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Reflexión sobre un genocidio: “¿Por qué nos pasó?”

Estudiantes camboyanos y supervivientes de los jemeres rojos analizan su historia a través del teatro

Representación de la obra de teatro 'La tortuga valiente' en una escuela de Camboya.
Representación de la obra de teatro 'La tortuga valiente' en una escuela de Camboya.Youth for Peace
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“¿Qué podemos hacer para que esto no vuelva a suceder”, lanza desafiante, al público, el joven actor, con la espalda encorvada, como si fuera un anciano y una mano temblorosa sobre el garrote. El actor representa la obra en jemer, con subtítulos en inglés en la pantalla. Por un momento, el mensaje permanece estático. Se hace un silencio en la sala. Parte de la audiencia son señoras y señores entre 50 y 60 años; supervivientes del genocidio camboyano.

Es un sábado por la mañana en Meta House, el Centro Cultural Camboyano-alemán de Phnom Penh y se representa La tortuga valiente, una obra de teatro de 45 minutos pensada para colegios, con el objetivo de que los niños entiendan su pasado para construir su futuro. Una de las patas de proyecto es promover un diálogo intergeneracional entre víctimas y jóvenes. Desde que comenzaran en 2015, se ha representado en 180 centros, para unos 14.000 alumnos y continuará hasta finales de 2017. A las escuelas, asisten varias de las víctimas y tras el acto, se abre un debate.

La obra narra la historia de Panha, un estudiante de Secundaria, que conoce lo que es el valor ciudadano a través de un encuentro fortuito con un excomandante de los jemeres rojos. De pronto, “el joven se da cuenta de que el pasado, el presente y el futuro están conectados y todos tenemos un papel que jugar en ellos”, explica en el vídeo sobre el proyecto, una de las guionistas, Chea Sokyou, de 30 años. El protagonista tiene como mascota a una tortuga, que se esconde en su caparazón en vez de afrontar los problemas.

Teatro en colegios frente al olvido

La interpretación aborda uno de los episodios más crueles de la historia de Camboya y del siglo XX, el genocidio de los jemeres rojos. Entre 1975 y 1979, el régimen de Pol Pot, que perseguía una utopía agraria, evacuó las zonas urbanas de Camboya; abolió las escuelas y el dinero; prohibió las lenguas extranjeras y forzó a trabajar en el campo sin apenas alimento a niños y mayores. Se calcula que murieron de hambre, fatiga, torturados o ejecutados, en esos cuatro años, alrededor de 1,7 millones de camboyanos (un cuarto de la población del país).

Desde que comenzaran en 2015, la obra se ha representado en 180 centros, para unos 14.000 alumnos y continuará hasta finales de 2017

En la actualidad, las Salas Extraordinarias de las Cortes de Camboya (ECCC por sus siglas en inglés), fundadas en 2006, juzgan a los responsables del genocidio. Se ha tardado más de un cuarto de siglo en abrir el caso. El pasado 23 de noviembre, el Tribunal Supremo del ECCC ratificó la condena de cadena perpetua por delitos contra la humanidad, en el caso 002/001, por las evacuaciones forzosas, contra Nuon Chea (apodado El Hermano Número 2) y Khieu Samphan, que habían sido condenados en 2014 y apelaron. Hasta la fecha, solo se ha condenado a tres personas: a ellos dos y al jefe del infame centro de torturas S-21, Kaing Guek Eav, alias Duch. Además, el tribunal internacional investiga a otras cuatro personas, en casos distintos. Y los dos condenados tienen pendiente la segunda parte del caso 002, que incluye el genocidio contra la minoría musulmana cham y los vietnamitas; matrimonios y violaciones forzadas y purgas internas. Si apelan, todo el proceso acabará a finales de 2019. Su líder, Pol Pot (Hermano Número 1), fallecido en 1998, nunca fue a prisión.

—Entonces, ¿qué deberíamos hacer para prevenir esta tragedia del nuevo? —insiste el actor.

—Deberíamos ser valientes —interrumpe una mujer menuda, de camisa floreadas, falda y chanclas, entre el público. Es una de las supervivientes del genocidio.

—No sé cómo nos pudo pasar. No lo sé. Tenía miedo. Pero hoy hubiese sido valiente —reflexiona en voz alta otra de las víctimas.

“Los chicos de hoy no saben mucho sobre el tema y como alemán, por nuestra Historia, pensé que era algo que teníamos que hacer”, explica días después, en su despacho, Nicolaus Mesterharm, fundador de Meta House, que se considera “un facilitador” de esta aventura. “No puedo quitarles el mérito a mis colegas camboyanos. Como extranjero, puedo hacer sugerencias, pero no me siento autorizado para contar su historia porque no es mía”, admite. Dice que son “muchos en esto”. Es una iniciativa de tres ONG locales: el Centro Cultural Camboyano-alemán de Phnom Penh, Jóvenes por la Paz y Acción de Arte Khmer y financiada por el Instituto de Relaciones Exteriores Alemán (IFA), con apoyo de la Unión Europea.

Una de las patas del proyecto es promover un diálogo intergeneracional entre víctimas y jóvenes

Mesterharm reconoce que han intentado varias fórmulas para abordar el asunto con la juventud: “Exhibiciones de arte, documentales, talleres con niños”. “Hay cosas que funcionan, otras que no”. Y, en 2015, consideraron que era el momento de actuar fuera de su espacio: “Queríamos hacer algo en los colegios, que tocase los corazones y las cabezas de los chavales y por mi experiencia como documentalista, los documentales no son una cosa que los niños consideren superinteresante”.

