Todo lo que los sensores pueden hacer por ti
Se calcula que en el planeta Tierra ya hay más ingenios tecnológicos para recoger datos que seres humanos
Si los seres humanos tenemos ojos, oídos, nariz, sentidos que nos proporcionan diversas informaciones sobre el mundo que nos rodea, la tecnología tiene sensores para palpar, oler o lo-que-sea la realidad. Un sensor es un ingenio tecnológico que transforma magnitudes físicas o químicas (velocidades, temperaturas, intensidades de luz, concentraciones de sustancias, humedades, etc.) en electricidad, es decir, en datos que se pueden transmitir, almacenar y analizar. La tecnología cada vez tiene más ojos, más oídos, más narices por todas partes: los sensores proliferan por doquier, recabando información aquí y allá con diferentes utilidades. Se calcula que en el planeta Tierra ya hay más sensores que seres humanos (de hecho cada smartphone contiene multitud de estos artefactos que producen datos sin cesar). Caminamos hacia un planeta hipersensitivo.
“Hoy en día cualquier aparato lleva sensores, desde un sistema de acondicionamiento de aire hasta un coche, que es como un gran conjunto de sensores sobre ruedas”, explica Loles Marcos, responsable académica del Máster Universitario en Sensores para Aplicaciones Industriales, de la Universidad Politécnica de Valencia (UPV). “Como en el resto de la electrónica la tendencia es que cada vez sean más pequeños, más precisos y más baratos”.
Estas son algunas de las características que han propiciado la proliferación de esta tecnología, pero también hay otra: la conectividad inalámbrica. Si antes los sensores tenían que estar conectados entre sí por cables o alguien debía allí donde se encontrasen instalados para leer lo que detectaban, ahora nos envían su lectura desde allá donde estén, por lejos que sea, y en tiempo real. Todas estas condiciones han hecho que los sensores sean la primera pieza que posibilita disciplinas en auge como el Big Data, la Industria 4.0 o el Internet de las cosas (IoT, por sus siglas en inglés).
Ciudades (y cuerpos) inteligentes
“La tercera pata del asunto es el software para analizar los datos y convertirlos en información”, explica Alicia Asín, CEO y cofundadora de Libelium. En esta empresa, ganadora recientemente del premio Cepyme al Desarrollo Internacional, comercializan tecnología que posibilita todo el proceso (cada vez a menores costes) y que se enfoca a la agricultura, la logística, el control de la calidad del agua, o las ciudades inteligentes (smart cities).
“Hay aplicaciones que van a mejorar mucho la calidad de vida de los ciudadanos”, afirma Asín. Por ejemplo, según informa, los conductores pasan una media de 15 días anuales buscando aparcamiento. Utilizando sensores se pueden localizar los huecos libres para dejar el coche sin dar demasiadas vueltas, es el smart parking. “Esto revierte no solo en el ahorro de tiempo, sino en reducir la huella de carbono o en evitar ruidos”, dice la CEO de Libelium. “El control del ruido es otra de las aplicaciones: los gobernantes pueden conocer los niveles de ruido, antes de que las quejas vecinales hagan el papel de los sensores. O el control de los niveles de contaminación, que puede dar pie a medidas para evitar picos no deseados (hasta 3,7 millones de personas mueren al año por culpa de la polución). Estas tecnologías pueden redundar en mejor democracia y en una relación de los ciudadanos con las instituciones con menos fricciones”. Con su sistema MySignals hasta se puede monitorizar las diferentes variables del cuerpo humano, prevenir enfermedades y hacer más fluido el funcionamiento de los sistemas sanitarios.
Entre los últimos proyectos de Libelium está la instalación de redes inalámbricas para mejorar el entorno medioambiental de ciudades como Vejle (Dinamarca), o Trondheim, (Noruega) a partir de datos reales, para gestionar el tráfico de barcos en ciudades de los Países Bajos como Leiden o La Haya, para controlar la calidad del agua en piscifactorías vietnamitas cerca del río Mekong, o para mejorar la productividad en el cultivo de plátanos en Lembo, Colombia. En Barcelona se busca ahorrar agua mediante un sistema de riego inteligente. Todo gracias a los sensores.
