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África No es un paísÁfrica No es un país
Coordinado por Lola Huete Machado

África a pedales (3): La mirada del genocidio

Por Alfonso Rovira

Estoy en Ouesso (República del Congo) ciudad fronteriza con Camerún. Me dirijo al Río Sangha, donde cargo la bici en una vieja canoa. Cruzo y me dirijo a Pokola.

Después de 45km un cartel me indica que llegué… acompañado de otro todavía más grande, que reza “ciudad ecológica.”

Parece Marketing europeo… Pero no me engaño. Avanzo y veo que la industria maderera tiene su base ahí. Montones de troncos esperan apilados para ser cortados y tratados. Para el consumo occidental y asiático.

Me informo. No se trata de tala indiscriminada. Cortan troncos de un diámetro mínimo. Los marcan. Cuando no quedan más, cambian de zona. Lo que en teoría permite que la selva siga intacta. Menos mal… Rezo para que la deforestación no haga lo mismo que en Borneo o ciertas zonas de Amazonia. Triste ver frondosas selvas convertidas en arena.

Esta selva es verde. Virgen. Viva. Y la dificultad de acceso hace que no se haya hecho ninguna barbaridad todavía. Aunque después descubro que no todas las empresas hacen igual. Esperemos que no se descontrole. O la maquinaria extranjera devorará su riqueza en nada…

Llego al hostal y me recibe un chico y su hermana. Ven mi color. Mundele. El blanco en lingala, su lengua. Se muestran contentos al verme, acogedores, al estilo africano. Mientras, mentalmente se frotan las manos. Piensan que tienen buen negocio a la vista… Me ofrecen la suite. “Tiene Aire acondicionado”, me dicen varias veces. Es todo el lujo que encuentro. La ducha se basa en un cubo relleno de agua. Y la cadena del retrete no funciona. A pesar de eso, está bien. Es relativamente limpio. Y tiene mosquitera.

Les miro. Sonríen. Me preparo. Les sorprendo. “Es caro”. No esperan mi regateo. “Mundele es rico. No mira lo que gasta. No lo necesita…” parecen decirse… (Ver “el mono el la luna”) Ven mis brazos y mi cara… color chocolate. Mi barba y mi pelo largo. Quizás comprenden. Me ceden el cuarto estándar.

El chico me explica la vida allí. Sencilla. Montada alrededor de la industria maderera. Para ellos es un privilegio. Les llega gente de vez en cuando. Clientes. Alimento.

Tormenta

Al día siguiente emprendo la marcha de nuevo. Pedaleo hacia Bomassa. La selva virgen de la cuenca del río Congo. Estoy expectante. En breve estaré en la reserva de Nouabalé-Ndoki, el corazón de esta selva de leyenda. Hogar de Gorilas de espalda plateada.

El camino está seco. El día, soleado. Aunque no significa nada. El tiempo es caprichoso en temporada de lluvias.

Y efectivamente, el día se torna sombrío. Nubes de tormenta. De forma rápida, el cielo azul se vuelve oscuro. Amenazante. Gris. Truena.

Miro alrededor. No veo chozas. Ni habitante alguno desde hace horas. Extraño no ver siquiera una construcción pigmea (Ver artículo “pigmeos”), moradores aislados de estos lugares. Tan solo hay selva. Si la lluvia me sorprende, deberé refugiarme bajo sus árboles.

De repente, aparecen dos personas en el camino. Trabajadores de cacao. “Bonjour”…. miro al cielo. Nada de “bon”… pienso. Sigo, pedaleo. Pero 100 metros más adelante me sorprende la lluvia.

Corro al abrigo de la selva a refugiarme de la tromba de agua que se precipita del cielo.

Y me dispongo a hacer el “click”. La desconexión africana en tiempos de espera. Disfrutar del paso del tiempo. Observar la lluvia. Relajarme con el ruido del agua al golpear la tierra. No es lluvia fina. África muestra su fuerza. No quiero pensar en el barro que me espera luego. Eso será otro momento. Ahora, tan solo llueve. Y yo, observo.

Entonces, bajo un manto de agua, de improviso aparece un niño. Apurado. Y me hace señal de acercarme. Dudo. Tengo algo de resguardo. Él ninguno. Y seguirle significa empaparme al instante… Aunque la “muerte lenta” de mi refugio tampoco me convence. Le sigo.

Rápidamente quedo empapado y embarrado. Pero llego a su casa. Donde me espera Emmanuel, su padre.

Emmanuel, el antiguo

Me recibe en una barraca construida con cañas entrelazadas y un techo de hojalata. Un solo cuarto donde una cama formada por un colchón viejo y una sábana ajada forman el Todo. Es su casa.

Me presento. Doy la gracias. Y Emmanuel me cede sitio en su humilde hogar. En la esquina desflorada de un colchón añejo de un matiz oscuro descanso. Al lado de una extraña tortuga atada a la puerta de entrada… Es grande. Y extraña. Alargada. Será su amiga. O su mujer. Aquí hay mucha brujería, me digo. Quién sabe. Prudentemente, no pregunto.

Emmanuel tiene ojos de haber vivido. Infinitos matices en su mirada. Ese hombre ha visto mucho. Los recuerdos se acumulan en su espalda, encorvada por un peso invisible. No debe tener muchos años más que yo… mas su rostro arrugado dice lo contrario.

Le observo. Una sonrisa de fondo ilumina su mirada. Una inevitable curiosidad hacia Mundele, el blanco, le llama. Me siento en su cama. Su sofá. Su único mueble. Observo la tortuga de soslayo. Abro la boca. Me detengo. No pregunto. De nuevo.

