Atrapados en un bucle
La visita del Papa a los refugiados debe movilizar a los Estados de la UE
En julio de 2013, el papa Francisco quiso dedicar su primera visita como pontífice a la isla italiana de Lampedusa, símbolo del terrible drama de la inmigración irregular, que en ese momento se cobraba cientos de vidas en naufragios. Casi tres años después, el Papa vuelve a apelar a la conciencia de Europa con una visita a la isla griega de Lesbos, nuevo símbolo del drama de los refugiados, para constatar que lo que dijo en Lampedusa sigue tristemente vigente. Europa ha contribuido como nadie a la “globalización de la indiferencia” y sus instituciones de gobierno siguen “anestesiadas ante el dolor de los demás”.
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Ha sido la sociedad civil europea, desde las ONG a las organizaciones de base de la propia Iglesia católica, y algunas Administraciones locales, la que se ha movilizado para acoger y ayudar a los refugiados, pero su esfuerzo ha sido en muchos casos baldío porque ha chocado contra el muro de los propios Gobiernos, que ni hacen ni dejan hacer. España es el paradigma de esta situación. Numerosas ciudades, entre ellas Madrid y Barcelona, han preparado dispositivos para acoger a refugiados, pero el Gobierno, que tiene la exclusiva de esta competencia, ni acoge ni les deja acoger. Es una vergüenza que más de seis meses después del acuerdo comunitario para repartir entre los diferentes países a 160.000 refugiados solo hayan llegado a España 18 de los más de 9.900 que le correspondería albergar.
En las zonas de Europa más afectadas, es la labor de las organizaciones humanitarias y la colaboración de la población la que amortigua el dolor de una situación inhumana. La presencia ayer del papa Francisco en Lesbos, que visitó el centro de refugiados acompañado del patriarca Bartolomé, jefe de la Iglesia ortodoxa griega, y regresó a Roma llevando refugiados en su propio avión, se ha convertido en un símbolo del bucle en que se encuentra Europa frente al fenomenal desafío de los refugiados. La Unión sigue sin una política común de asilo ni un mecanismo de gestión comunitaria de la crisis.
Justo cuando comienza a hacerse efectivo el acuerdo entre la UE y Turquía para deportar a ese país los refugiados que lleguen de forma irregular, los migrantes buscan nuevos itinerarios. Tras el cierre de la ruta de los Balcanes, hay señales de que se está activando de nuevo la ruta central del Mediterráneo a través de Libia y el canal de Sicilia, mucho más larga (320 kilómetros de travesía) y peligrosa.
Las cifras no paran de crecer. Más de 18.000 personas han llegado a Italia en el primer trimestre, el doble que en el mismo periodo de 2015, y durante toda la semana no se han detenido los rescates. Se estima que puede haber más de 800.000 en territorio libio esperando para cruzar. En previsión de que los flujos hacia Italia crezcan, Austria se apresta a sellar la frontera por el paso de Brenner. Pero, a estas alturas, está claro que esa no es ninguna solución. La presión seguirá. “Hemos venido a atraer la atención del mundo”, dijo ayer Bergoglio en Lesbos. Los que, confinados, le escuchaban necesitan ahora ayuda.
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