No se reprochará bastante
No estamos ante historias de familia, sino de humanidad, de paz y de guerra, de derechos
Nunca se reprochará bastante a este Gobierno y a los principales partidos de oposición que hayan hecho frente a uno de los momentos más delicados en la historia de la Unión Europea y de Estados Unidos, y por consiguiente, del mundo, sumidos en una visión miserable de la posición de España o en peleas internas que tratan del minúsculo poder de unos pocos en sus pocas y pequeñas organizaciones. Suceden cosas muy importantes, pero a los españoles se nos priva del análisis de buena parte de ellas, ocultadas tras biombos muy vistosos que cuentan historias familiares. Pero no estamos ante historias de familia, sino de humanidad, de paz y de guerra, de derechos humanos y del futuro de varias generaciones a las que se dibuja el porvenir sin escucharles siquiera. Cosas en las que saber prever, prevenir, estudiar y pensar opciones es esencial.
Se reclama nuestra atención sancionando a una tuitera que reprodujo chistes sobre el asesinato de Carrero Blanco; utilizando palabras poco oídas (“se la pela”) en debates parlamentarios, o defendiendo a un presidente de Comunidad, el de Murcia, que debió habernos dejado en paz hace ya meses. Pero al mismo tiempo, Donald Trump recibe a un dictador, el presidente de Egipto, Al Sisi, al que alaba por su “magnífico trabajo”; el Gobierno de El Asad, con apoyo de Rusia, bombardea con armas químicas a su propia población; la ONU declara la hambruna en Yemen, donde Arabia Saudí, aliado occidental, bloquea sin piedad poblaciones enteras. Gota a gota, crece la desesperación en los territorios ocupados de Palestina, mientras el Gobierno de Israel sigue practicando algo que una experta de la ONU (obligada a dimitir) calificó hace poco de “política de apartheid”. Y Trump se burla de su predecesor y de los acuerdos sobre el clima. Qué tontería, proclama, eso que dijo Obama de que “esta es la primera generación que debe hacer frente a ese reto y la última que puede resolverlo”.
Algunos creen que los actuales presidentes de Estados Unidos y de Rusia terminarán enfrentándose como única forma de distraer a sus propios y frustrados votantes. Pero también que entre sus pocos intereses comunes figura el de debilitar antes a la UE. El Brexit ha sido una buena maniobra, desde luego, pero la verdad es que la propia UE no parece estar en condiciones de defender sus intereses comunes. ¿Cómo interpretar si no que el Consejo Europeo observe impertérrito cómo uno de sus miembros, el húngaro Viktor Orban, acaba de desencadenar una campaña, buzón a buzón, que se llama “¡Paremos a Bruselas!?”.
¿Por qué no hablan nuestros políticos de todo esto? ¿Mejor hacer como que no existe? ¿Ninguno cree que debería informar a sus ciudadanos y ayudar a que se configuren algunos criterios y objetivos conjuntos? ¿Prever? ¿Defenderemos la UE? ¿Cómo? ¿Ante quién? ¿Qué Unión? ¿Una capaz de sancionar a Orban o una que le aliente? ¿Una que prefiera a Orban antes que a Tsipras?
El presidente húngaro se ha reído de todos nosotros, de los españoles también: pocos días después de firmar en Roma (junto a Rajoy y a otros 25 presidentes de Gobierno) una declaración europeísta, de vuelta a casa, ha enviado a cada húngaro un cuestionario repugnante: “¿Qué debería hacer Hungría si, frente a la serie de recientes ataques terroristas en Europa, Bruselas quiere obligarnos a dejar entrar inmigrantes ilegales?”. Imposible manipular más. Viktor Orban no es, parece, miembro de un partido populista, de esos que tanto inquietan a los conservadores y socialdemócratas europeos. No, Orban es miembro del Partido Popular Europeo, y se sienta a la mesa con Mariano Rajoy, Angela Merkel o Jean Claude Juncker, con quien comparte debates, chistes y proyectos. ¿Tenemos que defenderle? ¿O pedir que le den una buena patada en la puerta?
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