Salvar a la perra ‘Betsy’ o cómo los milagros existen
Una asociación impulsada por un español rescata a animales en situaciones críticas para curarlos
La historia de Betsy ha conmovido a todo aquel que la ha conocido. Tanto, que esta pit bull de cinco años ingresada en un hospital veterinario de Valencia ha traspasado fronteras y ha viajado hasta las pantallas de televisión de países como Italia, Alemania o Brasil. Aquí, en España, más de 100.000 personas han seguido con celo este caso de maltrato, uno más entre los millones que hay en nuestro país, a través de la página de Facebook de Let’s Adopt, una asociación que se encarga de rescatar animales que se encuentran en situaciones críticas para curarlos, por dentro y por fuera. El objetivo es convertir los casos imposibles en posibles. Y contemplar la eutanasia como última opción. Acogen animales de la calle, abandonados, maltratados, violados y sin dueño. Les realizan operaciones complicadísimas, pioneras en España, cirugías reconstructivas, implantaciones de huesos de titanio, reconstruyen una columna vertebral partida en dos o exterminan uno a uno a miles de gusanos que se comen por dentro a un perro abandonado tirado en una acequia. Es magia científica de bisturí. Un trabajo lleno de mimo que sale adelante, sobre todo, gracias a las donaciones de una amplia comunidad que crece y se consolida poco a poco, para conseguir que vidas casi muertas dejen atrás lo más parecido al infierno.
De allí llegó Betsy. Se la encontraron tirada y en choque hace más de tres meses en un campo murciano. No se sabe a ciencia cierta qué le pasó, pero por la gravedad de sus heridas parece que la utilizaron de esparrin para perros de pelea. Ella, por lo visto, ni se movió. Se dejó comer, literalmente. El ataque se centró en la cara y en las patas delanteras y, aunque su piel es gruesa y fuerte, no resistió las dentelladas y acabó con el morro y los labios a tiras y el cráneo y el hueso maxilar inferior expuesto. Lo cierto es que estaba viva de milagro, porque el mayor ataque lo sufrió en el cuello, donde intentaron partirle la yugular para impedir que entrara el aire. Cuando fue rescatada, ni se movía. Apoyaba su cabeza sobre las manos de quien la sostenía y sin más, cerró los ojos.
No es el único caso del que se ha hecho cargo Let’s Adopt. Hace poco recogieron los trozos de Julio, un gato de pocos meses cuya historia también te deja sin palabras. Jugaba con su hermano en la calle cuando un grupo de adolescentes decidió divertirse y los atraparon para torturarlos. El hermano murió en pocos minutos. A él lo quemaron con un mechero. Primero la oreja, la piel, la carne… Y después intentaron desmembrarlo, tirando de las cuatro patas. Consiguieron separar una de ellas y cuando estaban a punto de conseguirlo con la segunda llegó alguien y le salvó. Acabó malherido, pero vivo. Amy llegó con fracturas abiertas en las dos patas delanteras, los huesos -totalmente expuestos- necrosados y los tendones devorados por la infección. A Nancy, un cachorro de doberman, se la encontraron en un cubo de basura rodeada de cristales rotos con la columna vertebral partida en dos. Mandy, una bodeguera andaluza, apareció también tirada en un campo durante las festivas fechas navideñas, es decir, cuando a la gente le da por repartir paz y amor. A ella le seccionaron las patas delanteras con una segadora de cortar el césped.
Así hasta 8.000 casos que han pasado ya por las manos de esta asociación que lleva en marcha nueve años y que fue fundada por Iván Jiménez. Llegan destrozados y empiezan su reconstrucción. Del suplicio, a las operaciones, las curas, los tratamientos imposibles… hasta llegar, con un 95% de éxito, de nuevo a la vida. Kiara, uno de los últimos casos -tan mediático como el de Betsy- está ahora en la primera fase. Sucedió hace un mes y salió en todos los medios. A ella le pusieron un neumático alrededor del cuello, la rociaron con líquido inflamable y prendieron fuego. Y lo más triste de todo es que llegó a Valencia, donde está la sede de Let’s Adopt, sin una queja, pero con una mirada limpia, llena de tristeza.