La ciudad de Santander se dice una de las más inteligentes de España y un campo de pruebas para lo que serán las ciudades del futuro: el proyecto SmartSantander ha distribuido más de 12.000 sensores por toda la urbe, en autobuses, mobiliario urbano, farolas, etc., que envían datos a un centro de control municipal para una gestión más eficiente de los servicios públicos. Ejemplo: si hay un socavón en la calle la ciudad inteligente aumenta automáticamente la iluminación y se desvía el tráfico rodado hasta que sea reparado. Las papeleras nunca rebosan y la hierba se riega solo cuando hace falta. Varias ciudades del mundo, como Singapur o Boston, han mostrado interés en seguir la experiencia santanderina.
En agricultura la sensorización puede suponer un uso más inteligente de los fertilizantes (como Libelium hace en el Piamonte italiano) y en los bosques puede ayudar a detectar y prevenir los incendios forestales, como hace una de las tecnologías desarrolladas por la empresa Innovatec Sensorización y Comunicación.
Vino y viviendas sensorizadas
“Monitorizando variables como la temperatura o la humedad en los bosques, con redes de sensores inalámbricos, podemos dar la alarma y detectar de forma temprana los incendios forestales”, explica David Cuesta, socio fundador de Innovatec. Otras tecnologías que desarrollan están relacionadas con el control de la temperatura de las barricas de vino en las bodegas, que permite conseguir mejores caldos, o, también, de los pacientes de los centros sanitarios. “Respecto a la revolución en torno al mundo de la sensorización soy algo crítico”, dice Cuesta, “creo que se están creando falsas expectativas, buscando solucionar problemas en los que no hace falta sensorizar, solo porque existe la tecnología. Como si la solución estuviera precediendo al problema”. Pone Cuesta el ejemplo de las videollamadas: “Supusieron un gran revuelo, pero casi nadie las utiliza cotidianamente ¿Será útil que una nevera inteligente avise al supermercado cuando falte la leche?”.
Precisamente el asunto de la domótica, el meter los sensores en los domicilios de los consumidores, puede ser el siguiente paso de la sensorización. “Cambiará la forma en la que los clientes se relacionan con las marcas”, dice Asín, “y también permitirá, por ejemplo, hacer un uso más racional del agua y la luz, y ahorrar en las facturas”. Del B2B (business to business, empresa a empresa) o B2C (business to consumer, de empresa a consumidor). Los edificios y los domicilios serán, pues, cada vez más listos. Y hasta los supermercados: según relata Loles Marcos, ya se trabaja en desarrollar sensores químicos que indiquen si los productos están realmente caducados, más allá de los que diga la fecha de caducidad o consumo preferente. Se dejarán de desechar yogures, filetes de ternera o botes de salsa de tomate que todavía se podrían consumir, evitando así el actual despilfarro.
La tercera revolución
Podría decirse que hemos vivido tres revoluciones en el campo de la digitalización. La primera ocurrió en torno a 1995, con la expansión de Internet (explotada por empresas como Google o Yahoo), la segunda, a partir de 2003, con la creación de los smartphones y las redes 3G mediante las que empezaron a comunicarse (explotada por empresas como Facebook o WhatsApp). “Nos encontramos en plena tercera revolución en el campo de lo digital”, dice Ignasi Vilajosana, CEO de la empresa Worldsensing, “primero los ordenadores se conectaron entre sí, luego se conectaron las personas (mediante el móvil). Esto transformó la economía transacional, que supone un tercio del PIB mundial. Ahora es la economía productiva, las diferentes industrias, las que se transforman mediante la digitalización, y esto ya supone los dos tercios restantes del PIB mundial. Y ocurre gracias a los sensores”.
En Worldsensing trabajan en dos sectores, el de la movilidad (parking, semáforos) y el referente a lo industrial, la construcción, la minería. Algunos de sus proyectos más vistosos son la sensorización del Puente Vecchio de Florencia para evitar su deterioro con las lluvias torrenciales o del Canal de Panamá, para evitar que se colapse. “Muchas industrias están pasando de no tener nada digital a tener camiones sensorizados u obreros sensorizados mediante wearables”, dice Vilajosana. Las llamadas fábricas inteligentes (o smart factories) van camino de funcionar casi autónomamente, prediciendo sus averías y auto reparándose. Esta tecnología también alcanza otros ámbitos como el del deporte. Ya se desarrollan pulseras, botas o espinilleras sensorizadas que monitorizan las posición, velocidad, y otros datos producidos por los jugadores. Ya no hay excusa para no sudar la camiseta: los sensores vigilan.
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