En una choza cercana, siento la mirada de niños que me observan. Se esconden al darse cuenta que los descubro. Oigo risas. Mundele. Mundele...

Me relajo con Emmanuel y empezamos a hablar. Y me sorprende de nuevo. Este hombre, de mirada antigua y aspecto afable, es refugiado ruandés.

Genocidio Tutsi

La masacre del 94 empujó a muchos fuera de sus fronteras. Se apresura a mostrarme su carné de inmigrante legal. Como si yo fuera la autoridad. Lo estudio con respeto. Tiene una Visa de un año. Se lo devuelvo.

Reflexiono sobre Emmanuel. Me pongo en situación. Verdaderamente este hombre ha vivido mucho. Ruanda es ahora un país que florece. Que renace como la esperanza de África ecuatorial. Pero no hace tanto, la masacre de Ruanda fue de las más violentas y rápidas de la historia. Hubo una explosión. De odio. De violencia. 800.000 muertos en poco más de 3 meses. El 75% de los Tutsi exterminado. Masacrado. Viejos, jóvenes, hombres, mujeres…indiscriminado. Pero sobre todo niños. Se quería anular la posibilidad de un futuro Tutsi. Para los Hutu, eran cucarachas. A las que había que aplastar.

Difícil entender el porqué de tanta violencia. Pero de nuevo el inicio nos lleva a la colonización. Pues la diferencia entre Tutsi y Hutu, prácticamente ya no existía. Hacía tiempo convivían.

Los belgas escogieron los que parecían mejores. Con los genes más fuertes. Los rasgos más finos. Eran los Tutsi. La élite que gobernaría con ellos. O por ellos. Los diferenciaron socialmente de los Hutu.

Pero al salir de Ruanda los belgas, dejaron a los Hutu en el poder. Y también la semilla del caos. Los Hutu, con ánimo de venganza se propusieron exterminar a todo Tutsi. Los persiguieron. Los arrinconaron. Y castigaron por igual al Hutu que los ayudara. No había término medio. Eras Hutu o eras Tutsi. Víctima o verdugo. Y esto, literalmente marcaba tu vida.

Mientras, los cascos azules de la Naciones Unidas observaban la matanza. Inactivos. La situación desbordó a muchos. Por su fuerza, su rapidez y su violencia. Pero no hay excusa. Su inactividad nos volvió a todos cómplices de un genocidio.

¿Qué decide la participación de las potencias mundiales en un conflicto? No hace falta respuesta… demasiado evidente. Y al ver la historia reciente, demasiado punzante para almas inquietas. Mejor desviemos la mirada.

La historia ahora es distinta. Los Tutsi volvieron al poder. Y fueron los Hutu de nuevo que huyeron cuando la “normalidad” volvió. Aunque ahora sí tienen representación en el gobierno. Pero hay demasiadas muertes a sus espaldas. Demasiadas injusticias para hacerles frente. La naturaleza salvaje del hombre, enteramente desatada, había marcado de por vida este pequeño país.

África Pura

Así es África... dura. Amenazante. (Ver “Tiempo de Heroes”). Pero también es capaz de mostrarte la mayor bondad del hombre.

Reflexiono sobre Occidente. Una cultura de adoración al Yo. Y a la postura, a las apariencias. Aunque rica y cómoda, Narcisista. Superficial.

África en cambio es pura, directa. Capaz de contarte las dos caras de la verdad. Es fácil ver a un niño al que das algo, correr a compartirlo con sus hermanos. Y le pondrás en un aprieto moral si no hay suficiente para todos. No existe el “mío” para un niño. Tan solo el “nuestro”. Pues la supervivencia, en África prima al grupo.

Pero también te muestra el odio más crudo. Una guerra en África no son piezas en un tablero. África no sabe de guerra fría. Aquí, es siempre sangrienta. La bipolaridad se apodera del hombre. La razón se evapora. Para dar paso a nuestro lado más salvaje. El odio aflora. De repente, ya no hay personas. Tan solo bandos. No hay término medio. No hay gris. Tan solo blanco y negro. Es la ley evolutiva. Lo que esta tierra les ha mostrado como necesario para la existencia. Y sólo puede sobrevivir uno.

Vuelvo a mí. Veo a Emmanuel. Me entra la curiosidad… ¿Hutu o Tutsi…?

“Soy Hutu. Huí hace mucho”. Según él, se giró la tortilla.

Se define como los judíos. Un pueblo perseguido a lo largo del tiempo. No le pregunto sobre detalles. No los necesito. Si sus manos estuvieron bañadas en sangre, suficiente es su propio castigo.

La lluvia cede. Se queda en llovizna. Me decido a salir. Nos despedimos… y al más puro estilo africano… me pregunta si en algún momento le daré la bici. Me río. Ya no me sorprende. Esta bici tiene más novias que Julio Iglesias.

Hago un gesto de adiós. Y Miro el camino. Ahora mismo, me espera el barro.

(Continuará)

Si queréis seguir mis aventuras, iré alternando artículos en el Blog de África no es un país y en el mío, Algo Más que un viaje

Os invito también a conocer “ Zingara “,la historia del inicio del Pirata, un personaje medio real, medio imaginario, que os invito a descubrir en mi blog.

Todas las fotos Alfonso Rovira.

Comentarios

Es un sentimiento curioso, ver como haces algo q me entusiasmaria hacer, saber que lo que estas haciendo es una locura, y al mismo tiempo saber que es algo tan normal cuando lo estas haciendo. Sea como sea...mi mas sincero respeto.
Gràcies per explicar de forma clara i contundent què passa sovint a Àfrica i quina petjada va deixar la colonització europea. Endavant amb la teva aventura que compartim una mica des de casa. Una abraçada.

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