Regreso a casa con los cadáveres de 31 milicianos rusos caídos en Ucrania
Los combates en el aeropuerto de Donetsk confirmaon la presencia de rusos en el conflicto
En la frontera de Uspensk reina la calma. Hacia el territorio de Rusia no cruza nadie, y los guardias fronterizos, muertos de aburrimiento hace apenas cinco minutos, ahora observan asombrados y fotografían con sus teléfonos un camión con cruces rojas y el código “200” impreso en su carrocería, mientras los funcionarios de aduana inspeccionan los documentos de la carga. La inspección transcurre con formalidad y sin contratiempos, pero es notable la tensión ante la incomprensión sobre la procedencia de esta “carga” y la identidad del remitente. Slav, conductor del camión, no puede explicar nada: “Hoy en la mañana, personas a las que no se puede objetar, me pidieron llevar este camión a Rusia, afirmaron únicamente que es un asunto importante”.
Sobre el hombro del oficial leo: “Certificado del Buró de Medicina Legal de Donetsk. 20.05.2014. La presente constata que ni en el cadáver, ni en el ataúd del ciudadano Zhdanóvich Serguéi Borísovich, nacido en 1966, hay objetos prohibidos para cruzar la frontera de Ucrania”.
Los certificados suman 31 y coinciden con el número de ataúdes apilonados en un camión-frigorífico, despachado hace dos horas desde Donetsk. La caravana, integrada por tres vehículos (uno con agentes de la policía, el camión y otro coche en el que viajábamos periodistas) , había abandonado la ciudad al atardecer y al llegar a la frontera ya era de noche. La luz de las linternas ilumina el rostro de los guardias; nadie tiene deseos de hablar, simplemente esperan el fin de la inspección, sin despegar la mirada del camión. La carga 200.
Muchos cadáveres estaban desfigurados, algunos decapitados o sin extremidades
En el interior del camión hay 31 ataúdes marcados con etiquetas de la “República Popular de Donetsk” con ciudadanos rusos muertos en Donetsk durante combates ocurridos en el aeropuerto, el pasado 26 de mayo. Desde el comienzo de las hostilidades en la provincia de Donetsk, en abril, circulaban rumores sobre la participación de rusos en los enfrentamientso armados, pero hasta el momento nadie los había visto.
El combate en el aeropuerto de Donetsk (todavía bajo control de las autoridades ucranianas, a pesar de que la ciudad es centro de la autoproclamada República Popular de Donetsk /RPD/), ha sido el acontecimiento más trágico ocurrido en toda la operación antiterrorista [nombre oficial con el que el gobierno de Kiev llama la campaña para aplastar a los rebeldes rusohablantes] emprendida en la región de Donbás. Todavía no se ha podido establecer el número de víctimas mortales, aunque diferentes fuentes lo cifran en 50 como mínimo.
Al día siguiente, los periodistas pudieron ver un montón de cadáveres en uniformes de camuflaje. Yacían en el piso ensangrentado del subterráneo de la morgue del hospital Kalinin, en el centro de Donetsk. Muchos cadáveres estaban desfigurados, algunos decapitados o sin extremidades. Eran los cuerpos de los combatientes que se encontraban en el interior de un camión Kamaz que transportaba heridos y que fue blanco de un intenso tiroteo en la zona del aeropuerto durante el combate. Los empleados de la morgue trabajaban sin descanso y muchos fubaman allí mismo; era prácticamente imposible respirar en un radio de 50 metros a causa del fuerte olor de los muertos.
Los habitantes locales comenzaron a llegar al hospital para reconocer a los muertos
Como en el hospital no quedaba sitio para alojar más cadáveres, activistas de la RPD trajeron dos camiones refrigeradores para el transporte de alimentos a los que trasladaron parte de los muertos. Los chóferes permanecían junto a la morgue fumando un cigarrillo detrás de otro; afirmaban que activistas armados los habían detenido en la carretera diciéndoles solo: “Necesitamos camiones”, y ahora esperan recuperar sus vehículos.
Los habitantes locales comenzaron a llegar al hospital para reconocer a los muertos. Algunos buscaban parientes desaparecidos, pero en hospital no había una lista de los fallecidos. Como era imposible buscar el cadáver requerido entre los muertos apilados en el camión, los empleados de la morgue ofrecían a los interesados en reconocer a sus parientes que miraran las fotografías de los cuerpos hechas por los funcionarios. Así se logró identificar solo dos cuerpos, los de Mark Zvérev y Eduard Tiuriutikov, ambos vecinos de Donetsk.
