Firmeza ante Trump
Europa debe poder valerse por sí misma en un mundo más inseguro
En un momento de debilidad europea, la victoria de Trump fácilmente podría ser la gota que colmara el vaso de esa debilidad y desencadenara un proceso de disolución, irrelevancia o anquilosamiento irreversible. Así lo entendió la semana pasada el presidente del Consejo Europeo, el polaco Donald Tusk, cuando en una misiva a los 27 jefes de Estado y de Gobierno de la UE calificó el desafío que plantea el cambio de liderazgo en Washington como una amenaza para Europa.
Sin duda que el ex primer ministro polaco no pretendía, como algunos pretendieron en un arrebato simplificador, situar al mismo nivel el desafío terrorista del yihadismo, la ansiedad posimperial de Putin, que pende como una espada de Damocles sobre todo el espacio exsoviético, y la llegada de Trump. Apuntaba, más bien, y con toda razón, al hecho de que una Europa asediada desde fuera y desde dentro por la concatenación de desafíos, incluido el populista, e inmersa en la incertidumbre provocada por el proceso de separación de Reino Unido, no se podía permitir el lujo de perder al que ha sido principal inspirador, aliado y sostenedor del proyecto europeo desde sus orígenes: Estados Unidos.
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Digámoslo claramente: Washington no es el responsable de la debilidad europea. Si Europa atraviesa una crisis existencial es por su propia incapacidad: económica porque no ha sabido generar suficiente crecimiento y empleo ni completar el proceso de reforzamiento de su moneda desde el inicio de la crisis financiera de 2008; política, porque en lugar de reforzar sus instituciones, la solidaridad entre países y las lealtades cruzadas entre europeos, ha dado una imagen de debilidad y cedido ante el discurso fuerte de populistas y antieuropeos; y militar, porque a pesar de la evidencia de que su seguridad está garantizada de una forma completamente desproporcionada y carente de justificación por EE UU, no ha hecho nada en la última década para prepararse para la transición de un mundo multilateral basado en reglas a un mundo multipolar donde impere la ley del más fuerte.
Si la llegada de Trump, con sus presiones proteccionistas en lo económico, unilaterales en lo militar y aislacionistas en lo diplomático, representa una amenaza existencial para Europa es precisamente porque los europeos han dado por hecho que EE UU siempre estaría de su lado y acudiría en su auxilio en cualquier circunstancia. Por eso, la estrepitosa llegada de Trump debería ser el aldabonazo que despertara a Europa de su letargo y le hiciera desear alcanzar, de una vez por todas, su mayoría de edad política, económica y de seguridad.
Europa tiene ahora, no la oportunidad, sino la ineludible obligación de reforzarse hacia dentro y hacia fuera. Debe aunar la defensa del orden internacional vigente en materias como el asilo, los derechos humanos y la tortura con su propio reforzamiento como actor económico abierto y global. Y también tiene que aprender a defenderse por sí misma y a garantizar su propia seguridad. Solo así podrá garantizar su estabilidad, exportarla a otros y contribuir a sostener un orden internacional acorde con sus intereses y valores.
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