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Columna
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¿La muerte de Europa?

El soberanismo ha quedado desmochado en Francia. A manos del europeísmo: de un “europeísta radical”

Xavier Vidal-Folch
Mitin de apoyo a Marine Le Pen
Mitin de apoyo a Marine Le PenAFP

El soberanismo ha quedado desmochado en Francia. A manos —perdón a los seudointelectuales de la muerte de Europa— del europeísmo: de un “europeísta radical”, como buscaba desprestigiarle la fallida candidata parafascista.

Ella blandió la soberanía contra el euro, contra la inmigración, contra los productos extranjeros más competitivos. Vendía mercancía averiada: una pretendida soberanía que entregó de antemano a jefes imperiales, su protector y aliado Donald Trump, su padrino Vladímir Putin.

La cuantía del engaño se pudo verificar hasta la náusea en el repecho final de la campaña, cuando los infiltrados del gran elusor fiscal y del exjefe del KGB en las redes sociales vituperaban al candidato demócrata, Emmanuel Macron.

La trama submediática contra el centrista le tildaba de banquero, de invento, de extrema finanza, de oportunista sin partido, de servidor de los oligarcas, de monaguillo de la tecnocracia europea... hasta de Napoleón IV, por su capacidad de atraer jóvenes profesionales, como l’Empereur.

Todo el esfuerzo de la pinza populista entre parafascismo y seudoizquierdismo, entre verstrynges y melenchones, ha quedado en nada. Sentidas condolencias.

Francia es la culminación de una secuencia continental. No hubo salida de Grecia del euro. Ni presidente austriaco autoritario. Ni triunfo del racismo antieuropeo en Holanda. Ni repunte de la posnazi Alternative für Deutschland en el Sarre. Y, para colmo, hasta el único líder italiano verdaderamente europeísta, Matteo Renzi, resucita.

Así que la Unión Europea no debe estar tan muerta. La crisis de caballo que sufrió, su deficiente gestión y su mala digestión no ha acabado en una nueva guerra —como recetaba la historia— ni en un triunfo de los extremismos —como en EE UU—: ese es el milagro europeo. Por supuesto que la digestión es pesada y que los populismos se enquistan. Pero pierden.

Para diluir su desplome, a los reaccionarios derrotados —y sus colegas insumisos— les queda usar las incógnitas del calendario y del progresismo: si el nuevo Président logrará forjar una mayoría en las legislativas. Si sabrá suavizar el poder duro de Berlín. Pero todo eso será para mañana. Hoy, salut, les copains.

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