Violado
Con orgullo decimos Ni Una Menos. ¿Cómo se hace para decir lo mismo de los niños?
Sé lo que pasa. Sé que Estados Unidos arrojó la madre de todas las bombas; que Venezuela está sumida en el desastre. Pero sólo puedo pensar en Felipe Romero, que tuvo que conocer el apocalipsis para que alguien reparara en lo que le sucedía. Tenía 10 años, era hijo de padres divorciados (ella funcionaria policial, él exjugador de Peñarol). Desde 2015, Fernando Sierra, de 30, era su entrenador de fútbol en un club de Maldonado, Uruguay. La madre de Felipe permitía que el hombre lo retirara del colegio, se fuera con él de vacaciones. Hace poco, percibió comportamientos extraños en el chico y lo llevó a una psicóloga que, el 19 de abril, le dijo que lo alejara preventivamente de Fernando Sierra. Esa misma tarde, le comunicó al entrenador que ya no podría ver a su hijo. Al día siguiente, Sierra pasó a buscarlo por el colegio. Se lo entregaron sin chistar. Desaparecieron. Dos días más tarde los encontraron juntos en un bosque. Felipe Romero tenía un tiro en la sien. Fernando Sierra se había suicidado después de matarlo. La autopsia reveló que el chico había sido “abusado sexualmente”. Violado. Sumido en el terror quién sabe desde cuándo. Sólo puedo pensar en él y en todos todos los que, ahora mismo, están siendo violados por sus padres, maestros, entrenadores. La única herramienta que conozco para combatir a una bestia es instruir a quienes están bajo su amenaza: enseñar a la presa a defenderse del predador. Quizás eso no sirve en el caso de los niños, pero no veo más prevención en este campo que la frase “los adultos deben estar atentos a los síntomas”. ¿Y cuando el adulto “atento a los síntomas” es el que viola o consiente la violación? Con orgullo decimos Ni Una Menos. ¿Cómo se hace para decir lo mismo de los niños? A juzgar por los resultados, estar “atentos a los síntomas” es como protegerse con un paraguas de la madre de todas las bombas.
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