Una inmolación sacude a Marruecos
Un funcionario grabó impasible la agonía de una vendedora que se prendió fuego
Han pasado seis años desde que el vendedor de frutas tunecino Mohamed Bouazizi se echó encima un bidón de gasolina, se prendió fuego y con su muerte dio origen a la primavera árabe. Aquel 17 de diciembre la policía le pidió la coima de siempre para dejarle vender en la calle, él se negó y una funcionaria municipal le propinó una bofetada. Después de tantas revoluciones —y en el caso de Marruecos, después de una Constitución nueva redactada en 2011— la misma historia de corrupción, vejación y muerte se sigue repitiendo.
El 9 de abril un funcionario de Kenitra, a 40 kilómetros de Rabat, le quitó el puesto de crepes a la vendedora ambulante Mi Fatiha (Madre Fatiha). También la despojó del pañuelo de la cabeza.
Fatiha buscó combustible y se prendió fuego delante de la oficina de ese funcionario. Desde el edificio municipal alguien grabó de forma impasible la agonía de la vendedora que gritaba y se revolvía en el suelo. Dos días después, poco antes de expirar en un hospital de Casablanca Fatiha le decía a su hija: “Me han humillado”.
El caso de Fatiha ha indignado de forma especial a la sociedad marroquí. “¿Qué quieren ustedes que haga esta buena mujer a su edad sin ninguna ayuda notable [por parte del Estado]?”, se preguntaba un bloguero de Huffpostmagreb. “¿Mendigar, convertirse en adivina o quizás, llevar a su hija a prostituirse?”.
Algunos han optado por expresar su indignación en las redes sociales y hay quien ha seguido el ejemplo de Fatiha. El pasado 18 de abril un hombre de 22 años al que la policía le había confiscado su bicicleta transportadora de tres ruedas se mató de la misma manera. Este domingo un taxista de Tánger, de 39 años, también se inmoló a las seis de la mañana.
Las autoridades investigan ahora si el conductor lo hizo por motivos personales o ante un caso más de abuso de poder. Uno más.
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