Tres hombres y una mujer
Pedir disculpas no devuelve vidas ni rebobina los desastres de la guerra pero es un gesto necesario al que nuestros personajes públicos son poco aficionados
Hillary será presidenta. A no ser que ocurra algo imprevisible y tremendo que desbarate un futuro que parece cantado, Hillary volverá a la Casa Blanca. El último escollo legal con el que se enfrentaba se ha despejado, al haber desestimado la justicia que hubiera causado daño alguno a su país usando el correo personal para asuntos de Estado. La cosa se quedará en una práctica imprudente y poco más. Hillary vencerá a Trump y será mejor que así suceda, porque esa abstención a la que animaban algunos partidarios de Bernie Sanders, “Bernie o nada”, sólo beneficiaría al que pudiera ser, si ocupara el despacho presidencial, un peligro para la humanidad. Pero Trump no ha nacido de un repollo, por mucho que su ridículo tupé choque con la elegancia natural de Obama o con la formalidad de Washington. Trump es la fatal consecuencia de una degradación de la derecha americana que viene de lejos. Uno de los padres de este singular engendro fue su antecesor en el partido, George W. Bush, de quien ha aparecido en estos días una biografía, Bush, escrita por Jean Edward Smith, un reputado ensayista que deja al hijo de su padre a la altura del betún. Pinta Smith a su protagonista como un iluminado que entendió que la democracia era una misión sagrada, como un tipo que no escuchaba ni a diplomáticos ni a generales y concluye en la última frase del libro: “Si Bush fue el peor presidente de la historia será largamente debatido, pero su decisión de invadir Irak es seguro la peor decisión en política exterior jamás tomada por un presidente americano”. Se refiere tanto a las mentiras en las que se basó la invasión como a sus nefastas consecuencias. El revolcón que su guerra contra el terror provocó en el mundo, dice el biógrafo, no ha terminado y se necesitará un tiempo para calibrar cuánto contribuyó el beato Bush al desequilibrio planetario.
No le habrá hecho gracia a la casi probable futura presidenta Clinton que se aireen de nuevo las mentiras en las que se basó aquella guerra, porque si bien a Hillary no le va a hacer daño su torpeza al usar una cuenta personal para asuntos de Estado, sí que hay y habrá demócratas que no van a olvidar su decidido apoyo a la invasión de Irak y se lo recordarán a la primera de cambio; aunque en un gesto propio de los países anglosajones, jamás del nuestro, la aspirante a la presidencia pidió perdón por tan tremendo error, como así lo hizo el Times con los lectores, que durante un tiempo estuvieron, con mucha razón, enfadados con su periódico de cabecera. Pedir disculpas no devuelve vidas ni rebobina los desastres de la guerra pero es un gesto necesario al que nuestros personajes públicos son poco aficionados. Incluso Blair, ese otro gran estratega, se vio obligado a pronunciar un arrepentimiento, en parte porque imaginaba la que se le iba a venir encima más tarde o más temprano. No nos gana su país en dirigentes nefastos pero al menos hay comisiones de investigación independientes, como la que ha dirigido John Chilcot, que durante siete años ha analizado, documento tras documento, los motivos por los que Blair se unió a la cruzada de Bush: tan inconsistentes o inexistentes que debieran obligar al ex primer ministro británico a callarse de por vida y, por supuesto, a no seguir haciendo caja impartiendo conferencias sobre política internacional. Los muertos que aún siguen produciéndose debieran callarle la boca. Y de rondón, nuestro ex, Aznar, el único que no ha esbozado un perdón, y me temo que no estará en su intención asumir responsabilidad alguna porque en España no hay que responder a comisiones de investigación de esa categoría y porque los errores nunca parecen tener consecuencias para quien los comete.
Aun así, lo mínimo que debiéramos exigir es el silencio. Lecciones morales, ninguna. Y menos aún, la intervención en la política actual. En el caso de Hillary Clinton, la única de todos ellos que sigue activa en política, me duele especialmente, porque es, sin duda, la más inteligente, y porque desearía que la primera mujer que ha de ocupar un despacho que a todos nos afecta no tuviera esa sombra en su currículum. En otro orden de cosas, será realmente extraño observar a la pareja Clinton volver a la Casa Blanca con los papeles cambiados, sumando ella a sus propios errores los que él cometió y siendo objeto de ataques misóginos, como así ha sido en las primarias, hasta desde sus propias filas.
El caso es que ese ramillete de nombres, Bush, Clinton, Blair, Aznar, uno al mando y los otros ilusionadísimos en la obediencia, no podrán escapar jamás de haber intervenido en un disparate que todavía sigue provocando sangre. Con todo, siempre será mejor una presidenta de EE UU como Hillary, con su perdón a cuestas, que el abominable hombre del tupé.
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