Ejemplaridad
Yo pensaba hasta hace poco que Mariano Rajoy no era normal, pero últimamente empiezo a dudar incluso de que sea humano
Fue la última palabra que pronunció. Ni seriedad, ni eficacia, ni moderación, ni sentido común, que tanto le gustan. La última palabra que el presidente Mariano Rajoy pronunció en su discurso de clausura del 18º congreso del Partido Popular, del que volvió a salir elegido presidente, fue ejemplaridad. Lo dijo refiriéndose a su partido, pero no como un deseo sino como una virtud principal de este. Menos mal que el día anterior acababan de condenar en Valencia a 14 años de cárcel a tres ex altos cargos o asimilados de su partido (y a algunos menos a otra docena de ellos) y que al siguiente una exministra de su Gobierno iba a declarar en juicio acusada de enriquecimiento ilícito.
Cierto que el mismo fin de semana el suplemento literario de este periódico se preguntaba en un reportaje si los premios literarios comerciales son honrados (lo que no sé es por qué no incluían también a los otros). Y que en el reportaje aparecía opinando gente que se atrevía a decir que sí. Así que no es de extrañar que el presidente Mariano Rajoy sufriera una obnubilación y, animado por la permisividad ambiente, se atreviera a presumir de algo de lo que ni sus compañeros de partido imaginarían que se atreviera a hacerlo jamás. “Las principales armas de nuestro partido son la verdad, la buena gestión, la eficacia y la ejemplaridad”, afirmó sin que se le moviera un músculo ante un auditorio entregado al que le daba lo mismo ocho que ochenta después de ver cómo los demás partidos a base de enfrentamientos internos se las han puesto como la leyenda dice que se las ponían a Fernando VII.
Yo pensaba hasta hace poco que Mariano Rajoy no era normal, pero últimamente empiezo a dudar incluso de que sea humano. Me refiero a un humano de carne y hueso como usted y yo. Porque viéndolo ir y venir, dar discursos que ni prepara, para qué, asistir con cara de póker a reuniones internacionales que se ve que le aburren profundamente o caminar por las corredoiras gallegas como el alma en pena del bosque animado de Fernández Flórez, a uno le entra la duda de si alguien así puede ser de la misma naturaleza que él; es decir, si piensa, siente y padece de igual manera que los demás. Y la conclusión a la que está llegando es que Rajoy no es humano, que no puede serlo alguien que, además de aguantar sin mover un pelo las acusaciones más graves que un dirigente político puede soportar y las mayores dosis de corrupción que se recuerdan en un partido político, incluso es capaz de venirse arriba y definir el suyo como ejemplar.
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