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Las municipales brasileñas evidencian el desgaste de los grandes partidos

PT y PSDB solo han conquistado las alcaldías de cuatro capitales cada uno

Juan Arias
La presidenta brasileña, Dilma Rousseff, recibe a Fernando Haddad, alcalde electo de la ciudad de São Paulo.
La presidenta brasileña, Dilma Rousseff, recibe a Fernando Haddad, alcalde electo de la ciudad de São Paulo.Roberto Stuckert Filho (EFE)

Pasado el primer momento de los resultados definitivos de las elecciones municipales que se acaban de celebrar en Brasil, ya han empezado los análisis de los politólogos, que intentan adentrarse en una serie de paradojas que han revelado los comicios.

La primera paradoja es que mientras ha sido la perspicacia del expresidente Lula da Silva la que arrancó a la oposición del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) la mayor ciudad del país, São Paulo, el Partido de los Trabajadores (PT) no consiguió el mismo resultado, a pesar de que el exmandatario se volcó con su apoyo y con el de la presidenta Dilma Rousseff, en otras ciudades de gran relieve como Belo Horizonte, Salvador de Bahía, Manaos, Recife, Fortaleza y Diamantina. De las 10 mayores capitales del país, el PT solo ha logrado la alcaldía de São Paulo.

Se acuñó la imagen gráfica, ya desde los tiempos en que Lula designó a dedo a Dilma como candidata a su sucesión en 2012, de que el carismático exsindicalista era capaz de hacer que fuera elegido, si se lo proponía, hasta a un “palo de la luz”.

Y en estas elecciones, el exmandatario, que posee gran sentido del humor, bromeó diciendo que “poste a poste, el PT va a acabar iluminando a todo el país”. No ha sido así, a pesar de que nadie podrá quitarle el mérito de haber conquistado la fortaleza de São Paulo, clave en la política nacional.

Una segunda paradoja es que los grandes partidos se quedan sin hegemonía en las 26 capitales del país, que se han repartido 11 partidos diferentes.

Los dos grandes partidos tradicionales, el PT y el PSDB, han conquistado solo cuatro capitales cada uno. Y el Partido Socialista de Brasil (PSB), una formación que fue siempre considerada minoritaria, ha conquistado cinco y ha aumentado a cien las alcaldías conquistadas desde hace cuatro años.

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Es la demostración de que los votantes, en las municipales, más que dejarse arrastrar por ideología de izquierdas, derechas o centro, han elegido para dirigir sus ciudades a gestores, que consideran capaces de administrar bien la ciudad.

Otra paradoja es que a pesar de ocho años de Gobierno del PT, con dos personalidades como Lula y Dilma y a pesar de tratarse del partido mejor organizado del país, el opositor PSDB no solo no se ha hundido, sino que ha conquistado más alcaldías que el PT: 709 contra 642. En número de votos obtenidos, el PT, sin embargo, ha superado al PSDB, con 17.188.748 contra 13.842.265.

Al PT le ha ayudado conquistar la capital con mayor número de habitantes del país, São Paulo, con 36 millones.

Y una última paradoja es que, contra todo lo previsto, el PT ha perdido casi todas las capitales del nordeste pobre, de donde procede Lula y donde había tenido la hegemonía del poder desde la llegada del partido al Gobierno, que en estos ocho años se ha volcado en la región con sus ayudas sociales.

Del mismo modo, el PSDB, votado sobre todo hasta ahora en el sureste, la parte más rica del país, esta vez haz perdido allí su poder, en ciudades como São Paulo, Río de Janeiro, Curitiba y Florianopolis.

Los líderes de los dos grandes partidos del país, el PT y el PSDB, han confesado que ambas formaciones necesitan una “renovación a fondo” de sus líderes tradicionales. Los del PT, desgastados al perder el partido su vocación de izquierdas y al ver cómo algunos de sus líderes históricos han sido condenados por corrupción por parte del Supremo. Además, el PT, que se cargó a la socialdemocracia, ha dejado atrás el marxismo y abandonado parte de su programa social y económico, abriendo la mano hasta en las privatizaciones, algo que en el pasado era una herejía para el partido de Lula. Y los del PSDB, desgastados al haberse quedado estos ocho años amordazados como oposición ante los éxitos económicos y sociales del Gobierno.

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