Recoge casos extremos, animales que por regla general se sacrificarían, pero salen adelante gracias a un esfuerzo titánico y a las donaciones de la gente
Para entender la filosofía de esta asociación tan atípica hay que conocer a su fundador. A Iván Jiménez le define una palabra: emprendedor. Él ha puesto los cimientos de este conglomerado que ha echado raíces en países como Turquía, Indonesia, Alemania, Italia o EE UU. Y desde España organiza y actúa de nexo de unión. Tiene las ideas claras, la cabeza bien amueblada y parece de esas personas que no se conforman con poco y no se detienen ante nada. “Tengo 46 tacos. Hablo 6 idiomas (inglés, francés, italiano, turco, catalán y tagalo -porque viví en Tailandia un año-), tengo tres carreras, he trabajado en las mejores empresas del mundo, he tenido una experiencia laboral increíble. A lo mejor ahora mismo no me contrataría nadie porque soy viejo, pero da igual, yo puedo crear cualquier cosa”. Esa es su carta de presentación. Aunque también sabe que tiene detractores, algunos que le buscan las cosquillas y ponen en tela de juicio su labor. Con Kiara, por ejemplo. Algunos han llegado a cuestionar en su página de Facebook la existencia real del animal a pesar de haberla fotografiado y grabado mientras recibía su tratamiento, como en cada caso, para explicar a sus donantes el lento proceso de recuperación. Pero para él esa es la clave de su éxito: “El caso es que los animales se salvan y ahí están. Siempre vamos a tener detractores. Y menos mal que es así, a los que hacen cosas, y bien hechas, siempre tienen gente que les odia”.
Lo raro de Let’s Adopt es que está pensado a lo grande, de una manera global. No pretende ser una asociación más que ayuda a los animales de manera local. Recoge casos extremos, animales que por regla general se sacrificarían, pero salen adelante gracias a un esfuerzo titánico y a las donaciones de la gente que se queda noqueada a través de la pantalla del ordenador con cada historia.
En total, recibe unos 50.000 euros al mes y gasta unos 40.000 en el tratamiento de todos sus animales, unos diez u once al mismo tiempo de media. Tras una hospitalización larga, como la de Yoko, que llegó con el 30% de su cuerpo quemado y estuvo más de tres meses recibiendo dos o tres curas diarias, el siguiente propósito es buscarle un buen hogar. “Recibo más de 400 correos al día. A veces es imposible leerlos todos porque además de atender al animal de turno, hago viajes para entregar a los que ya han encontrado una familia y están recuperados. Me cojo un avión con ellos y los llevo hasta la puerta de sus casas, sea en un pueblo de Galicia, en Alemania, EE UU o donde sea. El objetivo es encontrar el sitio idóneo para cada uno de ellos”.
La andadura de Iván empezó, como suele ser en estos casos, cuando todavía era un niño y soñaba con ser veterinario. “Pero mi tío me quitó la idea… Me decía que me iba a dedicar a poner inyecciones a los cerdos en los mataderos”, rememora. Por aquel entonces se conformaba con salvar animales que se encontraba y que luego su madre se encargaba de colocar donde podía entre sus vecinos de Lérida, su lugar de origen. Ya en la universidad, estudiando Derecho, decidió que a lo que quería dedicarse de verdad era al mundo de las finanzas, para ser una especie de Gordon Gecko. “Tenía 20 años, no sabía bien lo que decía”. Cuando terminó, fundó su propia empresa, con la que realizaba estudios económicos sobre mercados emergentes y recaló en Turquía, el origen de todo.
“El abandono allí es brutal. El principal problema de los animales es el Estado, que recoge a todos los que se encuentra y los mete en fosas comunes. Para mí ver eso fue un choque. Me encontraba de todo por las calles, así que empecé a recoger algunos animales que estaban muy mal y los llevaba al veterinario. Luego los colocaba entre mis amigos. Todo aquello empezó de una manera muy de andar por casa. Lo hacía todo yo, con mi dinero. Luego me quedé sin amigos a los que colocar animales y empecé a utilizar Facebook. Ahí me di cuenta del poder que tenía esa red social, porque empecé a tener seguidores de todo tipo interesándose por lo que hacía. Hubo gente que le encantaba y quería donar, pero yo no estaba preparado para eso, no tenía ninguna estructura legal, era algo muy personal”, cuenta Iván mientras enseña a este periódico, orgulloso, las salas del Hospital Veterinario de Valencia Sur, situado en la localidad valenciana de Silla, donde muchos de sus animales se recuperan de las heridas rodeados de un personal veterinario dedicado en cuerpo y alma a conseguir lo imposible.
Lo cierto es que aquello era tan personal, que sin pensarlo mucho empezó a hacer reivindicaciones de todo tipo, impulsado por un sentido de la justicia animal que le hizo meterse en más de un problema. Organizó manifestaciones en Estambul a las que acudieron 30.000 personas e incluso llegó a publicar en un blog el teléfono móvil del alcalde como denuncia por no poner los medios suficientes para salvar animales y ponerlos para deshacerse de ellos. “Tuvo que cambiar de número y yo me tuve que inventar un seudónimo -Viktor Larkhill- porque me metí en un buen lío”, se ríe.