La identidad de los cadáveres restantes fue una incógnita hasta el día siguiente en la tarde, cuando el secreto quedó resuelto de forma imprevista. Al final de la jornada, mientras compartíamos la cena con unos colegas en el café del hotel, se nos acercó un representante de Alexandr Borodái, el primer ministro de la autoproclamada RPD. Nos informó que al día siguiente, desde Donetsk hacia Rusia, viajaría un convoy de dos vehículos con muertos y propuso a los periodistas acompañarlos hasta la frontera. El emisario prometió informar en el plazo de media hora desde dónde serían transportados y quien acompañaría la “carga”, al tiempo que nos pidió confirmar nuestra disposición de viajar. Los periodistas quedamos alucinados tras escuchar la propuesta.
Era el primer reconocimiento de que en los combates en Donbás habían perecido ciudadanos rusos. Dos semanas atrás, en las redes sociales se difundían rumores de que los cuerpos de los rusos muertos en los combates en el oriente de Ucrania eran transportados en secreto por la frontera a Rusia, pero en la RPD nadie confirmaba ni mucho menos divulgaba ese tipo de informaciones. Ahora, en cambio, la dirección de la RPD pedía a los periodistas cubrir este acontecimiento y acompañar la caravana de vehículos, posiblemente porque temían que pudiera ser atacada por las fuerzas ucranianas y contaban con que la presencia de la prensa permitirían al convoy llegar sin problemas a su destino.
A pesar de la numerosa presencia de periodistas, el suceso parecía algo reservado, una tragedia que debería ser llorada únicamente al otro lado de la frontera
Era incompresible cómo este actuar de los dirigentes de de la RPD podía compaginarse con las declaraciones hechas desde Moscú que insistía en la “lucha popular” en Donbás y negaba la participación de ciudadanos rusos en el conflicto. Tampoco estaba claro cómo reaccionaría el Kremlin. Pero nosotros decidimos viajar, mientras la noticia sobre el futuro acontecimientos se difundía por todo el hotel.
Al día siguiente, frente al hospital nos reunimos cerca de un centenar de periodistas de medios de prensa internacionales. Entre ellos, camarógrafos de las televisiones estatales rusas Canal 1 y Rusia 24, que al final no difundieron ningún material sobre este acontecimiento.
Además de Borodái, llegó Denís Pushilin, presidente del parlamento de la autoproclamada RPD. Ambos líderes, que se mantenían aparte uno del otro, ambos custodiados por su propio círculo de guardaespaldas armados, respondían a las preguntas de los periodistas. Decían lo mismo: que envían de regreso a Rusia la “carga 200” con voluntarios que habían llegado para apoyar la lucha de las milicas de la RPD, que no quieren provocaciones y que, por esa razón, el camión viajaría sin acompañamiento de hombres armados.
Quedó claro que sin los periodistas no había ningún interés en enviar el camión a Rusia
Los ataúdes variopintos –que, según activistas de la RPD, habían sido recogidos en diversos puntos de Donetsk– los pusieron a la entrada de la morgue, y los periodistas se preguntaban si en su interior había cadáveres o estaban vacíos. Inicialmente, la partida del convoy estaba prevista para las 13.00 horas, y durante al menos cuatro horas, los periodistas esperaron que los ataúdes fueran cargados en el camión. Pero a medida que pasaba el tiempo, aumentaban las dudas sobre la realización del viaje. Funcionarios de la morgue andaban con una lista con los nombres de los muertos, e incluso durante un par de instantes, la mostraron a los periodistas pero no permitieron que fuera leída con detalle o que se tomaran fotografías.
Además de la prensa, en el lugar había otros empleados del hospital en donde se encontraba la morgue que observaban lo ocurrido con curiosidad, y los familiares del residente de Donetsk Mark Zvérev, que acudieron para la despedida. Ninguno de los activistas de la RPD ni otros habitantes de Donetsk aprovecharon la última ocasión para despedir a los “voluntarios que acudieron a defender al pueblo ruso”. A pesar de la numerosa presencia de periodistas, el suceso parecía algo reservado, una tragedia que debería ser llorada únicamente al otro lado de la frontera.
Finalmente, comenzó la carga de los ataúdes en el camión. Al mimo tiempo, llegó la noticia de que el batallón Vostok (una de las unidades de los insurgentes que se convirtió en la principal fuerza de combate en Donbas) desalojaba la sede de la administración municipal de activistas de la RPD. Pishulin y Borodái abandonaron precipitadamente el lugar y una vez cargados los ataúdes, la mayoría de los periodistas se marcharon también al centro de la ciudad. Posteriormente, informaron los cuerpos de los rusos muertos habían sido transportados desde la morgue hacia la frontera.
