_
_
_
_
_
CLAVES
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Fascismo americano

Trump es la adaptación televisiva y empresarial del Ku Klux Klan al siglo XXI

Son dos términos que chirrían juntos. Y con razón, pues al contrario que muchos europeos, los estadounidenses carecen de memoria y de experiencia autoritaria. Es cierto que en su historia ha habido momentos de peligroso deslizamiento democrático (la histeria anticomunista de la época del senador McCarthy, el asesinato de Martin Luther King o las leyes de seguridad nacional aprobadas tras el 11-S son buenos ejemplos). Y no deja de ser cierto que para muchos europeos una gran parte de la derecha americana más radical, religiosa y conservadora se sitúa en el filo de lo que a este lado del Atlántico entendemos por democracia. Sin embargo, pese a esas anomalías, aquella cultura cívica que tanto impresionara a Tocqueville siempre ha terminado por hacer bascular al país hacia el modelo de sociedad abierta, democracia representativa y prensa libre que está en su ADN fundacional.

Por mucho que nos choquen Ted Cruz, Marco Rubio o el Tea Party, están dentro del sistema. Pero Trump es diferente. Trump representa un genuino autoritarismo americano, un tipo de autoritarismo que solo podría surgir en Estados Unidos, precisamente como reacción frontal y visceral contra lo que ese país es. Trump es la adaptación televisiva y empresarial del Ku Klux Klan al siglo XXI, una reacción histérico-fóbica de blancos a los que se les ha hecho creer que están acorralados y a punto de ser aniquilados y que, por tanto, deben pasar al ataque.

El sistema político estadounidense descansa sobre tres pilares: la igualdad ante la ley, la separación de poderes y la libertad religiosa. Sin esos elementos, Estados Unidos deja de ser Estados Unidos. Por esa razón, el descarado racismo de Trump (¿cuántos afroamericanos o latinos ven sus mítines?), su total desprecio por el Estado de derecho y el poder legislativo y la radical intolerancia que muestra hacia los musulmanes (también es antisemita, y misógino) dibujan un candidato que se sitúa claramente fuera de la democracia. La presidencia de Estados Unidos no es cualquier sitio: que la primera magistratura del mundo cayera en manos de alguien como Trump supone una amenaza directa para las libertades de los estadounidenses y un riesgo global para todos los demás. @jitorreblanca

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_