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MIRADOR
Columna
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Fascismo

Es habitual en los campos de fútbol, desde los de profesionales a los de juveniles, la presencia de hinchas y padres llenos de odio y desprecio hacia el oponente

Julio Llamazares
Grupo de hinchas animado a su equipo.
Grupo de hinchas animado a su equipo.Getty Images

Lo peor de que te guste el fútbol es la gente a la que tienes que tratar. Tal vez a algunos la afirmación les suene muy fuerte, pero es porque no conocen a los hinchas futbolísticos o no tienen un hijo que practique ese deporte que se reduce a meter un balón en una red pero que mueve tanto dinero como el tráfico de armas o el de estupefacientes.

Este martes me invitaron a ver en el estadio Bernabéu el partido de Champions entre los dos equipos de Madrid, con la mala suerte de que mis asientos estaban en la zona de los denominados radicales madridistas, antes llamados ultrasur (por cierto que la identificación entre radical y energúmeno nunca he logrado entenderla, pues radical es una palabra noble). Y, aunque conocía ya cómo se las gastan los radicales de los diferentes clubes, volví a mi casa sobrecogido por la violencia, la agresividad expresiva y verbal y el fascismo puro y duro que destilan esos grupos que se mueven como falanges macedonias portando símbolos y banderas y cantando himnos y canciones cargados de odio hacia los adversarios. Al compás del megáfono de un agitador, durante todo el partido estuvieron insultando a los hinchas atléticos (“paletos”, “perros”, eran los adjetivos más suaves) y haciéndoles peinetas o el signo de los cuernos con los dedos cada vez que Cristiano Ronaldo metía un gol. Mi compañero de asiento, un joven al que imaginas al día siguiente llevando a sus hijos al colegio y acudiendo a su trabajo bien vestido, me impresionó desde el primer momento por su mirada de odio, que la hinchazón de las venas del cuello acentuaba con cada insulto, y no era una excepción.

Pero no hace falta ir al Santiago Bernabéu ni a cualquiera de los estadios de fútbol donde juegan los equipos de Primera para advertir la carga de odio y violencia que anida en muchos de los espectadores. Acompañar a un hijo a un partido de juveniles, incluso de infantiles o aún más pequeños, supone muy a menudo una actividad de riesgo, y hablo por experiencia, no por las imágenes que últimamente veo en la televisión. Por desgracia para los aficionados a ese deporte, que produce tanta belleza como emoción como simple espectáculo, la violencia en su entorno no es una excepción como los periodistas deportivos quieren hacernos creer (algunos de ellos echando también bilis por la boca) sino que es habitual en los campos de fútbol, desde los de profesionales hasta los de juveniles, donde hinchas y padres llenos de odio y desprecio hacia el oponente demuestran cada jornada que el fascismo sigue anidando en nosotros mucho más de lo que nos gustaría saber.

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