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harry patter
Columna
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‘Pesadilla en la cocina’ | Menú infantil

Cuando vas con niños a un restaurante, te hace feliz poder comer en familia, sin pensar mucho y sin tener que cocinar ni limpiar

Para encontrar el restaurante ideal, un padre primerizo se vuelve más observador que Chicote.
Para encontrar el restaurante ideal, un padre primerizo se vuelve más observador que Chicote.

Estas vacaciones, los primerizos con bebé iremos de restaurante varias veces. Ya sea como premio por quedarnos en casa pasando calor o por necesidad si estamos de turismo en otra ciudad (porque en cualquier supermercado te mirarán mal si entras con un hornillo camping gas y te pones a cocinar allí mismo).

“Vaya proeza”, pensarán algunos haters condescendientes. Pues hombre, ir a comer fuera con un bebé no es escapar de la cárcel de Cadena perpetua, claro. Pero cómodo y fácil tampoco es.

Incluso sin niños, cuando las parejas van de restaurante sin referencias, suelen enfadarse o entre ellos o con los camareros. Así que si le añades el extra infantil, el riesgo aumenta.

Por eso, cual estratega condecorado, los primerizos nos fijamos en varias variables para elegir un buen lugar. La orografía (¿hay rampas y lavabo adaptado con cambiador o los típicos escalones traicioneros?), la climatología (¿el aire acondicionado está en modalidad siberiana o es aceptable para un bebé humano?) y la actitud de los nativos (¿los camareros son kid friendly o si les pides una trona te estamparán la carta en la cara?).

Por supuesto, no olvidemos el elemento hostil agazapado para atacar: los mal-miradores, que nos taladrarán con su visión de rayos-odio incluso si el bebé está dormido (porque intuyen que en algún momento se despertará y la liará parda como un dragón de Daenerys).

Entiendo que en según qué restaurantes, algunas parejas tendrán una cita decisiva. Y que un bramido con lanzamiento de papilla en plena cara a medio entregar el anillo de pedida te arruina el momento romántico.

Pero con bebé, priorizamos espacio entre mesas para aparcar el carrito a velitas y violines, así que optaremos por franquicias iluminadas y menú con fotos de los platos. (Y declararse en un sitio de menú infantil es cutre, ¿no?)

En el resto de ocasiones restaurantiles, los que resoplan por un bebé también tendrían que lanzar puñales oculares al típico grupo numeroso, a las mesas con gracioso pesado, a los que celebran su cumpleaños con gritos a cada regalo, o a los que tienen ese chorro de voz que podrían trabajar en megafonía sin altavoces.

Toda esa gente sí que molesta y es mayorcita para haber sido educada.

Los niños, si la lían en un restaurante, sólo están siendo niños.

(Evidentemente, si la lían mucho y los padres no hacen nada, que los encierren en el calabozo del restaurante, que dirían Faemino y Cansado).

Desde aquí quiero agradecer a todos los dueños de restaurantes que piensan en los detalles básicos para los padres y además le añaden rincón infantil, juguetes, libros, pizarra/colores para dibujar… Y si encima barren con una sonrisa los restos que ha tirado la cría al suelo cuando nos despistábamos… han ganado unos clientes fieles o una buena reseña.

No necesitamos experimentos gastronómicos ni lugares prestigiosos. Cuando vas con niños, simplemente te hace feliz poder comer en familia, sin pensar mucho y sin tener que cocinar ni limpiar.

Algunos dirán que nos conformamos con poco. Yo prefiero pensar que nos centramos en lo importante.

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