Más que un juicio
En el ‘caso Gürtel’ se resume el penoso tiempo político que vivimos
El juicio de la primera parte de la trama Gürtel, iniciado ayer, junto con otros escándalos que afectan al PP, no son asuntos del pasado, como sugiere la dirección de este partido, que intenta dar por amortizadas sus consecuencias. Al contrario: el caso Gürtel y todo lo que le rodea explica una de las razones más importantes que complican la formación de Gobierno en España. Negociaciones y pactos sobre políticas concretas, que sería racional tratar con normalidad con el PP, se han visto y se ven entorpecidos por el efecto corrosivo de estos escándalos.
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Sorprende que la dirección del PP no haya hecho nada por construir un relato de lo que le ha pasado. Sus alegaciones de ser víctima de operaciones inconfesables —por las que señalaba a magistrados, opositores políticos o medios de comunicación— se han revelado erróneas o falsas. Desde que el entonces juez Baltasar Garzón ordenó las primeras detenciones por la presunta trama de corrupción encabezada por Francisco Correa, en febrero de 2009, el propio Mariano Rajoy diagnosticó que lo descubierto no era “una trama del PP”, sino “contra el PP”. Defendió la inocencia del tesorero Luis Bárcenas en los primeros tiempos de la investigación. Luego le reiteró su apoyo, una vez publicadas las anotaciones contables de la caja b del partido —cuando ya se conocía parte de la fortuna del extesorero en Suiza—. He ahí varios ejemplos de la excesiva confianza de Rajoy en la injusticia de aquella acusación.
El PP no ha explicado sus errores. Se desconoce el resultado de las investigaciones internas sobre las irregularidades detectadas: simplemente ha ido produciéndose un silencioso goteo de dimisiones de cargos públicos o de bajas en la militancia por parte de imputados en los diferentes sumarios a que ha dado lugar esta macrotrama. Hoy, el propio PP se ve acusado como beneficiario directo de algunas de las irregularidades descubiertas. Y tampoco es capaz de disipar la desconfianza que introducen estos hechos sobre el grado de adulteración de la competencia electoral cuando hay evidencias de financiación ilegal de la política y de enriquecimientos ilícitos.
El largo tiempo de torpezas, mentiras, ocultaciones y negativas a que el Parlamento tomara cartas en el asunto han alimentado la enorme oleada de reprobación social que conocemos. Sin duda ayudó a la importante pérdida de votos sufrida por el PP en las elecciones del 20 de diciembre, las primeras tras cuatro años de mayoría absoluta, y al éxito de nuevas formaciones políticas; pero sobre todo ha contribuido a alimentar el rechazo de la figura de Rajoy e invalidar su capacidad de liderar la regeneración política y ética que necesita este país. Dicho rechazo ha dado paso a la intransigencia hacia los pactos con el partido principal, porque existe una barrera moral que impide resolver la crisis política. Desatascar el bloqueo depende en gran medida de que los ciudadanos perciban un claro restablecimiento de la ética política y un corte radical con los comportamientos del pasado, algo que va a ser muy difícil de lograr, ahora o en un futuro próximo, con Rajoy al frente.
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