Cerca de la recesión
La economía global necesita un plan drástico para incentivar la demanda
La OCDE (Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico) lo ha expuesto con claridad: la economía global sufrirá una desaceleración en 2016, acentuada en algunos casos hasta llegar a la recesión (Brasil); y en el mejor de los pronósticos, habrá crecimientos muy débiles, insuficientes para generar crecimientos sustanciales de rentas salariales (Europa). La OCDE también tiene un diagnóstico: las recetas monetarias, correctas, no han ido acompañadas de “una respuesta colectiva contundente” para corregir el crecimiento débil, casi un estancamiento, que ha sucedido a la crisis financiera de 2008. Una ley no escrita sugiere que revisiones a la baja de las tasas de crecimiento, en este caso mundial, son signo inequívoco de recesión en ciernes, aunque en el caso de la economía global no se trate de una recesión homogénea.
La OCDE se mueve en el terreno de la abstracción cuando alude al término “respuesta colectiva contundente”. Cabe interpretar que la política monetaria dispone, en mayor o menor medida (obsérvese la resistencia del Bundesbank a las decisiones del BCE), de una capacidad de respuesta porque depende de bancos centrales que actúan con independencia y según la evolución de parámetros dados. Pero el caso de la política presupuestaria y fiscal es diferente. Europa, por ejemplo, no puede actuar de forma coordinada porque no tiene un gobierno común.
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La Organización reclama un choque contundente para estimular la demanda. El objetivo es correcto, porque si la economía mundial aparece atrapada en el estancamiento es porque no hay expectativas de que crezca. Y no las hay —contando con abundancia de crédito, y con los riesgos inherentes de burbujas en algunos mercados asociadas a un exceso de liquidez— porque la demanda no puede crecer con tasas elevadas de desempleo y rentas salariales en retirada; y si además se detecta una incapacidad del sistema bancario para ofrecer una imagen conjunta de solvencia, para superar la caída de sus márgenes de negocio y para desembarazarse de la elevada deuda pública que asumieron durante la crisis, ya están predibujadas las condiciones de una recesión más que probable.
Es difícil unir las causas mencionadas, detonadas por la crisis china, y dar con un remedio que resuelva todos los problemas planteados. A pesar de lo que diga la OCDE, ciertos específicos como bajar los impuestos no son una solución universal. En algunos casos será una medida eficaz —en los países con elevada fiscalidad— y en otros quizá agravaría la situación (España, por ejemplo, está por debajo de la presión fiscal media europea).
La “respuesta colectiva” requiere un plan convincente de estímulo de la demanda (más consumo y más inversión) fácil de enunciar pero difícil de coordinar en las áreas del dólar, el yen, la libra y, sobre todo, el euro. Pero, suponiendo que ese estímulo debe provenir sobre todo de programas de inversión pública y sabiendo que las reformas de algunos Gobiernos europeos (España, entre ellos) no han conseguido reducir su endeudamiento, tanto esos países como la banca serán los eslabores más débiles en una desaceleración brusca global que cada vez está más cerca.
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