¿La solución está en el mar?
La desalación podría ser una solución para reducir la escasez de agua, pese a algunas dudas
Sacar agua del mar, separar la sal y hacerla potable o, al menos, apta para el regadío u otros usos. En esto consiste la desalinización, un proceso físico-químico descubierto hace más de 2.500 años pero cuya industrialización se produjo hace menos de 60. Según datos de la Asociación Internacional de la Desalinización (IDA, por sus siglas en inglés), a mediados del año pasado había 18.426 plantas desaladoras en el mundo, casi todas repartidas entre Oriente Medio (53%), Norteamérica (17%), Asia (11%) y Europa (10%).
Las dos técnicas más extendidas para son la evaporación y la ósmosis inversa. La primera se basa en aplicar calor para evaporar el líquido elemento y separarlo así de la sal; luego el vapor se condensa y se recupera el agua en estado líquido. Este proceso requiere combustible, y por ello es habitual que las desalinizadoras por evaporación estén dentro de las centrales térmicas, y así el mismo proceso que genera la energía sirve también para desalinizar.
“La evaporación ha quedado obsoleta y es la ósmosis interna la tecnología más extendida”, explica Ángel Cajigas, subdirector general adjunto de Infraestructuras y Tecnología de la Dirección General del Agua de España. “Estas plantas consumen unos tres o cuatro kilovatios hora por metro cubico de agua, mientras que las de evaporación consumen ocho o más. Si tenemos en cuenta que entre el 70 y el 80% del coste de operación depende de la energía, la evaporación es una tecnología cara”, explica Cajigas.
La osmosis inversa consiste en separar el agua de la disolución salina filtrando el agua a través de unas membranas que retienen las sales y dejan pasar el agua. Es un proceso mecánico en el que se obliga al agua salada a cruzar el filtro aplicando presión. Por cada metro cúbico de agua salada que entra, la membrana arroja medio metro cúbico de agua desalada y medio de salmuera.
Paliar la escasez de agua
“En los contextos de cooperación al desarrollo centrados en el abastecimiento de agua para consumo humano, la desalinización no es una tecnología habitual”, apunta María del Mar Moreno, responsable de agua y saneamiento de la ONG ONGAWA. “Al menos hasta ahora, esa tecnología resulta compleja de mantener y exige un alto consumo eléctrico, lo que limita su utilización en contextos de pocos recursos económicos y pocas capacidades técnicas”.
Los números de la desalinización
La mayor parte del agua desalada en el mundo (70%) se usa para consumo humano, luego vienen el uso industrial (20%) y la combinación agrícola-energético (10%). En España el reparto varía: el uso agrícola es el segundo más habitual (20%), por delante del industrial (10%).
Los países con mayor capacidad instalada son Arabia Saudí (5,2 millones de m³/día), Emiratos Árabes Unidos (4,1 millones de m³/día) y España (3,3 millones de m³/día). En todo el mundo la capacidad instalada está en torno a los 87 millones de m³/día, según la IDA.
Para Moreno, la autogestión es fundamental. “En la mayoría de las comunidades en las que trabajamos, los sistemas instalados se autogestionan por la propia comunidad, por lo que para asegurar su sostenibilidad a largo plazo tienen que ser económicos y no deben generar tarifas inasumibles para los usuarios. Además, la comunidad local debe disponer de medios técnicos para que sus miembros puedan realizar el mantenimiento de las instalaciones”, señala.
En casos de emergencia, como campamentos de refugiados o situaciones de catástrofe medioambiental en zonas costeras o con acceso a pozos de agua salada, sí es más común que los equipos de ONG utilicen pequeñas estaciones portátiles de desalinización. Algunas son de evaporación y funcionan con energía solar, y otras de ósmosis inversa. En estos casos el personal técnico de las organizaciones se hace cargo del mantenimiento y los sobrecostes de la producción del agua son asumidos por las organizaciones, no por la población. “Son soluciones que valen para estas situaciones, pero cuando te vas del lugar tienes que cambiar a algo más sostenible”, expone Mporeno.
Para Ángel Cajigas, de la Dirección General del Agua, "si hablamos de un país pobre el uso de desaladoras es complicado". El coste de producir agua desalada, apunta, "es el que es" y, salvo que estén subvencionadas, ve complicado aplicar esas tarifas en países pobres.
Cajigas admite que la desalinización es “clave” para combatir la escasez, pero opina que tiene que formar parte de un mix. “Además de apostar por los recursos convencionales, como las aguas superficiales y las subterráneas, hay que empezar a apostar por la recuperación, algo que en España llevamos 40 años practicando. En vez de tirar las aguas residuales depuradas al mar, podemos recuperarlas para el regado de campos de golf, por ejemplo". De este modo, mantiene el técnico, no se sobreexplotan los pozos dividiendo su agua entre el regado del campo y el consumo. Se riega el campo con el agua recuperada y la del pozo se usa para beber.
Desalinización y medioambiente
El consumo energético de ambos tipos de plantas desalinizadoras se ha reducido en la última década y hoy la mayoría de las críticas a este proceso desde el punto de vista medioambiental se dirigen contra los vertidos de salmuera, cuya concentración de sal en el agua es mucho mayor que la del agua salada.
España es la tercera potencia mundial por capacidad instalada
Una medida para reducir el impacto del vertido de salmuera en el mar consiste en alejar el vertido de la costa y diseminarlo en pequeñas cantidades para que pueda diluirse en el mar. Esta es la teoría, pero diversas ONG denuncian que no siempre es así. “Muchas veces la eliminación de la salmuera no se gestiona bien”, expone Erika González, de Ecologistas en Acción. “Se vierte en ecosistemas que son muy sensibles al aumento de la salinidad y a los componentes químicos que se añaden durante la desalinización”.
“En Melilla tenemos un claro ejemplo de que el vertido de salmuera sí está teniendo un impacto negativo”, explica González. Según Guelaya-Ecologistas en Acción Melilla, la planta desaladora de la ciudad autónoma, con una capacidad de 20.000 metros cúbicos al día, vierte su salmuera a escasos metros de la costa, lo que deja una estela blanquecina que es visible incluso desde la superficie, como la organización ha documentado. Este vertido, exponen, está afectando a la fauna y flora de la zona, y muy especialmente al molusco Patella ferruginea, una lapa marrón de concha gruesa, protegido por la normativa nacional y europea. “Exigimos que la desaladora construya el emisario [un conducto que conduce la salmuera hasta mar adentro] para poder verter la salmuera a una profundidad que no afecte al sistema costero o en profundidad”, indica González.
Pero Cajigas cree las preocupaciones medioambientales no están tan relacionadas con la salmuera —“a nadie se le ocurre hoy hacer un vertido sin haber hecho antes un estudio de impacto ambiental”—, como con el consumo energético. “Es el tema en que más énfasis hay que poner. Hay dos líneas de investigación: primero, la recuperación de la energía utilizada en el proceso; y segundo, la estructura de la membrana que se utiliza para la ósmosis inversa". Los últimos avances, comenta Cajigas, apuntan a introducir nanotubos que aumenten el caudal de agua que se filtra a través de la membrana.
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