Pero desde la morgue salieron ataúdes vacíos. Parecía que cada nuevo episodio en esta historia se convertía en guión de una película surrealista: Resultó que el día anterior, los cadáveres habían sido trasladados de la morgue a los refrigeradores de una fábrica de helados. Fue allí que depositaron los cuerpos en los féretros y los prepararon para su envío a Rusia. Una vez que el camión entró en el territorio de la fábrica, cerraron las puertas de esta y, en un pequeño lugar rodeado de tablas de madera para impedir la mirada de curiosos, los activistas sacaron apresuradamente los cuerpos de los refrigeradores, reunieron los restos, los depositaron en bolsas negras y, por último, en los ataúdes variopintos. Fumaban y miraban hacia los lados mientras subían los féretros al camión. Entretanto, otros activistas pintaron en el techo y en la carrocería cruces rojas y el número “200”.
Tres colegas y yo –los únicos interesados en esta historia– viajamos tras el camión desde el tanatorio. Nuestro interés impresionó a los activistas que nos permitieron presenciar la carga de los cadáveres y fotografiar los muertos.
Una mujer me dijo que esperaba que los militares ucranianos y militantes del Sector de la Derecha demostraran humanismo y permitieran al camión llegar a su destino: “Son unos fascistas, pero tendrán algo de humanos”. Le pregunté si acompañaría el camión y mirándome a los ojos respondió: “¿Acaso quiere que me maten? ”
No sabíamos cómo sería el viaje ni lo que podría ocurrir en el camino. Ya era tarde y comenzamos a preocuparnos por el regreso a Donetsk: había toque de queda. A partir de las 22.00 horas las calles están prácticamente desiertas y los puestos de control en las carreteras se vuelven peligrosos. Especialmente para los periodistas, que aquí todo el tiempo son sospechosos de apoyar al adversario o de espionaje. Además, nunca sabes donde puede estallar un tiroteo. Así que decidimos acompañar el camión hasta el momento en que comience a oscurecer.
Cuando te encuentras en Donetsk, comprendes que la guerra informativa que libra la prensa de Rusia y Ucrania ha borrado completamente la frontera entre la realidad y la comprensión de ambos bandos sobre lo que ocurre realmente en el oriente de Ucrania
Comuniqué nuestros planes a uno de los responsables del transporte del camión y en respuesta, nos propuso inesperadamente postergar el viaje para la mañana del día siguiente, lo que nos permitiría llegar hasta la frontera de día. Quedó claro que sin los periodistas no había ningún interés en enviar el camión a Rusia. Esto aumentó el temor y, al final, decidimos simplemente confiar en que tendríamos tiempo suficiente antes de oscurecer y que actuaríamos según las circunstancias.
Cerca de las 19.00 horas se terminó de cargar los cadáveres en el camión y de sellar los ataúdes. Los activistas se lavaron sus manos y fumaron. Los voluntarios anónimos que habían llegado a “defender a los rusos” en el oriente de Ucrania fueron acompañados en silencio a su último viaje a casa en un camión frigorífico desde una fábrica de helados. En la autoproclamada RPD, se hizo todo lo que se consideró necesario para los rusos muertos y la etiqueta de la RPD en los féretros debía indicar a los parientes la hazaña que protagonizaron en Donbás. La guerra continúa y los activistas se dispersan por los puestos de control.
Cruzamos las calles de Donetsk mientras la gente, ocupada en sus propios asuntos, lanzaba miradas indiferentes al camión. Para ese tiempo, en el centro de la ciudad todos los activistas habían sido desalojados de la sede la administración municipal; las barricadas también fueron desmontadas; oscurecía.
Para nosotros y nuestros colegas, la historia de la primera “carga 200” enviada desde Donbás a Rusia terminó en el puesto de control fronterizo
En la carretera, el camión avanzaba con rapidez sin detenerse en los puestos de control de los rebeldes ni reducir la velocidad al pasar por los poblados. Llegamos a Uspensk. A cuatro kilómetros de la frontera, el camión fue detenido en un puesto de control de militares ucranianos. Como de costumbre, el soldado se dirigió a la cabina y el conductor entregó la documentación sobre la “carga”…
En caunto el soldado comprendió cuál era el contenido de la carga, sus movimientos se hicieron bruscos y el tono de su voz, amenazante. Llamó a otros uniformados que rodearon el camión apuntando con sus fusiles sin seguro hacia el vehículo mientras ordenaban al conductor abrir el compartimiento de la carga. El militar no podía dar crédito a sus ojos alternando miradas de asombro entre los documentos y los ataúdes alineados en el camión, sin saber qué hacer.
