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Tribuna
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La sinrazón y la tragedia

Consolidado el Estado de Israel, procede reconocer a los palestinos los mismos derechos

Construcciones en el asentamiento judío Shiló, en Cisjordania.
Construcciones en el asentamiento judío Shiló, en Cisjordania.JIM HOLLANDER (EFE)

Recientemente Thomas Friedman publicó un artículo en The New York Time criticando la actitud que adoptó Netanyahu contra el Gobierno norteamericano por no haber vetado la resolución de la Naciones Unidas que condenaba los asentamientos judíos en territorio palestino. Dijo que al no hacer gesto alguno para buscar la paz, Israel va camino de convertirse en la versión sudafricana del apartheiden Oriente Próximo.

Aunque no tiene sentido esta actitud, es la que han mantenido los sionistas desde que los judíos comenzaron a emigrar a Palestina hace un siglo. Sabían que no era fácil que quienes allí vivían fueran a aceptar que se creara un nuevo Estado en su territorio. Uno se pregunta, sobre todo si es andaluz, cuál hubiera sido nuestra respuesta si los herederos de los Omeyas sirios hubieran decidido, ante la tragedia que sufren, instalarse en Andalucía, patria de sus ancestros. No hay que ir muy lejos para predecir el violento rechazo que habrían generado.

Y previsiblemente así sucedió. Como explica, Ari Shavit, en Mi tierra prometida. Triunfo y tragedia de Israel, los primeros judíos que emigraban creían que había suficiente espacio para convivir en paz e incluso mejorar el nivel de vida de los pacíficos habitantes de la región. Este sueño quizás pudo ser posible, pero requería respetar a los nativos. Creían además tener un sacrosanto derecho a ocupar la región y no tuvieron, salvo excepciones, la grandeza de alma necesaria. “Cuando mis antepasados empezaron a instalarse —sigue diciendo— no veían a los palestinos, solo veían sus antiguos mitos... y en general no los consideraban como iguales”. Con el tiempo, empezaron a desalojarlos de sus tierras.

No todos los que llegaban eran colonos de buena fe. Algunos, como Zeev Jabotinsky e Israel Zangwill, no se andaban por las ramas. El primero, nacido en Odesa, expuso en 1923 su tesis de que ningún pueblo admitiría ser colonizado por otro salvo que este último se impusiera por la violencia: solo con un muro de hierro, con un ejército invencible que lo doblegue, se podría realizar el sueño sionista. Israel Zangwill, nacido en Londres, iría todavía más lejos. Hace casi cien años en Nueva York dijo que “como quiera que otros ocupan Israel, sus hijos deben estar listos para sacar a punta de espada a las tribus que ahora están en posesión de la tierra, como hicieron nuestros antepasados”.

Es de temer que con la llegada de Trump, los halcones israelíes avancen hasta las posiciones de Zangwill

Poco a poco se enfrentaron las dos partes. Los sionistas atacaron incluso a sus aliados británicos. La organización terrorista, lrgun, que dirigía Menajem Begin, posteriormente presidente de Israel, se atrevió a volar el hotel King David en 1946, causando 91 un muertos. Estallaría la guerra entre Israel y Palestina que finalizó con la victoria israelí y el desastre palestino, la Nakba. Se creó el Estado de Israel en el año 1948, que obligó los palestinos a abandonar sus hogares. Hoy día hay más de los cuatro millones de expatriados. Esta situación haría surgir el islamismo político. El odio a Occidente por su doble vara de medir, sembró los cimientos de la locura yihadista. La guerra de los Seis Días en el año 1967 acabó con el nacionalismo árabe laico. El conflicto se ampliaría al Líbano que descoyuntó Ariel Sharon. Se produjo el sangriento enfrentamiento entre Irak e Irán. Surgió la teocracia iraní y se agudizó el conflicto entre sunitas y chiitas. EE UU intervenía apoyando a Israel, por lo que no conseguía la paz. Los atentados de la Torres Gemelas nublaron la vista de sus gobernantes, quienes decidieron acabar con Sadam pero terminaron por destruir lrak. Luego vinieron las sucesivas invasiones de Gaza. Y, finalmente, estalló la guerra civil de Siria que ha generado el problema de los refugiados, el caballo de Troya de Europa que, al no saber cómo resolverlo, ha decidido plegarse al despotismo de Erdogan, decidido a acabar con el pueblo kurdo tras haber flirteado con el yihadismo.

Actualmente, Netanyahu no anda lejos de superar a Jabotinsky. Es de temer que con la llegada de Trump, los halcones israelíes avancen hasta las posiciones de Zangwill. Sorprende que el Gobierno de Israel esté decidido a traicionar los ideales que hicieron de los judíos un gran pueblo. Consolidado su Estado, procede reconocer a los palestinos los mismos derechos que a los judíos. Si no fuera así, las grandes potencias, EE UU, Rusia y Reino Unido deberían imponer la paz, acabando con este conflicto que ha destruido cientos de miles de seres humanos y despilfarrado miles de millones de dólares que podían haber hecho florecer Oriente Próximo, antaño Cuna de la Civilización.

Jerónimo Páez es abogado.

 

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