Alipori
El proceso de las últimas votaciones produce vergüenza ajena, esa sensación insoportable del que ve cómo alguien se pone en ridículo y convencido de estar triunfando
Hemos vuelto a hacer el ridículo. Uso la primera persona porque la culpa es de todos y cada uno. Seguimos creyendo que España es una democracia a la manera de los países civilizados. Error. Aquí sólo hay partidos políticos y cada uno de ellos es una agencia de colocación que actúa como todas las empresas estatales: con incuria, sin piedad y despreciando a la clientela que paga sus sueldos. Sólo así se entiende que Rajoy, el político más cínico que ha dado Galicia, y ya es decir, se mantenga en su puesto después de permitir el saqueo de España hasta el último minuto. Por desdicha, en la competencia, llevan los socialistas muchos años de suicidio subvencionado. Empezó Zapatero cuando quiso seducir a los votantes de “El Jueves”. Y siguió luego su aventajado discípulo, Sánchez, con un sermón de patio de colegio sobre derechas e izquierdas. Puro peronismo modo vaticano.
Demasiado ideólogo y poco técnico cobra de esas empresas estatales. Mucha nostalgia de la guerra civil y del pantalón corto. Hay un partido entero dedicado a Peter Pan, con un Iglesias que parece el hijo acomplejado de Maduro. Sin embargo, para bien o para mal, España ya (casi) no pertenece al tercer mundo más que en el terreno político y mediático. No es Venezuela, aunque muchos votantes de Iglesias añoren un dictador.
Todo el proceso de las últimas votaciones produce vergüenza ajena, esa sensación insoportable del que ve cómo alguien se pone en ridículo sin percatarse y convencido de estar triunfando. A esa sensación, que obliga a girar la cabeza para no ver al infeliz vomitándose encima delante de su horrorizada novia, se le llama alipori, palabra aceptada por la Real Academia, pero infrecuente. Quizás habría que darle mayor circulación.
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