Los animales en situación crítica se multiplicaron a su paso y se quedó sin dinero para dar cobertura a todos ellos, así que de ahí nació Let’s Adopt, su organización, que inspirándose en Greenpeace, decidió inscribir en Holanda. “Forma parte de la UE, así que puedes hacerlo allí sin problema, pero con la diferencia de que no tienes que pagar 160.000 euros y esperar seis meses de trámites burocráticos como en España. Allí en tres días tu organización empieza a funcionar”. Sus conocimientos financieros los puso al servicio de su gran proyecto -”hay que pensar a lo grande”- al igual que su experiencia en Turquía. De allí heredó casi todas las normas que hoy en día impone a sus futuros adoptantes.
Lo primero que pide a quien quiere quedarse uno de sus animales es que le enseñe el estado de perros o gatos que tiene a su cargo. “Quiero ver fotos, vídeos, comprobar cómo están cuidados, si son felices…” En segundo lugar, que el perro viva dentro de la casa. “Esto es porque en Turquía los dejan en el jardín, y yo no quiero eso”. La tercera norma: deben comer carne cruda, un tema controvertido que divide a muchos especialistas, aunque él lo tiene claro. “¿Qué le darías a una vaca? Hierba. ¿A un delfín? Pescado. ¿Y a un lobo? Carne. ¿Se la cocinarías? Pues a un perro tampoco. El perro y el lobo son idénticos. Lo único que cambia es su relación frente al hombre. No su morfología, su naturaleza es la misma. Sus dientes son idénticos, no hay diferencia entre la dentadura de un lobo y la de un pastor alemán. ¿Qué te dice eso? Que hay que alimentar a un perro de la misma manera que alimentarías a un lobo. El pienso provoca varios problemas: el sarro, la infección en la boca, una enfermedad periodontal en la que la encía rechaza el diente y el diente cae. En la naturaleza, a los perros no se les caen los dientes, se les desgastan. Eso tiene un efecto acumulativo. Imagínate a un perro que tiene una boca infectada durante cinco años, primero le duele muchísimo y luego todas las bacterias acumuladas ahí entran en el torrente sanguíneo y ¿dónde se limpia la sangre? En el hígado y en los riñones. ¿Qué pasa entonces? Que a lo largo de cinco años con los riñones trabajando a saco limpiando una sangre infectada empiezan a tener un fallo renal y un fallo hepático. Somos lo que comemos. Y claro, si yo me he gastado 15.000 euros en curar a una perrita como Amy, joder, lo mínimo que puedo hacer es asegurarme que no muere en los próximos años de una fallo renal”. Y por último, “esto ya por pijería absoluta”, los dueños, si son fumadores, no deben fumar dentro de casa. “Es que mi abuelo murió de un enfisema por tabaquismo, y lo quería mucho. Y soy muy anti-tabaco. Y además, he visto muchos perros que tienen problemas derivados porque son fumadores de segunda mano. Tienen alergias, asma… Una vez nos vino un perro en Turquía que vivía con un abogado que adoraba a su perro, era un Terrier, se lo llevaba a todas partes, incluso al trabajo, y el perro murió ahogado. Le hicimos la autopsia y sus pulmones eran como carbón. El tío flipó. Pero claro el perro estuvo fumando toda su vida y él se quedó hecho polvo”.
Sasha acaba de entrar por las puertas de Let’s Adopt y de nuevo se pone en marcha la maquinaria. Mientras los veterinarios con los que trabaja la asociación siguen tratando de reconstruir vidas como las de Kiara, Julio o Nancy, esta galga entra en escena dejando otra vez sin aliento a todo el personal. Estaba abandonada en una carretera sevillana con una fractura tan bestial que llegó con los intestinos y la vejiga expuestos. De nuevo toca documentarlo, colgarlo en Facebook y pedir ayuda a la fiel comunidad de donantes de esta asociación. Lamentablemente esto nunca se acaba. “Pero no es más que organizarse. Hacerlo bien. Yo soy un maniático de la limpieza y el orden. Y no podría hacer una perrera o un refugio normal, porque sería muy infeliz. No estaría orgulloso de lo que hago. Esto sí lo puedo enseñar a todo el mundo y decir, mirad, aquí están los perros y casi todos se salvan y acaban dando saltos, son felices. Sería incapaz de hacerlo de otro modo”.
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