asegura Namani, puede costar entre 60 y 1.000 euros. “Depende de si tienes a alguien que te ayuda a cruzar o vas por tu cuenta. Hay personas que, si pagas, te acompañan”, dice el joven. En los últimos tiempos, y pese al frío, muchos lo hacen por zonas boscosas y menos escrutadas, como Asotthalom.
Llegan familias enteras, afirma Erno Simon, portavoz en ese país de la agencia de la ONU para los refugiados (ACNUR). Esta semana, las autoridades húngaras han interceptado a una formada por seis personas, entre ellos varios niños, el más pequeño de seis meses. Simon explica que, como ese grupo, muchos viajeros son interceptados en la frontera, o ya en Hungría. Una vez en el país son realojados en centros de atención, donde piden asilo.
Si no, una vez en Hungría suelen tratar de viajar a Austria o Alemania. En ese país, la petición de asilo de kosovares se ha incrementado un 80%: hasta los 3.600 en el mes de enero. La preocupación del Gobierno alemán es tal que ha anunciado que enviará a la frontera de Hungría con Serbia a una veintena de agentes para “colaborar” en la vigilancia fronteriza. La ruta, advierte Simon, es cada vez más habitual. “No solo para kosovares, también se han registrado sirios y afganos”, dice.
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