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CLAVES
Columna
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Ciudad contra campo

Los estadounidenses conservadores prefieren casas más grandes con espacio disponible y los progresistas optan por vecindarios densos

Jorge Galindo
Una granja en Kentucky (Estados Unidos).
Una granja en Kentucky (Estados Unidos).

Mientras las ciudades se afanaban en construirse a sí mismas a lo largo de la historia, los habitantes de las zonas rurales iban quedando de lado. De fuente agrícola pasaron a espectadores que se dividían entre el éxodo y el resentimiento. En un mundo que se integraba y se fragmentaba al mismo tiempo, quienes no pertenecían a sus nodos densos en personas, ideas, dinero y poder constituían una comunidad cada vez más huérfana, pero también políticamente diferenciada.

En las elecciones de EE UU de 1976, el 55% de las 100 áreas más pobladas del país votó demócrata. En 2008 llegó al 85%, y ahí se mantuvo cuando Trump logró la victoria gracias a los condados dispersos. En Reino Unido, mientras Londres, Manchester o Liverpool votaban por quedarse en la UE, la Inglaterra de ciudades pequeñas prefería recuperar un futuro que, creían, les había sido robado.

Si el curso (económico) de las cosas discrimina espacialmente, es labor de la política redistributiva reequilibrar la situación mediante transferencias, infraestructuras, servicios y oportunidades. Pero el alcance de esas medidas, aunque necesarias, es limitado: la densidad proviene de la inercia hacia economías de escala y la concentración de poder, pero también de las ventajas de la diversidad y la vida en común. Así que es necesario ser quirúrgico para garantizar una mayor igualdad sin premiar necesariamente la homogeneidad.

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Según una reciente encuesta de Pew Research, los estadounidenses conservadores prefieren casas más grandes con espacio disponible en lugar de vecindarios densos, predilección para los progresistas. Al mismo tiempo, estos expresan un mayor deseo de convivir con diversas religiones, mientras un 60% de los conservadores se inclinan por comunidades más homogéneas. Por ello, no sorprende que las zonas menos densas sean también más uniformes. Y que también busquen mantener cierta uniformidad en el resto del país.

La duda para las ciudades se resume, pues, en si compartir sus beneficios será suficiente para transformar el actual conflicto en un equilibrio heterogéneo, o si esto no es solo cuestión de dinero. @jorgegalindo

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Sobre la firma

Jorge Galindo
Es analista colaborador en EL PAÍS, doctor en sociología por la Universidad de Ginebra con un doble master en Políticas Públicas por la Central European University y la Erasmus University de Rotterdam. Es coautor de los libros ‘El muro invisible’ (2017) y ‘La urna rota’ (2014), y forma parte de EsadeEcPol (Esade Center for Economic Policy).

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