_
_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Fibra en el cielo

El acceso a Internet de banda ancha tiene implicaciones decisivas para el progreso de sociedades

Lanzamiento de un satélite de Astra.
Lanzamiento de un satélite de Astra.

En 2005, cuando el empresario de telecomunicaciones, Greg Wyler, trabajaba en la instalación del tendido telefónico en Ruanda, tuvo una revelación fantástica, a la que añadió la necesidad de cortar de raíz dos variables: la pérdida de tiempo y de dinero en el proceso de implantación de ese tipo de infraestructuras.

La brecha digital crecía de forma exponencial, los países no desarrollados se estaban quedando fuera de juego y las vías tradicionales para llevar Internet a muchos de estos lugares implicaban procesos lentos y costosos. Que en Nigeria fueran pocos los que tenían teléfono fijo o que la inmensa mayoría de los colegios brasileños carecieran de conexión a Internet eran dos ejemplos para empeñarse en la búsqueda de nuevas soluciones.

Otros artículos del autor

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Al viaje de Wyler se unieron Google, HSBC, Liberty Global y el operador de satélites y socio tecnológico del proyecto, SES, que hace unas semanas se hacía con el control de O3b, decisión que, además de confirmar la apuesta inicial, va mucho más lejos al abrir nuevos caminos.

En junio de 2013, pocos meses después del lanzamiento de sus cuatro primeros satélites, parte de la Amazonia colombiana disponía de conexión a Internet de banda ancha a 200 megas tras un acuerdo con el operador local Skynet. Por su parte, en Malasia, la empresa Maju Nusa cubría 138 emplazamientos dentro de un plan del Gobierno para acercar la digitalización a la población rural.

Sin perder aquel espíritu que hace más de 10 años movió a Wyler, el proyecto vuela más allá del componente social. Su vitalidad creciente ha venido acompasada de la salida del cascarón de nuevas tecnologías y estrategias a escala pública y privada que han apostado al caballo ganador.

Esta flota de satélites, en órbita a 8.000 kilómetros de la Tierra (órbita media), está llamada a formar parte activa de la gran revolución global de las telecomunicaciones. Con la potencialidad que ofrecen los satélites geoestacionarios (cuya órbita se encuentra a 36.000 km de la Tierra), barcos y aviones –hasta ahora zonas de sombra dado el desorbitado coste que suponía ofertar servicios que muchas veces ni existían- dejarán de ser terrenos acotados para la red de redes.

Las vías tradicionales para llevar Internet a muchos lugares de África implican procesos lentos y costosos

Desde el inicio de las operaciones comerciales en septiembre de 2014, O3b ha experimentado el crecimiento más rápido de la historia de una red de satélites en términos de capacidad contratada, lo que representa el mejor indicio de que la constelación era necesaria. La compañía presta servicio a empresas y gobiernos de 31 países. Con 12 unidades ya en órbita, se han adquirido ocho satélites adicionales para atender la demanda, (con cuatro satélites, a lanzar en 2018 y cuatro más en 2019).

Generalizar con la ruptura de la brecha digital es un error por la dimensión inabarcable del problema, por lo que quizá sea tiempo de categorizar las dificultades de acceso a la Sociedad de la Información. Estos satélites se mueven en torno a la órbita del Ecuador, (y no es casual) pues en esa franja del planeta se concentra la gran mayoría de los Other Three Billion (más de 3,000 millones) que inspiraron la iniciativa y donde la ausencia de Internet de banda ancha tiene implicaciones decisivas para el progreso de sociedades atrasadas en educación, economía, investigación o transparencia política.

Sin quitar el foco de esas situaciones acuciantes, la nueva generación de conectividad tecnología satélite –por ello bautizada como fibra en el cielo- puede prestar un apoyo vital a los grandes cruceros, a plataformas petrolíferas o a buques de carga en alta mar, o permitir al ejecutivo en vuelo transoceánico enviar –o recibir- un correo electrónico que no puede esperar.

Si sacamos de la ecuación a EE UU y a los aviones ‘de negocios’, a finales de 2015 no llegaban a dos mil los aviones conectados en todo el mundo. A finales de esta década, serán diez mil. Nuevas antenas y módems, más potentes, incrementarán la velocidad de estas conexiones durante el vuelo. El número de pasajeros conectados se multiplicará por diez en los próximos años y el satélite está capacitado para satisfacer esa demanda.

Nos enfrentamos a un panorama nuevo, en el que es necesaria la implicación de diferentes tecnologías para avanzar con eficacia. Nunca hubo tanto margen para la suma de imaginación y creatividad por lo que las combinaciones de éxito son infinitas.

Facebook ha acordado con SES que tres satélites prestarán servicios de banda ancha de alta velocidad en distintos países del África sub sahariana dentro del proyecto internet.org, cuyo paladín es la red social de Mark Zuckerberg. Se abre una oportunidad para un cambio que va a modificar las reglas del juego del progreso.

Lo decisivo ahora es que nadie se quede rezagado.

Luis Sánchez-Merlo es presidente de SES en España

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_