Después, los soldados notaron nuestro vehículo y cómo “sospechosamente” estábamos cerca del camión observando lo ocurrido. Entonces, los fusiles apuntaron contra nosotros, pero tras comprobar que éramos periodistas, volvieron a dirigir sus fusiles contra el camión.
–¿De dónde provienen los ataúdes?- preguntó el militar al chófer.
–Desde Donetsk.
–¿Quien los envía?
–No sé, me entregaron el camión cargado y lo debo conducir hasta la frontera.
Todo quedó claro sin más palabras. Los militares no hicieron más preguntas, revisaron los documentos y ordenaron al conductor aparcar el camión a un lado de la carretera tras el puesto de control. Después, los agentes de la policía que en el primer vehículo acompañaban al camión, sostuvieron una corta conversación con los militares y finalmente se pudo continuar sin inspecciones adicionales.
Cuando llegamos a la frontera ya era de noche. Nadie había sido informado de que esa carga especial iba a cruzar la frontera. Los guardias revisaron los documentos y el camión de forma automática, de la misma forma en que hubieran revisado un vehículo cargado con patatas, y con indiferencia permitieron que pasara. Nadie quiso enseñar a la prensa la lista de los muertos, pero pudimos ver algunos nombres entre los documentos sobre los ataúdes.
Como el de Serguéi Borísovich Zhdanóvich, nacido en 1966, que el que ya había aparecido alguna información en las redes sociales. Así, en la cuenta del grupo “Afganistán, nada se olvida, nadie ha sido olvidado” de la red “VKontakte”, se dice que era instructor en retiro del centro especial del Servicio Federal de Seguridad y veterano de la guerra en Chechenia y Afganistán. También informan que el 19 de mayo llegó a la ciudad rusa de Rostov del Don para entrenamientos y que el 26 del mismo mes murió en Donetsk.
Sobre Yuri Abrosimov, nacido en 1982, cuyo certificado vimos durante la inspección, no pudimos encontrar ningún dato. Algunas páginas de internet citan a Alexandr Vlásov y Alexandr Morózov, también ciudadanos rusos muertos en el aeropuerto de Donetsk. En los comentarios son considerados héroes y luchadores contra el fascismo y exhortan a los lectores a incluir sus nombres en la bandera, a “abandonar la vida confortable y unirse a la lucha contra el fascismo”.
Las redes sociales también difunden una carta de la que se dice fue la última Vlásov en su cuenta de VKontakte, cuya autenticidad no se puede comprobar ya que comentarios anteriores indican que su cuenta ya había sido cancelada. La carta dice lo siguiente:
“En estos días debo viajar a Slaviansk en compañía de dos de mis amigos. Hablé con mi madre y expliqué a mi esposa, hice el testamento, pero no pude devolver todas las deudas… a la familia la preparé durante meses, durante ese tiempo aparecieron corredores en la frontera y personas que para mí no son indiferentes. En el cruce debemos recibir armas automáticas y yo, por mi fuerza y estatur,a una ametralladora, equipos, etc”. Después, dice que “el canal por Rostov quedó cerrado, aunque un diputado ayudó, no se pudo hacer nada…Y otro canal fue bloqueado por el servicio de seguridad de Ucrania”. Al explicar los motivos para viajar a Donbás, Alexandr escribe: “Los sucesos en Odesa y toda esta situación me conmovió. Soy un hombre fuerte y no puedo esconderme tras la espalda de mi mujer y refugiarme en el trabajo y los hijos”.
Cuando te encuentras en Donetsk, comprendes que la guerra informativa que libra la prensa de Rusia y Ucrania ha borrado completamente la frontera entre la realidad y la comprensión de ambos bandos sobre lo que ocurre realmente en el oriente de Ucrania. La única realidad que queda son las víctimas de esta guerra. Ninguno de los canales de televisión federal rusa, que durante meses machacan la idea de que está ocurriendo un genocidio de rusos en el este de Ucrania y que los fascistas dominan en el oeste del país, informaron que 31 ciudadanos de Rusia perecieron en Donetsk el 26 de mayo. No explicaron en qué consistió la hazaña por la cual murieron, cómo llegaron a esta guerra, quién les abre el canal de Rostov, quién entrega armas y recibe los ataúdes con etiquetas de la RPD. Los medios de presa ucranianos afirman, por su parte, que los muertos eran mercenarios y terroristas.
Para nosotros y nuestros colegas, la historia de la primera “carga 200” enviada desde Donbás a Rusia terminó en el puesto de control fronterizo de Uspensk. Fuimos los únicos que acompañamos en su regreso a casa a los rusos caídos en los combates en el aeropuerto de Donetsk, en Ucrania.
Reportaje publicado originalmente en El Eco de Moscú. Traducción de Armando Pérez López.
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