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Tentaciones
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Todo lo que puede dar de sí tu vagina

Acudimos al taller 'Mi vulva, mi vagina', en el que cinco mujeres se deciden a explorar en sí mismas (y en el cuerpo de las demás) la conexión perdida con sus genitales

Ilustración de David Uzquiza

Aunque lo más sincero sea decir que estamos aquí para ver coños, en realidad somos mujeres: nunca se trata solo de vaginas. En el estudio de Atocha de la sexóloga y matrona Anabel Carabantes –alguien que trae bebés al mundo en sus casas y a quien en sus ratos libres se le ocurren brillantes chifladuras como esta– tiene lugar el taller Mi vulva, mi vagina –un título de ecos parvularios, que da hasta ternurita y no hace presagiar lo que comprobaremos a continuación: su verdadera raigambre explícita y revolucionaria–, en el que cinco mujeres, armadas con un espéculo, un espejo y la linterna del móvil, vamos a convertirnos en excavadoras de nuestras propias minas de oro y cobre, un tour que incluye también exploraciones en las minas vecinas con guantes de látex.

"En el grupo de WhatsApp que tenemos unas amigas propuse enviarnos un 'selfie' de las vaginas. Me llamaron guarra, bollera y se negaron en redondo"

Si no se trata solo de coños, ¿por qué hemos venido? Una de nosotras responde que desde que se vio obligada a volver a casa de sus padres ha perdido toda conexión con lo de allá abajo. ¿Hola? ¿Hay alguien ahí? ¿Nadie? Así que hoy espera que su coño le conteste. Y eso será como volver a hablar consigo misma. Dos de las asistentes han venido porque parieron hace pocos meses y necesitan saber si se les ha quedado hecho un Cristo después de la hecatombe. Una de las compañeras es otra partera, que debe haber visto unos mil coños en su vida, pero que no ha visto hasta ahora el suyo con detenimiento. Y yo, que conozco perfectamente el mío y he visto unos cuantos ajenos, pero me interesa la idea de cambiar de contexto, que esto no sea ni una cita con el ginecólogo ni un encuentro sexual. Vernos los coños como vernos las caras. Recuerdo que hace un tiempo, en el grupo de WhatsApp que tenemos con unas amigas, Pichonas Power (me matarán cuando lean esto), propuse enviarnos un selfie de nuestras vaginas, simplemente porque nunca había visto las vaginas de mis amigas y siéndolo hace tantos años era una omisión ridícula; lo había visto todo de ellas pero me faltaba una parte. Me llamaron guarra, bollera y se negaron en redondo.

Hoy tengo una segunda oportunidad para mostrarme y ver casi sin morbo, una tarde para el autodescubrimiento y para ver de qué va eso de la autogestión ginecológica. Ahorrarse días de visitas médicas vale un Perú. El primer paso: dibujar nuestra pelvis. A mí me sale sin querer un Klimt despatarrado con bragas rojas, cuando Anabel irrumpe para explicarnos las maravillas de nuestra anatomía, que debemos investigar en parejas. Me toca con una de las recién paridas. Ajá, aquí están los isquiones, este es el pubis –casi te estoy tocando el clítoris– y este el sacro. El camino hacia la vulva es progresivo pero se llega. Anabel ya está sin bragas y todas la seguimos. Nos tumbamos en las colchonetas porque es hora de usar el espéculo, ese instrumento médico dilatador y explorador de vaginas, material plástico y descartable. Se mete y se abre dentro. Ya está. Annie Sprinkle estaría orgullosa.

"El camino hacia la vulva es progresivo pero se llega. Anabel ya está sin bragas y todas la seguimos"

Mirar tu propia vagina, en toda su profundidad, tiene un efecto hipnótico, como de puerta abierta a la octava dimensión por la que no sabes si entrar o salir. Aquí inicia un viaje de conocimiento hormonal y psicodélico sin retorno. Descubrimos que al fondo de todo, el cuello del útero tiene forma de sonrisa en una mujer que ha parido y forma de beso en una que no ha tenido hijos. Nos enteramos de que cada himen se rompe de manera distinta y yo recuerdo que mis restos postvirginales –llamados encantadoramente carúnculas mirtiformes– incluyen un aro de carne perfecto por el que también puede introducirse un dedo anular y con el que he jugado muchas veces a "si te queda el anillo me caso contigo".

"Nos ponemos los guantes de látex y penetramos a la compañera. Y brotan las preguntas: ¿Esto qué es?"

Nos tomamos fotos con flash a lo loco. Aparece una almorrana en la foto. Ahora nos vamos a meter mano. Nos ponemos los guantes de látex y penetramos a la compañera, recorriendo cada detalle de su cavidad. Y brotan las preguntas: ¿Esto qué es? ¿Esto es el ano palpado desde la vagina? ¿Qué tengo que tocar para que eyacule? ¿Por qué las pollas me duelen? ¿Por qué a veces lubrico transparente y otras blanco? ¿Qué es el elevador anal? ¿Cómo no hacerme encima si estornudo? Anabel no tiene reparos en que le metamos el dedo a ella para aprender más. Nuestras vaginas son finitas, su conocimiento es infinito.

La última lección es sobre el clítoris y Anabel me pide que modele con plastilina una vulva. Otra vez me falta tridimensionalidad. La maestra rehace mi obra para dar la mejor noticia del día. Para quien no lo sepa: lo que conocemos como clítoris solo es la punta del iceberg, el 90 por ciento de él es interno y se extiende por toda la vagina hasta el ano, multiplicando en placer por mil. La compañera de la vagina muda –que se ha prestado como conejilla de indias para esto del clítoris– grita de emoción: sí, la suya está viva y ha dicho algo. Todas la oímos. Ahora tengo el móvil lleno de fotos de vaginas parlantes.

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