Pasado virtual
Olvidamos con frecuencia el rastro que dejamos en redes sociales
No sé cómo le va a Justine Sacco cuando busca un nuevo trabajo, pero al googlearla sigue apareciendo que en 2013 tuiteó “Me voy a África. Espero no coger el sida. Es broma. ¡Soy blanca!”. El suyo fue uno de los primeros grandes linchamientos virtuales.
El humor y la ironía son escurridizos cuando escribimos en redes sociales, de ahí la edad de oro del jajaja y los emojis como eximentes. Un chiste que se te va de las manos puede llevarte a juicio (en juzgados o en Twitter, a cual peor).
Si en el WhatsApp de los amigos nos comportamos de una forma y en LinkedIn, de otra, es porque compartir en redes nos define. Percibo con frecuencia que olvidamos nuestras huellas virtuales. Aquella vez que reímos en abierto sobre algo políticamente incorrecto —son tantas cosas, hoy— o cuando lanzamos una burrada o una afilada pullita porque, total, se sobrentiende.
A Cassandra Vera (21 años) la han condenado por 13 tuits con chistes viejísimos sobre Carrero Blanco. Hay quien, como Beatriz Talegón o la cuenta oficial del PP de la Comunidad de Madrid, se han dedicado estos días a rastrear su pasado, rescatando tuits incluso de cuando tenía 15 años.
Aunque envidio a los nativos digitales porque me hubiera flipado tener Internet para ver el mundo desde mi habitación, en lugar de hacerlo desde una Espasa desfasada, estoy inmensamente agradecida de ser la última generación que pasó por el instituto sin Internet en el móvil y sin redes sociales. No sabría por dónde empezar a borrar.
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