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Coordinado por Gonzalo Fanjul y Patricia Páez

Palestina: ¿podemos ver el vaso medio lleno?

Miles de víctimas del conflicto y la ocupación esperan poco de Donald Trump

Protesta en Líbano en solidaridad con los prisioneos palestinos
Protesta en Líbano en solidaridad con los prisioneos palestinosNABIL MOUNZER (EFE)

En estos días parece inevitable no sumarse a la pregunta en boca de todos: ¿qué implicará la Presidencia de Donald Trump, en términos comerciales, de política exterior, migratorios, fiscales, sanitarios…? Y para el ya casi septuagenario conflicto palestino-israelí, ¿qué supondrá?

La Administración Obama dejó el tema en el tintero. Finalizó el año 2016 permitiendo, con una abstención, la aprobación en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas de una resolución que condena la construcción de asentamientos ilegales en suelo palestino. Y empezó 2017 con la repentina decisión de entregar, horas antes de dejar la Casa Blanca, 221 millones de dólares a la Autoridad Nacional Palestina.

Nada más lejos de concluir que la Administración Obama le dio la mano al pueblo palestino, o retiró el tradicional apoyo de Estados Unidos a Israel, como algunos intentaron alegar. De hecho, Obama firmó el mayor acuerdo de ayuda militar entre Israel y los Estados Unidos de la historia (por un valor de 38 billones de dólares en 10 años). Aún y así, las críticas y presiones del lobby judío y sus allegados no se hicieron esperar; tampoco la respuesta (primero en Twitter y después desde la Casa Blanca) del entonces presidente electo Donald Trump.

Lo que empezó con acciones y comentarios despreocupadamente simbólicos, como paralizar la ayuda de último minuto de la Administración Obama o proponer mover la Embajada estadounidense de Tel Aviv a Jerusalén, subió de tono con el respaldo público de Israel a la construcción de un muro entre Estados Unidos y México, y se formalizó con la decisión del Presidente Trump de elegir a Benjamin Netanyahu como primer jefe de Estado con el cual mantener una reunión oficial. Curioso (¿o de pronto más bien revelador?) si tenemos en cuenta que la primera llamada de Obama como Presidente a un líder internacional fue a Mahmoud Abbas, líder de la Autoridad Nacional Palestina.

Unas pocas horas juntos hicieron falta para que Donald Trump cuestionara ante el mundo en la posterior rueda de prensa veinticinco años de política estadounidense en el Medio Oriente. Y es que el Presidente dice no tener preferencia entre una solución de dos Estados o de uno solo, “quiere lo que ambas partes quieran”. ¡Qué forma tan sencilla de despreciar sin remordimientos décadas de negociaciones de paz!

La respuesta del negociador palestino Saeb Erekat fue rápida, clara y contundente: la única alternativa a la solución de los dos Estados es un único Estado secular en el que judíos, cristianos y árabes convivan de manera democrática. De otra forma, cualquier tipo de Estado que no garantice igualdad de derechos a la totalidad de la ciudadanía (israelíes y palestinos por igual) sería un Estado de apartheid.

Se reabre así el histórico debate entre uno o dos Estados, como solución al conflicto palestino-israelí. Sin embargo, cada vez es más evidente que Israel, que nunca ha considerado una opción la solución de un solo Estado, no tiene tampoco ninguna intención de permitir la constitución de un Estado Palestino. Desde que Trump llegó a la presidencia en el mes de enero se ha aprobado la construcción de 6.000 asentamientos en Cisjordania. Y es que para Netanyahu y sus no pocos seguidores, que los palestinos se queden con el 22% de la Palestina histórica sigue siendo demasiado. Así, aunque en estos últimos días el Gobierno israelí ha intentado suavizar (de forma ambigua) su discurso en lo que concierne a la construcción de asentamientos, la Knesset aprobó en febrero de 2017 una ley que permite la legalización retroactiva de los asentamientos construidos en tierras confiscadas a los palestinos.

¿Cuál es entonces la alternativa? El contexto no parece esperanzador, pero hay quien dice que toda crisis constituye una oportunidad. Tal vez este reacercamiento entre Israel y su big brother sea una oportunidad para evidenciar las constantes violaciones de Israel a la legislación internacional y demostrar que hace años abandonó la apuesta por la solución de dos Estados. Como decía el activista palestino Omar Bargouthi hace unas semanas en Barcelona, tal vez sea una oportunidad para quitarles la máscara a ambos y mostrar a la ciudadanía global la cara de la ocupación. Una oportunidad para que los palestinos busquen alternativas a un “Gobierno” dependiente de Israel como es la Autoridad Nacional Palestina. Una oportunidad para volver a reivindicar que el Estado que acoja a palestinos e israelíes dentro de sus fronteras, sin muros ni checkpoints de por medio, no solamente tiene que ser democrático y garantizar la igualdad de derechos y oportunidades de todos los ciudadanos, sino que además debe garantizar el derecho al retorno de los refugiados (no sólo de los judíos, quienes siempre han tenido las puertas de Israel abiertas, sino también de los árabes). La cuestión es ¿sabrán (o podrán) los palestinos aprovechar la oportunidad? Y nosotros, la ciudadanía internacional, ¿sabremos?; ¿o nos permitiremos, una vez más, ser espectadores de una violación sistemática y descarada del derecho internacional y humanitario?

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