Nadal o el rumor como fuente de la calumnia
El rechazo de una cierta intelligentsia deportiva francesa al deporte español nace de un complejo de superioridad frustrado
Sobre Rafael Nadal, durante algunos años número uno del tenis mundial, confluyen dos psicopatologías abrasadoras. Las élites deportivas francesas han desarrollado una hostilidad biliosa hacia el tenista español; Le Monde, los guiñoles de Canal Plus o el tenista Yannick Noah, entre otros, han expuesto en público un rencor resistente a cualquier racionalidad hacia el ganador de nueve Roland Garros. Extienden la especie, en serio y en broma, de que Nadal se dopa, es un yonqui del deporte, con el entusiasmo del moralista que imagina un pecado. La última exudación de lo que piensan la crema del deporte galo procede de la exministra de Sanidad y Deporte con Sarkozy, Roselyne Bachelot, quien, desde un púlpito televisivo, dijo así a sus fieles: “Se sabe que la famosa lesión de siete meses de Nadal es sin duda debido a un control positivo. Cuando tu ves a un jugador de tenis parado mucho tiempo es porque ha dado positivo”. Insegura, Bachelot reculó varios milímetros después de una pausa: “No siempre es así, pero muy a menudo”.
El quid de este párrafo está en el extraordinario esguince argumental entre el Se sabe y el No siempre es así. Puesto en equivalencia, reune la avidez por emponzoñar con un comadreo (se sabe) con la prudente retracción que, si bien confirma con viscosidad la acusación, se garantiza el burladero de la probabilidad. Bachelot utiliza el rumor y el se sabe con la malevolencia amoral del chismoso de aldea. Su reacción posterior abunda en esta inconsistencia irresponsable: ella, dice, “se hizo eco” de comentarios extendidos en el mundo del tenis y en la prensa. Es decir, la exministra está acusando con total impunidad a un ciudadano europeo de cometer un delito. Y esa acusación, en sí misma, constituye un delito si no presenta pruebas de la acusación.
El origen del mal no anida en la exministra; sólo es un eco de otras voces que han elaborado, también con impunidad, la hipótesis del dopaje intensivo entre los deportistas españoles. Una cierta intelligentsia deportiva francesa rechaza los éxitos, pequeños o grandes, pero sobre todo los que acontecen en terreno francés, de los deportistas españoles. Este rechazo, manifiesto contra Nadal, contra la selección española de baloncesto o contra el ganador de cinco Tours, nace de un complejo de superioridad frustrado. No se trata de una reacción chauvinista, sino de mero resentimiento que, como aclaró Nietzsche en La genealogía de la moral, es una suma de odio e impotencia.
La segunda y tóxica perturbación político-deportiva procede de España. Cuando se producen casos como el de la señora Bachelot las autoridades deportivas españolas se ofenden con gran griterío público. No caen en la cuenta de que a la imagen exterior de los deportistas españoles también contribuyen las decisiones erróneas o estrambóticas, de los organismos deportivos nacionales sobre los casos demostrados de dopaje. ¿No recuerdan los ejercicios de sectarismo jurídico-administrativo aplicados aquí en ciclismo y atletismo? Pues deberían. La honradez de Nadal o Indurain también se demuestra aplicando la ley con el rigor debido cuando es necesario.
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