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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El futuro es de los animadores socioculturales

Hernández Moltó resume la quiebra del sistema financiero español: los responsables siempre eran otros

Jesús Mota
Juan Pedro Hernández Moltó, expresidente de CCM, ante el juez.
Juan Pedro Hernández Moltó, expresidente de CCM, ante el juez.Fernando Alvarado (EFE)

Juan Pedro Hernández Moltó, expresidente de Caja Castilla-La Mancha (CCM), intervenida en 2009 para evitar la quiebra con un coste de 1.740 millones, ha encontrado la expresión feliz, le mot juste flaubertiano, para describir su trabajo de demolición desde dentro de la entidad financiera: era el “animador sociocultural” de la caja; se equivoca quien crea que era el presidente, que tenía responsabilidades de gestión o que su sueldo le obligaba a vigilar los balances y respetar las normas financieras. Nada de eso. Hernández Moltó se dibuja a sí mismo como el presentador de Eurovisión, como Ricky Gervais en la ceremonia de los Oscar o como el entertainer de Tu cara me suena.

Y, efectivamente, su cara nos suena. Es la misma que puso Arturo Fernández para explicar por qué no se leía los informes de Bankia de la que era consejero (y bien pagado, por cierto), o la de los directivos de Catalunya Banc cuando explicaron que, a pesar de sus salarios, bonus e indemnizaciones, no sabían nada del deterioro de las cuentas de su negocio, o las de todos los directivos de las cajas valencianas, quebradas a costa del contribuyente. Todos, como Hernández Moltó, estaban o están aquejados del virus amnesia de responsabilidad. Cobraban por estar, no por decidir; solo actuaban como tristes figurantes, pero los culpables siempre eran el Banco de España, el Gobierno anterior, el mal tiempo o la empanadilla de Móstoles. A todos ellos les hubiera gustado inventar lo de animador sociocultural para autodescribirse.

Como animador sociocultural (o reina madre, el expresidente estuvo sembrado ante el juez), Hernández Moltó ha costado un poco caro al país. En cash, 1.740 millones de euros; en intangibles —como la pérdida de prestigio financiero de la nación—, el coste es incalculable. Chiquito de la Calzada o Mariló Montero hubieran resultado más baratos y, para algunos, más divertidos. Y no es porque no se entienda lo que quiere decir el declarante. Sostiene que él no era presidente ejecutivo; de ahí lo de reina madre. Pero si es así ¿por qué presidía la comisión ejecutiva de la caja? Si sabía que las cuentas de 2008 no eran correctas, porque no recogían las exigencias del Banco de España ¿por qué las presentó? ¿Quién fue el ejecutivo que concedió créditos faraónicos a inmobiliarias agonizantes?

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Cuando pasen los decenios, los contribuyentes españoles recordarán con emoción contenida que en los albores del siglo XXI los presidentes y directivos de las cajas de ahorros no eran responsables de las cuentas de resultados sino de organizar festejos y simposios artísticos con el dinero de las fundaciones, las auditoras aprobaban a voleo las cuentas de resultados, el Banco de España sabía pero no actuaba y el complejo político-inmobiliario-autonómico manoseaba las cajas para colocar afines en los Consejos o en la dirección y para financiar la especulación inmobiliaria de amigos y cuñados al borde de la quiebra. Quizá entonces se estudie animación sociocultural en la Facultad de Económicas y Hollywood entregue un premio a los mejores efectos especiales en los balances.

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