Le Pen o el triunfo de la desafección
Los resultados en las municipales muestran que más de la mitad de la población rechaza el sistema político
Más que un éxito de Marine Le Pen; más que una victoria indiscutible de un centroderecha envuelto en los escándalos y sin proyecto; e incluso más que el hundimiento clamoroso de un Partido Socialista sin rumbo ni liderazgo, el análisis de los resultados de las municipales francesas parece demostrar que el primer vencedor de las elecciones es la desafección política y el populismo del pesimismo que recorre Europa.
La abstención alcanza finalmente el 36,3%, la cifra más alta nunca registrada en un segundo turno en Francia, y si a ese dato se le suman los votos bancos y nulos (que en el primer turno fueron del 3,5%), y el apoyo recibido por los partidos cuyos programas rechazan frontalmente el sistema bipartidista y las políticas europeas —Frente Nacional, Partido Comunista y Partido de Izquierda—, la cuenta final afirma que al menos seis de cada diez franceses se sitúan de perfil respecto a la oferta clásica PS/UMP, a la manera en que el voto antisistema reunido por Beppe Grillo en las últimas elecciones italianas aglutinó a la vez la rabia contra la ineficacia de la casta política y el descontento cont las recetas austericidas de Bruselas.
La desdiabolización de la extrema derecha parece un hecho
El discurso nacionalista, eurohostil y antisistema del Frente Nacional solo ha podido llegar en estas elecciones a uno de cada tres franceses porque Le Pen apenas logró reunir 597 listas, con todo su mejor marca en los 42 años de vida del partido. Allá donde se presentaba en el segundo turno, el partido gana una decena de ciudades y suma alrededor del 15% de los votos; el resultado está en la línea de lo que sucedió en las presidenciales de hace dos años, cuando Le Pen llegó tercera con el 17,9% en la primera vuelta. Su crecimiento es significativo respecto a las municipales de 2008, porque entonces el FN no tenía una sola alcaldía.
Pero históricamente, el resultado del FN significa un regreso, mejorado, a sus niveles locales de 1995, cuando logró casi un millar de concejales, unos 300 menos que ahora. El mérito de Le Pen, en todo caso, ha consistido en resucitar una oferta política —y antipolítica— que parecía muerta a nivel local, aprovechando, como ha subrayado el politólogo Dominique Reynié, “que entre un cuarto y un tercio de la población se siente abandonada por el Estado. Muchos buscan una salida, y no la encuentran en los partidos tradicionales. Les queda elegir al Frente Nacional o no votar”.
La desdiabolización de la extrema derecha, en todo caso, parece un hecho. Más del 40% de los franceses se declaran dispuestos a tener un alcalde del FN, cuando hace diez años la cifra no superaba el 20%. Le Pen dijo el domingo que esta vez el voto a su partido ya no es un voto de protesta, sino de adhesión. Reynié ha subrayado que la hija de Jean-Marie Le Pen ha sabido cabalgar los temas sociales y nacionales con mucha más astucia que su padre. Atizando el miedo a la globalización y a la ausencia de soberanía económica o monetaria, poniendo el acento en la seguridad y en la crispación cultural e identitaria, y aprovechando el envejecimiento de la población, la falta de esperanza de los jóvenes y el agotamiento del Estado del Bienestar, el FN se ha transformado en un producto interclasista y en una maquinaria de poder local. La amenaza de contagio de cara a las europeas de mayo parece muy seria. Pero, más allá, la ola azul Marine no es todavía un tsunami. Y lo inquietante es que solo uno de cada dos electores acepta la actual democracia.
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