City Plaza: ‘El mejor hotel de Europa’
El establecimiento ocupado y autogestionado por activistas en Atenas acoge a 400 refugiados
Es fácil imaginarse el Hotel City Plaza frecuentado por turistas despreocupados con maletas y mapas de Atenas, aroma a crema solar y niños correteando. El edificio fue construido en plena preparación para las olimpiadas de 2004 con un préstamo del Gobierno. Cayó en quiebra años más tarde y se sumó a la larga lista de víctimas de la crisis económica.
No fue hasta 2016 cuando un grupo de ciudadanos y activistas de Atenas dieron una vida completamente distinta al establecimiento. Tenían un objetivo: dar cobijo y asistencia a cientos de familias refugiadas. El bautizado como Mejor Hotel de Europa abrió sus puertas en abril después de que Macedonia cerrara la frontera de manera definitiva y del acuerdo UE-Turquía, con 57.000 refugiados atrapados en Grecia.
Los activistas y ciudadanos que impulsaron la iniciativa no son parte de ninguna asociación: les une la ilusión y las ganas de impulsar un cambio. Surgen como una respuesta alternativa a las instituciones públicas y a las grandes organizaciones no gubernamentales. Todos ellos tienen en común el deseo de querer dar una ayuda cercana y digna. Rechazan los procedimientos vinculados al gobierno griego, que aún no ha dicho nada sobre la iniciativa ni ha tratado de impedirla. Forman parte de la ola de ayuda humanitaria surgida en Europa en los últimos dos años, donde los ciudadanos deciden ayudar con sus propios y escasos recursos personales.
En el Hotel City Plaza, los refugiados se convierten en huéspedes. Según la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) más del 60% de personas atrapadas en Grecia son niños y mujeres y aquí no es distinto. La mayoría de los huéspedes son menores (185 de 400) y mujeres. Tienen comodidades difíciles de encontrar en otros campos repartidos por el país. En el Hotel disponen de intimidad en sus habitaciones, agua corriente, luz y comida caliente. Muchos de ellos esperan pacientemente a que los lentos procesos de solicitud de asilo sean completados.
Por eso Fátima, de 60 años y procedente de un pequeño pueblo del norte de Siria, ha decidido quedarse aquí con dos de sus seis hijos. Después de una dura travesía a través de Turquía ha encontrado un sitio seguro en el que estar. Duerme en la habitación que comparte con sus hijos, allí encuentra la paz que ahora necesita. Pasa el día cuidando de sus pequeñas plantas. Huele las hojas que le recuerdan a los patios de su país natal y a su marido, que está en Alepo ayudando al ejército Kurdo.
“Mi madre está enferma”, comenta su hijo Mustafa, de 38 años, mientras la mira. “¿Qué haría ella en un campo de refugiados al aire libre soportando malas condiciones?”. Fátima padece diabetes y hepatitis C. Guarda la insulina en el minibar de la habitación. Aquí puede ir al hospital y recibir los medicamentos de manera gratuita gracias al sistema de salud público griego. Salah, el otro hijo de Fátima, de 24 años, padece un problema nervioso que afecta sus capacidades físicas. Pasa las mañanas cuidando de su madre y paseándose por la cafetería, punto de reunión para huéspedes, voluntarios y activistas. Por las tardes asiste a sus clases de inglés impartidas en el último piso.
En los pasillos del hotel vuelven a corretear niños, aunque con ropas menos ostentosas que años atrás y casi sin equipaje. Son de Siria, Afganistán, Irán, Pakistán e incluso de Palestina y Irak. Mientras tanto, en la cocina, huéspedes y voluntarios preparan la comida que será servida al mediodía. Wahid, un iraní de 28 años, prepara los fogones. Huyó de su país con Bahare, su esposa de 24 años y de origen afgano. Ella es escritora. "He venido a Europa para dejar de ser perseguida políticamente y para poder publicar mis libros de manera libre", comenta en el comedor principal. "Aun así, empiezo a pensar que deberíamos volver. No nos esperábamos que todo fuera tan difícil ni que nos quedaríamos aquí atrapados". Su destino soñado: Alemania, como el de la mayoría.
Todo el Hotel está autogestionado y organizado gracias a la constante colaboración entre activistas, voluntarios y huéspedes
El City Plaza está autogestionado y organizado gracias a la constante colaboración entre activistas, voluntarios y huéspedes, generando así un espacio de coexistencia entre refugiados y locales. Diariamente se celebran asambleas en el comedor principal para asignar las tareas de comida, limpieza y seguridad. Se dan clases de inglés y griego, se realizan excursiones y paseos. Los carteles, repartidos por todo el establecimiento, están escritos en farsi, árabe, inglés y griego. Viendo los lentos procesos de las solicitudes de asilo, se crean programas que fomentan la integración en la sociedad griega. Se ayuda a encontrar trabajo a los padres y a encontrar escuelas públicas para los niños.
Sobre todo en verano, ha llegado gente de distintos países del mundo para echar una mano. Es el caso de Elisa Coll Blanco, activista española de 24 años que, después de oír a hablar sobre la iniciativa, decidió ir al Hotel con ganas de desarrollar actividades para los más pequeños. Empezó con proyecciones de cine y después diseñó un programa de actividades desde dibujo y gramática hasta ejercicio físico y manualidades, que mantienen a los niños ocupados todo el día.
El hotel funciona mediante el reparto equitativo de las donaciones. Para ir a recoger la comida, los huéspedes disponen de un ticket en el que se marca si ya han recibido la cena, el almuerzo o el desayuno. Cada persona tiene derecho a tres comidas diarias. Este control se implanta con la idea de que todo el mundo reciba lo mismo. “Si no, todos se llevarían más de un plato y al final algunos no tendríamos qué comer”, comenta un residente afgano mientras recoge su ración.
Con las donaciones también se compra material para los niños y se cubren las necesidades básicas. Los activistas gestionan otros espacios en la ciudad como el Notará 26, donde se ayuda e informa a los recién llegados.
Mientras Europa refuerza la seguridad en sus fronteras y se lanzan mensajes basado en el miedo, con foco en el terrorismo y la crisis migratoria, en Grecia la gente de a pie ha abierto las puertas de sus casas. Acogen a personas que han llegado huyendo de condiciones infames en busca de una vida mejor. No quieren que lo olviden todo ni que se vayan, solo intentan hacer sus travesías un poco más llevaderas.
Artículo publicado en colaboración con la UN Foundation.
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