Entonces, entró en escena Soung Sopheak, un joven director, que acababa de graduarse de Arte en la Universidad, y “quería hacer una obra de teatro distinta”, explica, en la cafetería del Centro Cultural. Hablaron, Mesterham consultó a colegas en Europa que habían trabajado con teatro escolar y definieron cómo lo harían: “Elegimos a solo dos actores para que pudiese representarse en clase y un formato que no precisase de equipo, para llevarlo a las zonas rurales”, continúa Sopheak.

“Después de la obra están emocionados y se interesan por el tema, van a casa, lo comparten con la familia y hacen más preguntas”, explica Sum Monyko, una de las actrices, de 23 años, que admite que en los colegios de Camboya, “se estudia a Pol Pot, pero no en profundidad”. “Hasta la fecha la habrán visto unos 50.000 estudiantes, con que 5.000 de ellos quieran saber algo más ya es un logro”, reconoce Mesterharm. Un 65,3% de la población de Camboya es menor de 30 años, según el Programa de Desarrollo de Naciones Unidas (PNUD).

Abuelos y nietos hablan de lo que pasó

A Sum Rithy, de 62 años, las marcas en manos y brazos le recuerdan cada día lo que le hicieron: “Me ataron justo aquí y me arrojaron agua hirviendo”, explica gesticulando, sin subir el tono. Rety pasó dos años en el centro de detenciones de Siem Reap, al noroeste del país. Cuenta que lo torturaron porque creían que era un agente de la CIA pero él simplemente reparaba motos, “me llevaron tres motos para probarlo, las arreglé y no me mataron”. Asegura que, en aquella prisión, muchos se suicidaron y la mayoría murió de hambre: “Yo podría haberme matado pero me salvaron mis valores, creo que al final las buenas personas y las buenas acciones reinan sobre las malas”. Perdió a su padre y a tres de sus cinco hermanos en el genocidio: “Uno murió de desnutrición, otro de fatiga con trabajos forzados y al pequeño, Sum Naret, de ocho años, lo fusilaron por robar una papaya. Era un niño”. “Solo descansaré hasta que se haga justicia. Se ha hecho algo pero no todo”. Rithy declaró en uno de los juicios por parte de las víctimas y también participó en las representaciones previas a la obra de teatro: “Creo que los jóvenes deben saber lo que nos pasó”.

“Queríamos respuesta de los supervivientes”, asevera Mesterham, que cuenta que antes de representarlo en los colegios, actuaron varias veces para las partes civiles y escucharon sus comentarios. “Era muy importante para nosotros que les gustase”. “Hay tanta gente traumatizada en este país, que en algunos casos ni fueron al colegio o nunca habían visto antes una obra de teatro”, añade. Dice que los comentarios fueron muy interesantes: “Uno de ellos nos dijo que la juventud no era capaz de interpretar la dureza que vivieron, así que sería mejor que ellos fuesen los actores. Otro, que tendría que haber más violencia en la escena porque en la realidad la hubo”. “Pero claro, hablamos de una obra para colegios”, agrega el alemán. “Están contentos con el resultado”.

¿Qué deberíamos hacer para prevenir esta tragedia del nuevo? "Deberíamos ser valientes", responde una superviviente

El proyecto cuenta con una presencia fuerte en Internet y en las redes sociales. “Porque pensamos que el niño que ve la obra en clase puede después indagar en Internet”. Han grabado un documental y han fotografiado a las víctimas con sus mensajes:

“Si deseas que tu país se desarrolle, estudia y trabajar duro. Debes ser paciente y perdonar. Un árbol da sombra, incluso a sus enemigo”, reza uno de ellos.

“¿Qué saben los jóvenes sobre Pol Pot?”, cuestiona un superviviente. “Nosotros sabemos realmente cómo se siente el hambre”.

Otro pide justicia a los tribunales: “¿Por qué mataron a los camboyanos? Mi cuñado, mi tío y mi primo murieron. Trabajamos como esclavos. No teníamos apenas comida. Nos quedamos muy flacos”.

“Es muy difícil que un extranjero entienda lo que ha sufrido esta población”, concluye el fundador de Meta House, que dice que, una vez, el director del Centro de Documentación de Camboya le confesó que lo más duro que habían vivido los camboyanos durante los jemeres rojos fue el hambre: “Hubo quien sobrevivió pero nunca lo va a olvidar; ni la separación de las familias, de los hijos de sus madres, eso rompe las estructuras sociales. Es un pueblo traumatizado”.

Los organizadores esperan que La tortuga valiente sea solo un primer paso. Les gustaría usar la experiencia para nuevas piezas, “por ejemplo, sobre el consumo de drogas, un gran problema aquí o la violencia de género. Utilizar el teatro en los colegios para abordar temas claves”, asegura el fundador de Meta House. “Habrá quien diga que en este país hay muchos problemas, pero nunca es tarde”. Recuerda que, en los ochenta, “cuando la miseria era muy grande”, una delegación de la UE visitó un campo de refugiados camboyanos y les preguntó qué podían hacer por ellos. Alguien respondió: “Queremos un escenario para bailar”. “Claro que necesitaban muchas cosas pero también un escenario”.

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