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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Caos junto a Europa

La situación en Siria y Libia hacen más convulsas las fronteras de la UE

Una de las embarcaciones atestadas de emigrantes rescatada el 3 de octubre cerca de la costa libia.
Una de las embarcaciones atestadas de emigrantes rescatada el 3 de octubre cerca de la costa libia. ARIS MESSINIS

En apenas 48 horas, entre el lunes y el martes pasados, las patrullas de salvamento que operan en el Mediterráneo rescataron a 10.655 migrantes y refugiados. Viajaban en precarias y atestadas embarcaciones. Nadie que no esté muy desesperado se hace a la mar en unas condiciones que producen pavor. Cuando los supervivientes abandonaban las naves, el suelo aparecía cubierto por los cadáveres de los asfixiados, tal era el hacinamiento impuesto por las mafias. Estas cifras no solo representan el drama de una crisis humana sin precedentes; también muestran la dimensión y la gravedad de la situación de caos y destrucción que se produce en las mismas puertas de Europa.

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La UE aprobó ayer enviar a Bulgaria el primer contingente de la nueva policía europea de fronteras, pero de poco servirá este instrumento si no se interviene sobre las causas del éxodo. La ruptura de la tregua en Siria sigue alimentando una diáspora que alcanzó en 2015 su punto álgido, pero que está lejos de concluir. Ante la falta de expectativas de poder volver a su país, muchas familias que llevan años malviviendo en campamentos de refugiados turcos o libaneses emprenden el camino hacia Europa aunque no tengan garantías de llegar a ella ni de ser bien recibidos. Mientras tanto, en Libia se concentran decenas de miles de migrantes procedentes de diferentes países africanos. Algunos huyen de conflictos, otros, de la miseria. Tras largos y peligrosos viajes, quedan atrapados sin posibilidad de marcha atrás. En la peligrosa situación de desgobierno que vive Libia, muchos son víctimas de malos tratos, trabajos forzados y violaciones. Asumir el riesgo de una incierta travesía es para ellos el mal menor.

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En lo que llevamos de año han llegado a Europa a través del Mediterráneo más de 300.000 migrantes —166.000 a través de Grecia, 130.000 por Italia— y se han ahogado o desaparecido más de 3.500. Desde que hace seis meses se firmó el acuerdo con Turquía, el flujo a través del Egeo se ha reducido, pero ahora es Italia la que recibe la mayor presión. Hay que celebrar la muy positiva respuesta de su Gobierno, que no ha reducido los esfuerzos y mantiene la política de acogida. Lo mismo cabe decir de Grecia, pese a la insolidaridad del resto de la UE, que se muestra incapaz de cumplir siquiera sus propios acuerdos. Hace ahora justo un año que se aprobó el plan que debía repartir entre los diferentes miembros de la UE a 160.000 refugiados llegados a esos dos países. En la mitad del plazo previsto, solo se ha reubicado a 5.651, apenas el 3,5%. El resto sigue allí. La mala gestión de este problema hace que Europa se deslice cada vez más hacia posiciones que contravienen no solo sus principios fundacionales, sino también sus leyes. La presión sobre sus fronteras no va a disminuir por mucho que mire hacia otro lado.

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